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Ciencia: La visión darwinista de la condición humana es ...
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De: Marti2 (Mensaje original) |
Enviado: 24/06/2011 08:30 |
La visión darwinista de la condición humana es una justificación del statu quo
DIAGONAL: ¿Cuál es la base científica del darwinismo?
MÁXIMO SANDIN: Se ha escrito tanto y se han inventado tantas historias y mitologías al respecto que esto que voy a decir va a resultar difícil de asumir, pero sólo es cuestión de dejar de leer libros “sobre Darwin” y leer directamente sus libros: La base científica, experimental o empírica de “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, verdadero título de la obra de Darwin es absolutamente inexistente. La idea de la selección “natural” la obtuvo de la observación y lecturas sobre las actividades de criadores de animales y plantas, y su concepción de las relaciones entre los seres vivos, la “lucha por la vida” y la “supervivencia de más apto” provienen de Robert Thomas Malthus y Herbert Spencer, dos individuos muy desagradables, discípulos de Adam Smith, que veían la proliferación de los pobres como una amenaza para su bienestar.
Si uno se toma la molestia de leer “Sobre el origen de las especie, etc.” puede comprobar lo enormemente confusas y superficiales que eran las ideas de Darwin sobre la evolución (que, por cierto, llevaba más de 100 años siendo estudiada en las universidades). En el resumen final del libro mezcla el uso y el desuso, las condiciones de vida, la selección “natural”, la “guerra de la naturaleza”… en fin, un verdadero “cacao mental”. Incluso acabó proponiendo la “Pangénesis”, otra confusa mezcla de ideas lamarckianas, como mecanismo de la evolución. El verdadero artífice del darwinismo (no el único, pero sí el principal) fue Sir Thomas Henry Huxley que sí era biólogo (además de eugenista) y fue el que “depuró” las confusas ideas de Darwin más convenientes para su ideología: la selección “natural” y el azar. Para ello, fundó, junto con Hooker, Spencer y otros científicos afines el X-Club que controló las principales instituciones científicas de Gran Bretaña y también fundaron la revista Nature, con el objeto de promover el darwinismo y controlar las publicaciones. Se puede decir que Thomas Henry Huxley fue “el San Pablo” del darwinismo, al que convirtió en una especie de religión.
D.: Pero el darwinismo actual no es el de Darwin…
M.S.: El darwinismo actual no se sabe exactamente lo que es. Fundamentalmente es una visión Malthusiana de la vida (la competencia permanente de todos los seres vivos y hasta de las células y las moléculas y, sobre todo, la selección “natural” que elimina a los que no son adecuados pero que también “crea” lo inexistente…), pero como teoría científica jamás estuvo claramente formulado. Voy a intentar resumir cómo de montó la supuesta base teórica aceptada hoy, como dicen, por “la comunidad científica”: A principios del siglo XX, el darwinismo estaba prácticamente marginado por los biólogos porque los datos experimentales contradecían la variación gradual como responsable de la generación de nuevas especies. Entonces, un grupo de matemáticos y genetistas reunidos por su condición de fervientes eugenistas se inventaron la llamada “genética de poblaciones”, basada en una concepción simplista de la transmisión de las características genéticas que ya se sabía errónea por entonces, pero con los datos recientes es absolutamente falsa y basada en cálculos matemáticos (la probabilidad de sacar cara o cruz en una moneda lanzada al aire), es decir, también al margen de los datos experimentales. Sobre esa base “científica” se montó la llamada “Síntesis Moderna”, que es lo que se enseña actualmente en las universidades como base teórica de la evolución. Curiosamente, el artífice de este engendro que pretendió unificar bajo el darwinismo disciplinas cuyos resultados eran totalmente discordantes con él (la genética, la paleontología y la sistemática) fue, (atención) Sir Julian Huxley con su gran obra “Evolution: The Modern Synthesis” publicada en 1942. Este señor, nieto de Sir Thomas Henry Huxlex, fue miembro vitalicio de la Sociedad Eugenésica, su presidente entre 1959 y 1962, fue el primer director general de la UNESCO y fundador de la World Wildlife Fund, cuyo actual presidente honorario es el duque de Edimburgo, no sé si le suena… En definitiva, creo que al darwinismo debería denominarsele más propiamente “Huxleismo”.
D: Entonces, ¿a qué se debe el éxito del darwinismo tanto entre la elite científica como entre los no especialistas?
M.S.: Parece claro que el arraigo de la “fe” (porque eso es lo que es) en el huxleismo (hablemos con propiedad) es producto del adoctrinamiento que los biólogos reciben en las universidades (han creado un mito de la figura de Darwin que no se corresponde, ni de lejos, con la realidad), por los libros de texto, generalmente de origen anglosajón que se utilizan y por el control de las publicaciones científicas también fundamentalmente anglosajonas. No olvidemos que la concepción de la vida del darwinismo-huxleismo tiene un gran componente cultural y que Darwin es un icono de la cultura anglosajona. La concepción individualista, competitiva (“el egoísmo individual lleva al bien general, etc., base, por otra parte de la teoría del “libre mercado” de Adam Smith) son conceptos centrales de las culturas de raíces calvinistas. Un adoctrinamiento que remata el recibido en los libros de texto de secundaria, que, por cierto, según me han informado colegas dedicados a la enseñanza, suelen ser una verdadera apología de la “ingeniería genética” y los transgénicos. Parecen bastante bien controlados. Y aquí quiero mencionar otro hecho histórico, al parecer, poco conocido. A partir del final de la segunda guerra mundial los grandes magnates mundiales, pero especialmente los Rockefeller, por medio de Universidades y Fundaciones creadas por ellos asumieron gran parte del control de la investigación biológica. En Internet se puede encontrar un largo artículo de una revista digital de la Universidad Complutense magníficamente documentado titulado “Lisenko.
La teoría materialista de la evolución en la URSS” de Juan Manuel Olarieta que nos informa sobre cómo y porqué se produjo este secuestro de la Biología. Si tenemos en cuenta la creciente tendencia a la privatización de las universidades mediante el control de la investigación biológica y qué empresas son las que la financian y quienes son sus principales propietarios, no creo que sean necesarias más explicaciones.
En cuanto al arraigo popular del darwinismo, la explicación es más sencilla. En primer lugar, “porque lo dicen los científicos y los medios de comunicación”, en segundo lugar, porque es una explicación de la evolución muy simple, que todo el mundo puede entender (aunque en realidad es de una complejidad inimaginable). Todo el mundo se siente capacitado para hablar de evolución. En tercer lugar, porque la visión darwinista refleja la “realidad” del sistema económico, lo que no es extraño porque está basada en conceptos económicos-sociales. “La vida es así, son leyes de la naturaleza” y, finalmente, por la confusión que los mismos darwinistas han introducido con el falso debate (porque los científicos no tiene nada que debatir sobre esas cosas) con los creacionistas para reforzar su postura de “defensores de la ciencia”, convenciendo a muchos de que el que no es darwinista es creacionista.
D.: ¿Qué vinculación existe entre darwinismo y eugenesia?
M.S.: Toda. De hecho, la eugenesia, la doctrina que preconiza el impedimento de reproducirse a los “no aptos” y la reducción de la población mundial está en la esencia del darwinismo, tanto el de los libros de Darwin, como el de los “creadores” de la Síntesis “moderna” y en la ideología de sus máximos valedores, los grandes magnates mundiales (por favor, busquen en internet, por ejemplo, “eugenesia y Rockefeller”). No quiero alargarme con citas textuales de Darwin (en mi página personal hay bastantes), pero su libro “Sobre el origen del hombre” está repleto de ideas eugenistas, además de muchas otras bastante estúpidas. Darwin era eugenista, al igual que su primo, Sir Francis Galton, fundador de la Sociedad Eugenésica, Leonard Darwin fue el segundo presidente de esta sociedad y Horace y Emma Darwin, también hijos de Darwin, fueron miembros destacados. E insisto, todos los matemáticos y genetistas implicados en la “creación” de la genética de poblaciones con el objetivo de “demostrar matemáticamente” cómo la selección “natural” podía “fijar” variaciones “imperceptibles”, eran eugenistas, porque las ideas de cambio (“ascenso”) gradual y, sobre todo, la selección “natural” son las bases fundamentales de esa ideología. Una ideología que sigue vigente como podrán comprobar si se molestan en informarse (busquen, por ejemplo el Galton Institute).
D: ¿Qué implicaciones sociales, políticas y económicas tiene el basar nuestra visión de la Naturaleza y la vida en el azar y en la “supervivencia del más apto”?
M.S.: Voy a responder con unos datos históricos. A principios del Siglo XX hubo un duro debate entre científicos conservadores, fervientes darwinistas, que justificaban las desigualdades sociales en base a las diferencias biológicas entre los individuos, teorías que han recibido el nombre de “determinismo biológico” (por cierto, muy en auge en la actualidad) y científicos progresistas que afirmaban que el ambiente y las condiciones sociales en que los individuos se desarrollaban eran responsables de gran parte de esas diferencias; eran los llamados “ambientalistas”. Naturalmente, fueron los perdedores en el debate. Y es que la visión darwinista de la condición humana es, desde su origen, una justificación del “statu quo”. Es muy célebre la sentencia de John Rockefeller (siempre aparecen los Rockefeller cuando se sigue la historia del darwinismo): “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto /…/ es simplemente la combinación de una ley de la Naturaleza con una ley de Dios”. Porque la ideología darwinista ha transformado en “leyes” científicas los peores defectos de la condición humana: el egoísmo, la competencia, la avidez por la riqueza, la explotación de los hombres y de la Naturaleza, forman parte de las “leyes naturales”, y para que estas “leyes” se cumplan, la usura, el expolio y la violencia son instrumentos necesarios.
Creo que los jóvenes progresistas que se creen darwinistas por oposición al creacionismo deberían informarse sobre quienes crearon y quienes mantienen este “pensamiento único” biológico en contra de todas las evidencias científicas. También sería bueno que se informaran sobre la verdadera opinión sobre el darwinismo de Marx y Engels, cuando leyeron la obra de Darwin con atención.
D: Una de las versiones del neodarwinismo que más éxito ha tenido es la de Richard Dawkins y su libro El Gen Egoísta.
M.S.: Dawkins presentó su libro como una versión moderna del darwinismo (en sus propias palabras), como un reforzamiento de la concepción darwinista de la vida y, efectivamente, comparte la esencia del darwinismo: explicaciones retóricas, sin el menor soporte empírico y basadas en perjuicios culturales. Su “explicación” de cómo aparecieron los “genes” es como un relato de ciencia ficción: “en algún lugar surgió un replicador….”, luego los replicadores “comenzaron a competir…”; después “crearon una membrana…” algo sin el menor sustento real, porque no existen moléculas “autirreplicadoras”. El ADN necesita de todo un conjunto de complejas moléculas para su replicación.
Pero lo más definidor de su concepción es la calificación de los genes como moléculas “egoístas”. Aquí me veo obligado a citarlo textualmente: “El planteamiento de este libro es que nosotros, al igual que todos los demás animales, somos máquinas creadas por nuestros genes. De la misma manera que los prósperos gangsters de Chicago, nuestros genes han sobrevivido, en algunos casos durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Esto nos autoriza a suponer ciertas cualidades en nuestros genes . Argumentaré que una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero será el egoísmo despiadado. Esta cualidad egoísta en el gen dará, normalmente, origen al egoísmo en el comportamiento humano”. Esta especie de obsesión “cultural” con el egoísmo hizo que su “teoría” calara profundamente en los científicos anglosajones (y en los “anglosajonizados”) de modo que durante mucho tiempo se ha considerado a la parte más importante de los genomas, la que regula la expresión de los genes codificantes de proteínas, “ADN basura”, lo que ha entorpecido considerablemente el avance en los conocimientos genéticos. De hecho, en artículos científicos, todavía se ve la calificación de “elementos egoístas” para los elementos móviles y retrovirus endógenos, que son parte constitutiva y esencial en los genomas.
El verdadero significado de la doctrina de Dawkins no es muy difícil de desentrañar: para Adam Smith, es el egoísmo del carnicero, del cervecero o del panadero el soporte de la sociedad mediante “la mano invisible del mercado”, Para él, es del egoísmo del “gen” del que surge la Naturaleza mediante “la mano invisible de la selección natural”. Para mí lo más nefasto de su éxito es la influencia, el adoctrinamiento que produce entre los chicos jóvenes que consideran su paranoica concepción de la realidad como una “interpretación objetiva liberada de idealismos “y muchos le adoran como líder de la lucha contra el creacionismo, a lo que ahora se dedica de forma exclusiva, supongo que para no tener que discutir con los científicos sobre los genes “egoístas”.
Pero creo que lo más significativo sobre el interés en mantener este adoctrinamiento es que se creó exclusivamente para él la Cátedra Simonyi “para la comprensión pública de la ciencia” que, desde mi punto de vista es como si nombraran Dalai Lama a George Bush.
D: ¿Cuál es la situación de la biología actualmente? ¿Se está en camino de superar el paradigma darwinista?
M.S.: Actualmente hay datos científicos suficientes para relegar científicamente el darwinismo al olvido, pero sinceramente no tengo mucha esperanza en que esto ocurra. Hay muchos intereses implicados, por una parte, en el mantenimiento del adoctrinamiento social (la “justificación científica” del sistema), y por otra en la concepción determinista y reduccionista necesaria para las manipulaciones genéticas de la gran industria de la “biotecnología” y los transgénicos. Por eso, las autoridades darwinistas, ante la avalancha de datos que son totalmente contradictorios con sus bases teóricas (los fenómenos epigenéticos, los elementos móviles, los virus endógenos, todos ellos manifestaciones de respuestas del genoma al ambiente) lo que sugieren es crear una “Síntesis ampliada”, es decir, intentar embutir a la fuerza todos esos datos reales en su teoría inventada para que no cambie lo fundamental, su concepción patológica de la naturaleza y de la sociedad. Pero en palabras de un alumno mío (cito textualmente de un trabajo científico): “un truño ampliado es sólo un truño muy grande”.
Sí están surgiendo voces de científicos prestigiosos que plantean la necesidad de un cambio radical en la concepción de la Biología, pero son ignorados por la ciencia “oficial” y, por supuesto, por los medios de comunicación. Incluso los “disidentes” tolerados, como Lynn Margulis procuran nadar y guardar la ropa afirmando que está en contra del neodarwinismo (que es supuestamente el darwinismo oficial) pero que es darwinista. Ella sabrá por qué lo dice, y creo que lo sabe.
D: Vd. defiende una propuesta basada en la Teoría de Sistemas (autoorganización, ambiente) en la que los virus y las bacterias habrían sido las responsables del surgimiento de la vida en la Tierra. ¿Qué implicaciones socio-políticas tiene esta propuesta?
M.S.: Antes de responder quisiera aclarar que no considero que “mi propuesta” sea mía, en primer lugar, porque creo que las ideas no tienen dueño y en segundo porque lo que he hecho ha sido recoger ideas de grandes científicos y pensadores ocultados o ninguneados por “el poder” científico, unificar, interrelacionar sus propuestas, y lo que sí he añadido es una concepción general apoyada por los datos actuales que puede ser parcial, pero creo que no totalmente errónea.
En cuanto a su pregunta sobre sus posibles implicaciones sociopolíticas, me parece un tema muy interesante aunque para los darwinistas (los huxleistas) es un tema tabú. Para ellos la ciencia es algo aséptico, basado en datos científicos (aunque todavía están buscando los suyos) y al margen de ideologías sin ser conscientes de que su teoría es todo lo contrario de lo que predican. Es una proyección sobre la Naturaleza de los conceptos económicos y sociales de la doctrina del “Laissez faire”, según Bertrand Rusell y otros prestigiosos pensadores. Pero no resisto la tentación de citar textualmente a Karl Marx, del que no se puede decir que fuera precisamente simple, en una carta a Engels, después de leer con atención el libro de Darwin que, inicialmente consideró positivamente como explicación “materialista” de la Naturaleza: Es curioso ver cómo Darwin descubre en las bestias y en los vegetales su sociedad inglesa, con la división del trabajo, la concurrencia, la apertura de nuevos mercados, las ‘invenciones’ y la ‘lucha por la vida’ de Malthus. Es el bellum omniun contra omnes de Hobbes, y esto hace pensar en la Fenomenología de Hegel, en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre de ‘reino animal intelectual’, mientras que en Darwin es el reino animal el que representa a la sociedad burguesa. (Marx-Engels Correspondence 1862 Source: MECW Volume 41, p. 380).
Las consecuencias de edificar una supuesta teoría científica, una visión de la Naturaleza, sobre conceptos, más bien sobre prejuicios sociales sórdidos y crueles y posteriormente intentar hacer creer que esos prejuicios son “leyes naturales” han sido nefastas. Han sido usados como instrumento de dominación, de justificación de la injusticia y de lucha contra la Naturaleza. Por eso tengo cierta reticencia a intentar aplicar teorías “científicas” a la planificación social. Pero en cualquier caso parecería más razonable observar cómo funciona realmente la Naturaleza e intentar amoldar, adecuar el comportamiento social a ella, como han hecho siempre los seres humanos considerados “primitivos” por los “superiores” que lo que han hecho los creadores del “libre mercado” y su extensión científica el darwinismo, que es exactamente lo contrario. Y en este contexto las características fundamentales de la naturaleza derivadas de “mi” propuesta, (que no voy a plantear aquí porque es un tema complejo, porque los procesos biológicos son de una enorme complejidad) son que los fenómenos que componen la vida, desde las células, los órganos y tejidos, los organismos, las especies y los ecosistemas, hasta la totalidad del ecosistema global que constituye la Tierra, están organizados en sistemas interconectados, cada uno de ellos integrados en otro sistema de rango mayor en los que todos, absolutamente todos sus componentes son necesarios para un funcionamiento equilibrado.
Que lo que mantiene la dinámica de la Naturaleza no es la competencia sino algo que podíamos llamar cooperación si no fuera un término antropocéntrico tan del gusto de los darwinistas y que prefiero denominar relaciones de interdependencia. Es decir, que la forma más adecuada de vivir en armonía con la Naturaleza ha sido la que ha mantenido el Hombre durante la inmensa mayor parte de su existencia sobre la tierra: el “colectivismo primitivo”, pero como es evidente que no parece razonable intentar volver a ese modo de vida, creo que se puede definir sucintamente el modelo social que más se ajusta a la forma, a los sistemas en que está organizada la Naturaleza con tres palabras: Autogestión y federalismo.
Diagonal
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De: Marti2 |
Enviado: 25/02/2013 05:16 |
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De: Marti2 |
Enviado: 25/02/2013 05:19 |
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De: kuki |
Enviado: 06/08/2013 06:51 |
LA FALACIA DE “LOS GENES” DEL COMPORTAMIENTO HUMANO
Máximo Sandín Dpto. de Biología, Fac. de Ciencias. U.A.M.
“ORÍGENES, TIPOS Y MANIFESTACIONES DE LA AGRESIVIDAD Y LA VIOLENCIA. PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES” Junta de Extremadura (Ed.) 1999
“Los ladrones tienen la mirada astuta, cejas pobladas, frente despejada y orejas salientes...”
Esta peregrina afirmación resultará, probablemente, ridícula al
hipotético lector, salvo que (como es el caso de quien esto escribe)
resulte una descripción irritantemente aproximada de su propio aspecto.
Sin embargo, se trata de una frase de un científico prestigioso de
finales del siglo XIX, el criminólogo italiano Cesare Lombroso, cuyos
tratados sobre la relación entre el aspecto físico y el comportamiento
delictivo alcanzaron una amplia difusión y aceptación.
Desde luego, el ambiente social y académico de la
Europa del siglo XIX era muy receptivo a teorías de este tipo. La
revolución industrial y la expansión colonial habían generado profundas
desigualdades, tanto entre los ciudadanos como entre las naciones. Para
explicar (justificar) esta situación eran muy bien acogidas por las
clases dominantes las “teorías científicas” que apoyasen la idea de que
la naturaleza de las desigualdades reside en nosotros mismos y no es una
consecuencia de la estructura de las relaciones sociales. Es decir, que
las diferencias existentes en riqueza y posición social serían la
manifestación directa de las desigualdades naturales en inteligencia y
capacidad entre los seres humanos. Nótese que todas las “teorías” que
tratan de justificar las desigualdades (y por tanto las superioridades)
humanas están elaboradas por los que se creen superiores (no existe
documentación histórica de afirmaciones de este tipo provenientes de un
sabio “indígena”, de un peón agrícola o de un santo ermitaño). Por
ejemplo, Sir Francis Galton, famoso científico británico del siglo XIX,
fundador de la eugenesia (mejora de la “especie”) hizo el
“descubrimiento” de que los grandes hombres eran, con gran frecuencia,
hijos de grandes hombres, lo cual, en la rígidamente jerarquizada
sociedad inglesa del siglo XIX, no deja de ser una hipócrita
justificación de la situación social. Probablemente, se puede encontrar
una calificación semejante para su sorpresa de que “exista cierto pesar, en su mayor parte inexplicable, por la extinción gradual de las razas inferiores”. Quizás
al lector le tranquilice el pensar que la lejanía del siglo XIX le
protege de estas ideas repugnantes. Pero la realidad es que nos
encontramos en un momento de rebrote y expansión de ideas “científicas”
de este tipo que, aunque más o menos enmascaradas con distintas
justificaciones, tienen el mismo origen, la misma falta de rigor
científico y, lo que es peor, posiblemente, las mismas intenciones. Cuando,
en los medios de comunicación, un prestigioso científico norteamericano
afirma solemnemente que se ha encontrado “el gen” que determina que la
madre sea cuidadosa con sus hijos, y que ese “gen” se hereda por vía
paterna, cualquier persona, no ya con grandes conocimientos científicos,
sino sencillamente razonable y consciente de la influencia de los
factores sociales, culturales e incluso de la situación personal sobre
las relaciones familiares, probablemente sonreirá pensando que es una
estupidez. Pero resulta extraño que, continuamente, aparezcan en los
medios de comunicación estupideces del mismo tipo comentadas seriamente
por “expertos” y avaladas por su publicación en importantes revistas
científicas, Así, nos encontramos, cada cierto tiempo, con el
descubrimiento de “los genes” de la homosexualidad, de la pertenencia a
tribus urbanas, de la ludopatía, del alcoholismo... La frase “lo lleva
en los genes” ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario coloquial
y, lo que es más dañino, periodístico. Por ejemplo, recientemente, el
titular “Genes toreros” encabezaba un artículo de un semanario de gran
difusión sobre un famoso matador, descendiente por vía paterna y materna
de toreros. Habrá que suponer que esos genes tendrán serias
dificultades para expresarse, por ejemplo, en Laponia o en Holanda, del
mismo modo que los (con toda probabilidad) pacíficos agricultores
antecesores de los componentes de “bandas urbanas”, tendrían tendencia a
agruparse, por ejemplo, en bandas de música, y que sus descendientes
habrían sustituido el fagot por el bate de béisbol, y el clarinete por
la navaja. Sin embargo, el trasfondo de estos “descubrimientos”,
dista mucho de ser cómico (sobre todo por la divulgación que se les da).
Cuando se habla de la herencia de comportamientos complejos que tienen
muy distintos orígenes (en algunos casos muy evidentes, como son el
ambiente y la tradición familiar en que se desarrolla el individuo) se
está produciendo en la población una gran confusión sobre la
justificación biológica de determinados comportamientos que tienen muy
diferentes (y en ocasiones dramáticas) justificaciones. Y, sobre todo,
se pretende eximir a la sociedad de responsabilidades, lo cual, puede
provocar en algunos una inquietante evocación de la “pseudociencia” del
pasado. Pero, cuando se oye hablar de la herencia biológica de
características como el estatus ocupacional, o la diferente capacidad
genética de distintos pueblos o “razas” para el progreso, (“conclusiones
científicas” que aparecen actualmente en textos académicos de gran
prestigio), nos encontramos con que los siniestros fantasmas del siglo
XIX no están tan lejos, y mucho menos, si se tuviese conciencia de que
las supuestas bases científicas sobre las que se sustentan tales
conclusiones tienen su origen en la visión mecanicista y simplista de la
Naturaleza de dicha época, y mantienen la misma deformación interesada
(cuando no la falsificación directa) de la realidad, en cuyo caso,
podríamos sentir su fétido aliento en nuestro mismo cuello. Llegados a
este punto, el lector (espero que al menos uno) se preguntará: pero,
¿tan terrible o tan dañina puede ser una teoría o una interpretación
científica? Efectivamente, del estilo algo melodramático de quien esto
escribe (bastante alejado del tono impersonal y “objetivo” de los textos
científicos) se puede deducir alguna actitud tendenciosa o cargada de
prejuicios ante el tema en cuestión. Para expiar este pecado, vamos a
recurrir a una somera visión histórica, basada en datos objetivos, del
nacimiento y de las consecuencias de la aplicación de estas teorías e
interpretaciones científicas en la sociedad, por si puede ofrecernos
alguna pista sobre su posible peligro futuro. Habrá que comenzar por
recordar que, cuando en la primera mitad del siglo XIX comenzaron a
expandirse las ideas que justificaban las desigualdades sociales en base
a las diferencias biológicas entre los individuos, teorías que han
recibido el nombre de “determinismo biológico”, surgieron voces
contrapuestas que afirmaban que el ambiente y las condiciones sociales
en que los individuos se desarrollaban eran responsables de gran parte
de esas diferencias; eran los llamados “ambientalistas”. Enseguida se
hicieron patentes los componentes ideológicos de estas distintas
interpretaciones: los ambientalistas eran de ideología progresista, es
decir, partidarios de la construcción de una sociedad que no favoreciese
la aparición de las grandes desigualdades sociales existentes y, en una
época en la que las diferencias ideológicas parecían bastante claras,
los deterministas, es decir, los partidarios de la idea de que el orden
social es una manifestación de la naturaleza intrínseca del hombre y,
por tanto, inmutable, se autodenominaban , sin ningún pudor,
conservadores. Entre los últimos, figuraban científicos tan
relevantes como Louis Agassiz, uno de los más famosos zoólogos
norteamericanos, catedrático de Harvard, quien, basándose en “evidencias
científicas” y objetivas escribió que “el cerebro de un negro es comparable al de un feto blanco de siete meses”,
o el ya mencionado Sir Francis Galton, que en su obra “El genio
hereditario”, “demostró” científicamente la herencia de la capacidad
natural humana. Por último, mencionaremos al filósofo y economista
inglés Herbert Spencer, que en su libro, publicado en 1851, “La estática
social”, acuñó el término “supervivencia del más apto” (más exactamente, “el más adecuado”)
para definir el motor de las relaciones económicas y sociales. Según
él, no debía existir ninguna protección de los gobiernos a las personas
que no hubieran logrado “triunfar” en la lucha por la riqueza, porque el
que no lo hubiese logrado era por que no era “apto”. En el bando
“ambientalista” no figuraban, por aquella época, científicos tan
prestigiosos y, por supuesto, ninguno consiguió alcanzar gran relevancia
social. Pero, lo que pareció el golpe de gracia para éstos se produjo
con la aparición en 1859 de la obra de Darwin "El origen de las especies
mediante Selección Natural" y con el llamado "redescubrimiento" de las
leyes de Mendel en 1900. Los deterministas encontraron argumentos
rigurosamente científicos para apoyar sus tesis. Entonces pasaron de la
justificación de la situación a los hechos... Pero, antes de recordar
cuáles fueron esos hechos, permítanme aportar algunos datos sobre el
rigor científico de tan trascendentales teorías: para seguir un orden
cronológico, comenzaremos por Darwin, el hombre del que todos hemos oído
hablar como el creador del concepto de Evolución que revolucionó la
Biología. Pues bien, aunque se puede rastrear el origen de dicha idea
hasta Empédocles, filósofo griego del siglo V a.C., el concepto de
Evolución en el sentido que le damos actualmente, de transformación de
unos tipos de organización viva en otros, es del Naturalista francés J.
Baptiste Lamarck en 1800, de modo que, a principios del siglo XIX, los
partidarios de la Evolución eran llamados Lamarckianos. Autores como
León Harris han identificado hasta 24 científicos evolucionistas
anteriores al "Origen de las especies", de los cuales, dos
especialmente, William Charles Wells en 1818 y Patrick Mattew en 1831,
habían definido claramente el concepto de "Selección Natural" también
atribuido a Darwin. Especialmente brillante fue el trabajo de Mattew
cuyos comentarios e ideas se aproximaron mucho a descubrimientos
actuales y habrían sido, sin duda, muy fructíferos de no haber sido
sepultados en el olvido. Entonces ¿a qué se debe el fulgurante (y
permanente) éxito de Darwin como "creador" de la Teoría de la Evolución
atribuida a su libro (cuya 1ª edición, a pesar de ser un libro
supuestamente científico, se agotó el primer día de su publicación)? Si
retornamos al contexto político y social de la Inglaterra del siglo XIX,
quizás encontremos una explicación: En pleno auge de la revolución
industrial, de la expansión colonial británica y de la consolidación del
liberalismo económico, el "Ensayo sobre el principio de población" de
Thomas Malthus, publicado en 1798 y ampliado en 1803, proporcionaba un
argumento de gran solidez científica al afirmar que el crecimiento
geométrico de la población en un mundo en que los medios de subsistencia
crecen aritméticamente impondría necesariamente una "lucha por la supervivencia".
Si a este irrefutable argumento, unimos la ya mencionada publicación en
1851 de la bien recibida obra de Spencer con su principio económico de
la "supervivencia del más apto", nos encontramos con un terreno
abonado para la idea de la Selección Natural como motor de progreso
evolutivo, y, por extensión, de progreso social. De hecho, tanto Darwin
como A.R. Wallace, a quien los textos oficiales atribuyen la
copaternidad de la teoría evolutiva (y que, al parecer, renunció a los
reconocimientos en un ejemplar acto de fair play británico), atribuyeron
a Malthus el mérito de la idea de la Selección Natural al
suministrarles el argumento de una lucha en la que sólo los más aptos
sobreviven. De hecho, en “El origen de las especies” Charles Darwin señala que su teoría “Es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal”. Esta
incorporación de principios sociales y económicos a una teoría
biológica, podría ser suficiente para responsabilizar a Darwin del
nacimiento (y, como consecuencia, de las aplicaciones sobre la
población) del “Darwinismo Social”. En última instancia, cada persona (y
muy especialmente cada científico) es responsable de lo que escribe y
publica. No obstante, el tópico “oficial” que nos han transmitidos sus
apologistas (y que los biólogos “adiestrados” en el culto a Darwin,
hemos repetido como una salmodia), es que Darwin se horrorizó ante el
uso social de su teoría, al cual era contrario (una afirmación
totalmente descalificada por su obra “El origen del hombre”, cuya
lectura recomiendo vivamente, especialmente a los darvinistas más
fervorosos). Pero permítanme un inciso para reproducir literalmente el
final de una carta de Darwin a un profesor de leyes de la Universidad de
Zurich, Heinrick Fick, partidario de la aplicación de la Teoría
Darwiniana a la legislación. En la citada carta, fechada el 26 de Julio
de 1872 en Beckenham, Kent, Darwin comentaba lo interesante que le había
parecido el ensayo elaborado por dicho jurista, en el que sugería que
el gobierno debería imponer restricciones al matrimonio de los
individuos “no aptos” para el servicio militar.
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De: kuki |
Enviado: 06/08/2013 06:51 |
También utilizaba el Darwinismo para oponerse a los intentos de crear una igualdad socioeconómica, “porque esto puede beneficiar a los débiles y conducir a la degeneración”. Darwin finaliza su carta con estas palabras:
“... Me gustaría mucho tener la ocasión de
discutir con usted un punto relacionado, si se consolida en el
continente, en concreto la idea en que insisten todos nuestros
sindicatos, de que todos los trabajadores, los buenos y los malos, los
fuertes y los débiles, deben trabajar el mismo número de horas y recibir
las mismas pagas. Los sindicatos también se oponen al trabajo a
destajo, (en suma, a toda competición). Me temo que las sociedades
cooperativas, que muchos ven como la principal esperanza para el futuro,
igualmente excluyen la competición. Esto me parece un gran peligro para
el futuro progreso de la humanidad. No obstante, bajo cualquier
sistema, los trabajadores moderados y frugales tendrán una ventaja y
dejarán más descendientes que los borrachos y atolondrados. Con mis mejores agradecimientos por el interés con que he recibido su ensayo, y con mi respeto, quedo, querido señor.
Suyo sinceramente Ch. Darwin.”
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De: kuki |
Enviado: 06/08/2013 06:52 |
En definitiva, y aunque en este caso no se trate de un objetivo dato
histórico, sino de una deducción, cabe sospechar que la aceptación de la
llamada Teoría Darwinista de la Evolución (cuyos aspectos científicos
fueron repetidamente planteados con anterioridad por otros autores) pudo
deberse más a una magnífica acogida social (naturalmente limitada al
sector social susceptible de adquirir y valorar su obra) que a sus
aportaciones científicas (a pesar de que la leyenda “oficial” ensalza su
heroica defensa de la “verdad científica” ante la beligerante reacción
de la conservadora jerarquía anglicana contra el origen animal del
hombre). De hecho, un considerable sector de científicos europeos de su
época no aceptaron dichas "aportaciones". Y el motivo era muy obvio: la
Selección Natural, extrapolación tanto de criterios económicos como de
la actividad de los ganaderos para conseguir variedades más rentables de
ganado, podía conseguir, al igual que éstos últimos, variaciones dentro
de una especie (ovejas con patas muy cortas o perros de tamaños muy
variados), pero no explicaba los complicados cambios realmente
evolutivos como la transición de pez a anfibio o reptil. De hecho, el
mismo Darwin en su segundo gran libro "El Origen del Hombre" escribió "...
pero ahora admito que en ediciones anteriores del mi "Origen de las
Especies" probablemente atribuí demasiado a la acción de la Selección
Natural o a la supervivencia de los más aptos... Antes no había
considerado de manera suficiente la existencia de muchas estructuras que
no son beneficiosas ni dañinas, y creo que ésta es una de las mayores
omisiones hasta ahora detectadas en mi obra." Es decir, ni siquiera
las variaciones dentro de una especie pueden ser directamente
atribuidas a una mayor o menor "aptitud". Es más, los recientes y
rigurosos estudios del registro fósil, han puesto de manifiesto que las
especies existen sin cambios, o con cambios poco importantes durante
millones de años y que los que sobreviven no son "los más aptos" sino
simplemente los aptos, es decir, los individuos normales. En este
contexto, los cambios evolutivos han mostrado ser unos procesos muy
bruscos y de una gran complejidad morfológica, al afectar,
simultáneamente a muchos caracteres interdependientes (proceso
inevitable, ya que los hipotéticos pasos intermedios o "eslabones
perdidos" que se han buscado infructuosamente desde mucho antes de la
"Teoría Darwinista", serían inviables). Por ejemplo, el paso de pez a
anfibio cuadrúpedo requiere cambios, no sólo en las extremidades, sino,
al mismo tiempo unas sólidas cinturas escapular y pélvica para el
anclaje de éstas que, simultáneamente, requieren una fuerte columna
vertebral, al mismo tiempo que fuertes costillas que sujeten las
vísceras (que en peces "flotan" en su medio acuático). En definitiva, un
proceso en el que la Selección Natural, actuando gradualmente sobre
variaciones al azar dentro de una especie, tiene muy poco que explicar. Podíamos
concluir, por tanto, (junto con muchos otros científicos coetáneos y
posteriores a Darwin), que la teoría de la Evolución mediante Selección
Natural es un producto directo de las concepciones económicas y sociales
de su época, que pretende convertir en "ley general" un proceso
limitado en el tiempo y en el espacio (las variaciones dentro de una
especie) y que, ni siquiera en estas limitadas condiciones, tiene
suficiente poder explicativo. Precisamente por esto, a pesar de su éxito
social, estuvo sometida desde el principio a un creciente número de
objeciones en el ámbito científico, hasta que una nueva simplificación
de los procesos biológicos llegó en su ayuda: la Genética mendeliana. En
los libros oficiales de texto se describe este hecho como "el
redescubrimiento de la leyes de Mendel", lo cual nos llevaba a pensar en
la romántica idea del "genio incomprendido": el modesto abad agustino
de la ciudad de Brno en Checoslovaquia, que en 1866 descubrió las
famosas tres "leyes" de la Genética, pero que permanecieron en el
anonimato hasta que el mundo científico las redescubrió en 1900 y las
reconoció como ciertas. Y así se han transmitido de un libro de texto a
otro hasta la actualidad. Pero cuando se bucea en los libros bien
documentados de Historia y Filosofía de la Ciencia (una materia
desconocida en la mayor parte de las Facultades de Ciencias y, por
supuesto, ausente totalmente del currículum académico de los actuales
descubridores de "genes") se comprueba que la historia fue otra: los
descubrimientos de Mendel no pasaron, en absoluto, desapercibidos en el
ámbito científico. Simplemente fueron rechazados porque no eran
reproducibles en su totalidad y porque no explicaban procesos más
complejos que ya eran conocidos. Pero también porque los científicos
dedujeron, acertadamente, que Mendel había falsificado sus resultados.
Echemos un rápido vistazo a sus "leyes" y a sus experimentos: la primera
era que en el patrimonio genético de todo individuo, todo carácter
(como el color verde o amarillo de las semillas de los guisantes con que
experimentó) está presente en dos formas posibles (que ahora se llaman
alelos) de las que una es la forma dominante y la otra es recesiva, de
manera que si están presentes los dos alelos en un individuo, éste
manifiesta el carácter dominante. La segunda afirmaba que cuando dos
individuos se aparean, los distintos alelos (dos por individuo) se
combinan al azar. La tercera, extensión de la segunda, era que cuando se
cruzan dos individuos que difieren en una gran cantidad de caracteres,
todos estos se mezclan de una forma independiente. Lo que hizo sospechar
a los científicos era la afirmación de Mendel de que había estudiado
siete caracteres diferentes sobre veintidós variedades de plantas que,
según él, diferían sólo en un carácter (por ejemplo, semilla lisa o
rugosa) y que los restantes seis eran idénticos, lo cual resultaba muy
sospechoso, ya que entonces se sabía que muchos caracteres dominantes
van asociados a otros que pueden ser recesivos y se transmiten juntos
(lo que ahora se conoce como “ligamiento”). La realidad es que, como se
descubrió más tarde, los guisantes tienen siete cromosomas y, por
casualidad, Mendel encontró dos variaciones (amarillo-verde y
liso-rugoso) que estaban situadas, en el quinto cromosoma el color, y en
el séptimo la forma de la semilla. El resto de caracteres estaban
distribuidos, tres en el cromosoma cuatro y dos en el cromosoma uno, por
lo que difícilmente se habrían transmitido de forma totalmente
independiente. La conclusión fue que había elaborado sus “leyes”, no con
sus experimentos, sino calculando numéricamente cómo sería la
transmisión si todos los caracteres se transmitieran como el color y la
forma de la semilla. Hoy sabemos que los genes no resultan
independientes entre sí y que lo que los padres transmiten a sus hijos
no son genes individuales, sino trozos de cromosoma. Pero además los
genes son, muchas veces, enormes y complejos segmentos de ADN, que en
muchas ocasiones no están en forma de dos alelos alternativos, sino que
hay múltiples variantes (a veces decenas); que la expresión de los genes
está controlada y modificada por más de 20000 proteínas reguladoras
que, a su vez, se autorregulan entre sí; que una gran parte de los
genomas están formados por elementos móviles (secuencias de ADN que
pueden cambiar de posición de una generación a otra) que, por ejemplo en
el hombre, constituyen más del 45% de su material genético; que la
mayoría de los caracteres biológicos importantes están condicionados por
varios conjuntos de genes que interactúan entre sí (los genes
homeóticos) y que controlan simultáneamente grupos complejos de tejidos y
órganos. Por ejemplo, un sistema de este tipo es el responsable de la
formación en el embrión de todos los vertebrados de las extremidades y
del sistema urogenital (lo cual no concede muchas oportunidades a la
Selección Natural, actuando gradualmente sobre mutaciones aleatorias
para producir cambios evolutivos). Y, por último, que los escasos
caracteres que se transmiten según el modelo mendeliano típico, son
matices como defectos en la producción de ciertas proteínas, lo que
produce diferencias en color o rugosidad de semilla de guisante (y ni
siquiera esto está claro, porque parece ser que en el segundo carácter
está implicado por un elemento móvil o transposón), pero nunca
caracteres complejos. En definitiva, nos encontramos con que el
Mendelismo comparte con el Darwinismo la característica de convertir en
ley general unos sucesos restringidos y ocasionales. De hecho, en las
explicaciones que se encuentran en los libros científicos sobre ambas
teorías, las dos tienen en común un número de excepciones y variaciones
que supera, con mucho, los datos que las confirman. Entonces, ¿qué
sentido tiene hoy la búsqueda de “el gen” de la agresividad o de la
ludopatía? ¿es sólo para buscar una justificación biológica a
determinados comportamientos? Por si la historia nos puede dar una
pista, volvamos a los inicios del siglo XX y a la aplicación práctica de
estas teorías. Habíamos dejado a los “deterministas” recibiendo con alborozo los descubrimientos científicos de “la supervivencia del más apto” y la transmisión simple de las características biológicas.
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De: kuki |
Enviado: 06/08/2013 06:52 |
Enseguida se pusieron manos a la obra para su “aplicación” en la
sociedad. De la justificación “moral” y “racional” de los privilegios
pasaron a la actuación contra los desfavorecidos. En 1907 fue aprobada
en Indiana la primera ley eugenésica, cuyo preámbulo decía: “considerando
que la herencia tiene una función de la mayor importancia en la
transmisión de la delincuencia, la idiotez y la imbecilidad...” Cuatro años más tarde, la asamblea legislativa de Nueva Jersey añadió a la lista “debilidad mental, epilepsia y otros defectos” y dos años más tarde el parlamento de Iowa a “los lunáticos, borrachos, drogadictos, perversos sexuales y morales, enfermos morbosos y personas degeneradas”.
En 1930 las leyes eugenésicas se habían establecido en treinta y un
estados norteamericanos con las dramáticas consecuencias de la
esterilización, según cifras oficiales, de más de sesenta mil personas.
Uno de los más tempranos frutos de estas leyes, fueron los terribles
sucesos de la Alemania nazi, ya que la idea de superioridad de unos
hombres sobre otros y el concepto hereditario de la naturaleza humana
son fundamentales para las ideologías fascistas. Con la promulgación de
la “Ley de Sanidad Genética”, el 13 de julio de 1933, en Alemania, se
esterilizó a más de doscientas cincuenta mil personas durante su período
de vigencia... Ya sabemos cuál fue el siguiente paso. Sin embargo,
las consecuencias de estas “teorías científicas” no se detuvieron en
1945. En 1972, se descubrió que un mínimo de dieciséis mil mujeres y
ocho mil hombres habían sido esterilizados por el Gobierno de Estados
Unidos. De ellos, trescientos sesenta y cinco eran menores de veintiún
años y un elevado porcentaje eran negros. En 1974 catorce estados tenían
en estudio propuestas legislativas que exigían la esterilización de las
mujeres dependientes de la seguridad social. En esas fechas, el fiscal
general de Estados Unidos, William Saxbe, declaró que “los genes determinantes del comunismo tienden a manifestarse con mayor frecuencia en familias judías”. Los
ejemplos de utilización aberrante de “conceptos científicos” derivados
de las simplificaciones Darwinista y Mendeliana han sido variados, pero
todos tienen en común el resultado de la opresión de los poderosos (y
entre éstos de los más fanáticos y brutales), sobre los débiles y
marginados, y que causaron mucho sufrimiento e injusticias. Este es
el caso de otra falacia derivada de las anteriores, la supuesta mayor
agresividad de los hombres con dos cromosomas “Y” en su patrimonio
genético, que justificó durante años experimentos y maltratos en
prisiones y manicomios. Otra simplificación con el mismo origen, fue
la evaluación del llamado “cociente intelectual” (IQ) mediante tests, a
los emigrantes que, huyendo de la miseria o de la persecución política,
llegaron hacinados en penosos viajes a la isla de Ellis en Nueva York.
Según el psicólogo Henry Goddard, los resultados “científicos” de esta
evaluación eran los siguientes: “el 85% de los judíos, el 80% de los húngaros, el 79% de los italianos y el 87% de los rusos eran débiles mentales.”
Conclusiones como éstas provocaron la repatriación de un gran número de
individuos y muchos de ellos murieron en el puerto de Nueva York al
arrojarse desde el barco. Naturalmente, los emigrantes británicos, que
no tenían problemas ni con el idioma ni con las convenciones y
prejuicios culturales con que estaban elaboradas las preguntas del test
(por ejemplo elegir entre una mujer rubia y delicada y una morena y
regordeta, considerada esta última la respuesta errónea) no mostraron
esa gran proporción de “taras genéticas”. Mediante experimentos de esta
solidez, L.M. Terman, fundador del “movimiento americano de valoración
psicológica”, encontró que un IQ entre 70 y 80 era “muy común en
familias hispanoamericanas, indias y mejicanas... y también en las
negras. Parece que la causa de su estupidez es racial o, al menos,
atribuible a condiciones innatas de sus familias... y, desde el punto de
vista eugenésico, el hecho constituye un grave problema debido a la
elevada proliferación de estas gentes.” Pero, una vez más, el siguiente paso de la estúpida creencia de la propia superioridad, es la llamada a la acción: “si
tratamos de conservar nuestra patria para un pueblo que la merezca,
debemos impedir, en la medida de lo posible, la propagación de la
degeneración mental reduciendo su alarmante aumento.” El “modus
operandi” lo aportó en 1972 William Shockley, de la Universidad de
Stanford, y premio Nobel de Física, que fue el que redactó la
proposición de ley pidiendo la esterilización de aquellas personas cuya
calificación de IQ fuera inferior a 100; y propuso comenzar este
programa con personas dependientes de la seguridad social, a cambio de
una compensación económica. Uno de los más llamativos (y alarmantes)
aspectos de este siniestro fenómeno, es la colaboración de ciertos
científicos para la justificación “racional” de unas persecuciones de
las que, naturalmente, ellos se sentían a salvo. Por ejemplo, otro
premio Nobel (en este caso por sus estudios en comportamiento animal),
Konrad Lorenz, al que los biólogos recordamos como un venerable anciano
al que la ocas, convencidas de que era su madre, seguían
disciplinadamente por su granja experimental, hacía un canto al
Darwinismo desde la Alemania nazi en 1940, cuando ya estaban en marcha
las prácticas genocidas: “En el proceso de civilización, hemos
perdido ciertos mecanismos innatos de liberación que normalmente
persisten con objeto de mantener la pureza de la raza: alguna
institución humana debe seleccionar la fortaleza, el heroísmo, la
utilidad social,... si es que el sino de la Humanidad, carente de
factores selectivos naturales, no va a ser la destrucción por la
degeneración que el proceso de domesticación lleva consigo. La idea de
raza como base del estado ya ha obtenido buenos resultados en este
respecto.” Los datos históricos sobre la implicación y la
responsabilidad directa de científicos en actos criminales no son
escasos, pero aún más dramático es el hecho de que científicos honestos
colaboren de buena fe en actividades semejantes sin tener conciencia de
que sus “observaciones objetivas” están impregnadas, tanto del
dogmatismo con el que han recibido su formación (en la que, por ejemplo,
cualquier duda sobre el Darwinismo es objeto de anatema), como del
entorno y presiones sociales y culturales en que se producen. En el
creciente auge del determinismo, que se puede constatar en la continua
publicación del descubrimiento de genes responsables de comportamientos
“anormales” o “antisociales” están implicados multitud de especialistas
adiestrados, desde temprana edad, en las obsoletas creencias científicas
que hemos comentado, y convencidos de que las enormes sumas que se
invierten en sus investigaciones (tras las cuales siempre hay, más
enormes aún, intereses comerciales) están encaminadas hacia el bien de
la Humanidad (lo cual les resultaría poco creíble si tuvieran conciencia
de cuanto sufrimiento, cuanta hambre y cuantas muertes se podrían
evitar en el Mundo con esas cantidades de dinero). Pero más
descorazonador les resultaría el comprender que sus resultados, muy
probablemente, sean tan falsos o, al menos, tan deformados como las
bases científicas sobre las que se apoyan: los recientes descubrimientos
sobre la variabilidad y complejidad de la expresión genética y de la
cantidad de factores implicados, ha hecho escribir a alguien (disculpen
mi mala memoria, pero era alguien que sin duda sabía de lo que hablaba)
que “pretender comprender al hombre conociendo su genoma, es tan estúpido como intentar aprender un idioma memorizando su diccionario”.
Las complicadas interacciones entre distintos grupos de genes, entre
éstos y la multitud de proteínas reguladoras y la influencia sobre todo
ello de factores ambientales, sigue siendo, en su mayor parte, un
misterio para la Ciencia.
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De: kuki |
Enviado: 06/08/2013 06:54 |
Y especialmente misteriosas y desconocidas son las increíbles
capacidades del cerebro humano, cuya plasticidad y potencialidades (muy
diferentes y superiores al funcionamiento de un computador que les
atribuye la mecánica Darwinista) no tienen explicación posible desde el
punto de vista de “adaptación al ambiente”. Por eso son igualmente
difíciles de explicar científicamente, tanto las creaciones de Mozart,
como el origen de comportamientos “antisociales”. Sobre todo, porque el
hecho de que las supuestas valoraciones se realicen “a posteriori” (es
decir, sin conocer su verdadera historia) las invalida científicamente. Por
tanto, una de las explicaciones posibles del auge de los
“descubrimientos” deterministas, teniendo en cuenta su escaso rigor
científico, y una vez descartada la responsabilidad de los ingenuos
especialistas adiestrados, puede ser la existencia tras ellos de
“oscuros intereses”. Como nos ha mostrado la Historia, la mala
conciencia que, sin duda, les acosa, obliga a que los “oscuros
intereses” necesiten de teóricos que los justifiquen tanto moral como
racionalmente. Si mi “acientífica” intuición no me engaña, no arriesgo
mucho al suponer que el inquieto (pero, sobre todo desocupado) lector
que haya llegado hasta aquí, ha deducido que ya los tienen. En efecto,
en 1975 se publicó el libro “Sociobiología: la Nueva Síntesis” del
Catedrático de Zoología de Harvard E.O. Wilson. El sustrato social
previo y su repercusión fueron la más perfecta extrapolación posible de
la época y del contexto que rodeó la publicación de la obra de Darwin.
El despliegue de prensa y medios audiovisuales que acompañó a su
publicación fue impresionante: se le concedieron entrevistas en
distintos medios, entre los que figuraban las revistas “People”, “The
New York Times Sunday Magazine”, e incluso en “House and Garden”. Por
supuesto, la repercusión de esta obra en muy variados ámbitos académicos
y lo que es peor, en muchos textos escolares, está actualmente en un
momento de esplendor. El motivo de ese éxito fue, que mediante
argumentos directamente derivados de los estudios de Konrad Lorenz y una
impecable y tendenciosa interpretación darwinista del comportamiento
animal, llegaba a la conclusión fundamental de que el comportamiento
social humano es sólo un ejemplo especial de categorías más generales de
comportamiento y organización social del reino animal. En consecuencia,
tanto los comportamientos individuales como los de grupo (léase pueblos
o “razas”) han evolucionado como resultado de la adaptación dirigida
por la Selección Natural. De lo cual se deduce que los que no triunfan
es por ser menos aptos. Comportamientos como la xenofobia, la
territorialidad, el conformismo, la religión, etc., son así
perfectamente explicables en términos adaptativos... Pero, por si
quieren tener una visión más concreta y resumida de los componentes
culturales e ideológicos de su teoría, me limitaré a mencionar que entre
las “virtudes” humanas resultantes del proceso de Selección Natural
figuran la agresividad, la competición, la división del trabajo, el
núcleo familiar, el individualismo y la defensa del territorio nacional.
Resulta, al menos, curioso, que los comportamientos sociales que
resultan ser “naturales” tengan notables coincidencias con los “valores”
dominantes en la cultura de la sociedad de mercado de la que el autor
procede. “Coincidencias” semejantes se pueden encontrar en otro
prestigioso teórico, el zoólogo británico Richard Dawkins, que, en otro
curioso paralelismo con la aportación de la genética mendeliana a la
teoría general, publicó por primera vez con enorme éxito en 1976 un
libro (reeditado y ampliado con posterioridad) con el título “El gen
egoísta” según el cual, la unidad de evolución es “el gen”
(posteriormente ampliado a “o fragmento de ADN”), cuyo objetivo es “alcanzar la supremacía sobre los otros genes”. Los organismos, seríamos utilizados por los genes como “máquinas de supervivencia”, y las relaciones entre los seres vivos se producirían guiadas por este principio: “Toda máquina de supervivencia es, para otra máquina de supervivencia, un obstáculo que vencer o una fuente que explotar”.
(Por si mi opinión personal puede resultar de algún interés al lector,
considero necesario hacer notar que entre las muchas cosas que ambos
“teóricos” comparten, destaca una magnífica opinión de sí mismos
(constatable en las múltiples entrevistas que siguen concediendo) junto
con un notable desconocimiento de la genética actual, lo cual hace más
sorprendente el éxito del segundo entre muchos genetistas (la mayoría,
si revisamos los artículos de las más prestigiosas revistas
científicas), que intentan explicar las complejas interrelaciones del
material genético en términos de “ADN egoísta”). Bien. Ya tenemos la
explicación científica de la situación. Ya podemos “comprender” por qué
se han producido las escalofriantes diferencias en el reparto de la
riqueza en el mundo, publicadas recientemente por la ONU. También
tenemos una explicación científica para las crecientes desigualdades
sociales que se producen en los llamados países desarrollados. ¿Cuál
será el siguiente paso? Por si puede servir de consuelo al lector,
las corrientes científicas derivadas del darwinismo social aún no han
triunfado totalmente (aunque si quieren que sea realista, tienen todas
las de ganar). Las opiniones en contra, basadas en rigurosos análisis
científicos, se vienen produciendo desde 1975, durante el nacimiento de
la última ofensiva determinista y en pleno “ojo del huracán”. Grupos
formados por genetistas y otros científicos norteamericanos, protegidos
en el anonimato de candorosas asociaciones como “Ciencia para el pueblo”
o “Acción política de científicos e ingenieros” (podrán suponer que
ninguno de ellos alcanzó gran proyección social y menos un premio Nobel)
vienen alertando de los riesgos de una “sociedad planificada” en la que la contribución de las Ciencias Naturales y Sociales consista en decir a la gente “qué es lo que pueden y no pueden hacer”,
vaticinio cuya exactitud estamos comprobando en la persecución actual
de los comportamientos “no saludables” y en el auge de lo “políticamente
correcto” y, lo que aún es más preocupante, en la propuesta,
proveniente de prestigiosos científicos, de que cuando se finalice la
secuenciación del genoma humano, prevista para el 2003, todos los
ciudadanos llevemos, obligatoriamente, un “carnet” con nuestras
características genéticas. (Un evidente motivo para esta preocupación es
que, en Dinamarca, ya se ha planteado la posibilidad de que los
ciudadanos sean “chequeados” genéticamente antes de obtener un empleo). En
la actualidad, desde distintas corrientes biológicas (por supuesto
marginales o, al menos, no preponderantes), y desde otros campos
científicos, se están levantando voces que acusan al determinismo (cuyos
partidarios se autoproclaman “objetivos y apolíticos” incluso algunos
“progresistas”) de ocultar, bajo su pretendido realismo, una gran dosis
de cinismo, porque su falacia (que sigue manteniendo la vieja práctica
de explicar fenómenos naturales complejos a partir de deducciones
simplistas) contribuye al mantenimiento del “status quo” en lugar de
proponer soluciones sociales. En 1993 Paul Billings, genetista de la
Universidad de Stanford, escribía: “Conocemos las causas de la
violencia en nuestra sociedad: la pobreza, la discriminación, el fracaso
del sistema educativo. No son los genes los que provocan esta
violencia, sino el sistema social”. Hoy sabemos que las
características morfológicas y fisiológicas de los hombres se heredan de
una forma compleja, difusa y, a veces, sorprendentemente variable.
También sabemos que el funcionamiento y la plasticidad del cerebro
humano (el de todos los seres humanos) son en su mayor
parte un misterio, pero que la enorme complejidad de su actividad está
muy modelada por las influencias recibidas por el individuo a lo largo
de su vida, incluidas las etapas finales del desarrollo prenatal. También
hemos podido comprobar que, dentro de cada población, existen
diferencias en las capacidades física e intelectual (aunque
especialmente ésta última no se puede valorar sin conocer totalmente la
historia individual). Pero, aún en el caso de que estas diferencias
fueran reales, jamás serían suficientes para explicar las enormes
diferencias en las expectativas de vida entre los hombres, generadas por
un modelo económico cuyas raíces están indisolublemente unidas a las
del modelo científico que pretende justificarlas. Por eso, es un
deber moral ineludible, para los científicos conscientes de esta
situación, la búsqueda premeditada de un modelo alternativo que, como
hemos visto, difícilmente puede estar totalmente desligado del contexto
social, por lo que, necesariamente, esta búsqueda ha de estar unida (tal
vez precedida) a la intención de conseguir una sociedad más justa. Posiblemente,
lo más coherente con lo anteriormente planteado, sería terminar con una
dramática llamada a la sociedad a un compromiso con este cambio. Pero
ya sabemos que nosotros (particularmente nosotros) vivimos “el menos
malo de los sistemas posibles” (¡qué enorme poder de moldeamiento de las
mentes tienen los “oscuros intereses”!), en el que la “igualdad de
oportunidades” figura, desde su origen, como el máximo logro. Y que los
criminales lo son de nacimiento, o porque quieren, y los marginados son
los “no competitivos” (es su problema). Por eso, apelaré a un
sentimiento más individualista, citando una frase atribuida a Bertolt
Brecht relativa al posible “siguiente paso” (conveniente por si algún
lector que no tiene todos los “genes del comportamiento políticamente
correctos” puede, al menos, tomar precauciones): “Primero fueron por
los judíos, y no me sentí aludido. Después, fueron por los gitanos, y
no me inmuté. Luego fueron por los comunistas, y no hice nada. Cuando
vinieron por mí, ya era demasiado tarde.”
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De: Marti2 |
Enviado: 03/10/2014 05:07 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:48 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:49 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:50 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:51 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:51 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:53 |
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De: Marti2 |
Enviado: 18/10/2014 23:54 |
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