Es un hombre orquesta. Vive entre dos ciudades, habla siete lenguas,
tiene dos hijos. Traduce, prologa, hace crítica literaria y crónica.
Llega a la plaza tocando la guitarra y la armónica. Revisa manuscritos,
es promotor cultural e imparte conferencias. Se coloca en el centro y la
gente empieza a rodearlo. Escribe cuento, teatro, novela y ensayo (y ha
recibido premios en todos esos géneros). Carga en la espalda un gran
bombo que hace sonar con un golpeador conectado a un pedal de pie (a los
niños les encanta, abren bien los ojos). Es profesor de tiempo completo
en la Universidad Iberoamericana, investigador del Centro de Estudios
Cervantinos, y titular de la cátedra Rosario Castellanos, en la
Universidad Hebrea de Jerusalén. La plaza ya está llena, algunos bailan,
otros le toman fotos y aplauden cuando hace sonar los dos
platillos atados entre sus rodillas. Viaja, cocina, dibuja. Corrige
tesis, da entrevistas, habla en la radio. Deja la guitarra, toca un
pequeño violín, el público sonríe. Un pandero atado al pie, un ex
diplomático, una maraca atada a su muñeca, uno de los representantes del
movimiento literario del Crack, y el gran final: deja de moverse, se
queda en silencio y silba, solo silba, el integrante más joven de la
Academia Mexicana de la Lengua.
¡La plaza aplaude!
Cuando los niños se acercan a saludarlo, recuerdo que Nacho Padilla
también escribe para ellos. Ganó el Premio Nacional de Cuento Infantil
Juan de la Cabada (1994) por su cuento Las tormentas del mar embotellado y el Premio Nacional de Obra de Teatro para Niños (2008) por La maquinota. Traduce
al español al éxito de ventas inglés, el escritor Kevin Brooks; es un
gran lector de clásicos juveniles y un explorador de monstruos, y sueña
con escribir un cómic.
Pero la definición de diccionario de Nacho no es la de hombre
orquesta, ni intelectual, ni académico: “soy un contador de historias,
un físico cuéntico, escribo porque no podría no escribir, porque estoy
enfermo de escribir, porque me hace muy feliz contar y leer historias”.
¿Cuál es la principal diferencia que identificas entre escribir para niños y escribir para adultos?
Las historias para adultos las escribo sin pensar demasiado en quién
las leerá. En cambio, en una historia para niños siempre tenemos
presente a un lector fantasma que escribe junto a nosotros: un lector
que es el niño que fuimos, con quien debemos estar en constante
conversación mientras vamos escribiendo cada palabra, cada frase.
¿Cómo enganchas a un niño en una historia?
La verdad es que no lo sé. Me planteo el reto de escribir un libro
que a mí me hubiera gustado leer, o un libro que tenga las sorpresas, el
humor, el amor y el lenguaje que tenían los libros que a mí me
engancharon cuando era niño.
¿Qué opinas de la producción actual de LIJ en Latinoamérica?
La literatura para niños en América Latina está en un magnífico
estado de salud. Hay autores extraordinarios y muy sabios. Además, hay la enorme ventaja de que contamos con los mejores ilustradores del mundo y que se les da su
merecido lugar en el trabajo de escritura y edición. En pocos lugares
del mundo se reconoce que la ilustración en libros para niños es tan
importante como la escritura.
Ilustración de Trino para Por un tornillo (Padilla, FCE, 2009).
¿Existe una literatura juvenil?
No creo en la literatura juvenil. Creo en literatura universal que es
más o menos atractiva para lectores jóvenes. Ni Cortázar ni Stevenson,
por ejemplo, son considerados meramente literatura juvenil por el hecho
de que gusten a los jóvenes.
¿A qué jugabas cuando eras niño? ¿A qué juegas ahora?
Antes y ahora jugaba en serio a escribir, a contar historias y a
disfrutar que me las contaran. Desde luego, antes jugaba futbol y ahora
ya no lo hago. Jugaba juegos de mesa como Risk y Estrategia Submarina, a
los que estoy volviendo ahora para jugarlos con mis hijos.
¿En qué creías?
Creía en mi país y en un futuro glorioso para mi país. Creía en un Dios bastante distinto del Dios en el que creo ahora.
¿A qué le tenías miedo?
Al infierno y al diablo, a la muerte y al dolor y a la guerra.
¿Qué momento viviste que juraste que era magia pura?
El momento en que leí El Conde Montecristo y Pedro Páramo.
Trino para Por un Tornillo (FCE, 2009).
¿De dónde vienen tus historias? Por ejemplo ¿cómo surgió el cuento Por un tornillo?
Nunca sé de dónde surgen mis ideas, quizás una mañana despierto con
una fotografía mental y, a partir de esa foto, escribo una historia. En
este caso esta imagen es la de una enorme máquina en medio de la selva.
Me pregunto de dónde salió esa máquina, para qué sirve, quién la puso
ahí… pero creo que nunca respondo las preguntas del todo, cada lector
debe hacerlo.
¿Qué es esta máquina?
La máquina es patrimonio de la humanidad, es la octava maravilla del
mundo y hasta el presidente le envió una medalla. Los habitantes limpian
la máquina, la enjabonan, le hacen himnos. Pero, ¿qué es exactamente?
eso cada quién lo decide después de leer el libro.
Trino, Por un tornillo (FCE, 2009).
¿A quién se parecen tus personajes?
Todos tienen pedazos de gente que conozco, de mis amigos, de mis
hijos… Tengo dos hijos, Constanza, y Esteban. A ellos les cuento
historias todo el tiempo, han leído y escuchado mis historias desde
antes de nacer y son mis principales críticos. Ellos fueron los primeros
en leer Por un tornillo y los primeros en tener el libro impreso.
¿Qué sueños te faltan cumplir?
Me gustaría dirigir una película y hacer un cómic.
PRESÉNTATE CON UN NIÑO
Me llamo Ignacio Padilla, todos me dicen Nacho. Nací en la Ciudad de
México pero vivo en Querétaro. Me gusta mucho leer y viajar. He vivido
en África, España, Escocia, Inglaterra, Italia, pero siempre he vuelto a
mi patria y siempre he estado haciendo una cosa que es lo mismo que
viajar: escribir. Me gusta mucho cocinar y como de todo, salvo
mantequilla de cacahuate, pero me atrevo a probar de lo más extraño.
Disfruto mucho dar clases; me gustan los monstruos, los héroes, el cine,
las historias de terror y las historias románticas y el cine de
animación. No puedo estarme quieto mucho tiempo.
El escritor orquesta continúa por otro rincón de la plaza. Un nuevo
público se reúne a escuchar al maestro por la Universidad de Edimburgo y
doctor por la Universidad de Salamanca; cambia la guitarra por el
acordeón; asesor de cultura del gobierno del Estado de Querétaro y
profesor visitante de la Universidad de las Américas Puebla; improvisa
con todos los instrumentos, nadie reconoce la melodía; un joven que fue
prisionero de muerte en Tanzania y tesista linchado en Salamanca; el
público se empieza a ir; realidad y ficción se mezclan con los platillos
en sus rodillas, el bombo en su espalda, el diablo y Cervantes, las
tribus perdidas, el pandero y la armónica.
Y luego silencio. El hombre deja de tocar. Se libera de todos los
instrumentos y camina, otra vez, hasta el centro de la plaza. La gente
lo mira, vuelve a reunirse a su alrededor. Nacho carraspea, mueve los
brazos y empieza a contar un cuento.
PARA LEER A NACHO
Por un tornillo
Ignacio Padilla. Ilustraciones: Trino. FCE.
Los habitantes de este pueblo creen que el mundo se acabará porque a
una máquina que adoran se le perdió un tornillo (¡y arman un
escándalo!). Es ridículo… pero el cielo se nubla y truena y todo parece
indicar que sí podría haber una catástrofe. ¿Quién es el culpable?
¿Ubaldo Guitarras, Teolinda la cirquera o el Alcalde Rojo? ¿Y si en el
fondo solo es una historia de amor? Descubran, mientras se desternillan
de risa, quién está detrás del tornillo perdido y si los habitantes de
este pueblo consiguen sobrevivir. De lectura ágil, llena de referencias y
símbolos, este libro divertirá a los pequeños lectores con uno de los
temas que obsesionan a Padilla: el fin del mundo. Una versión de
Apocalipsis llena de humor, anclada en lo absurdo y naif. Se nota el
gozo del autor por los juegos de lenguaje, el bautizo de personajes y la
metaficción. Propone que cada lector se apropie del mundo con sus
palabras y haga menos escándalo cuando la vida parece derrumbarse, solo
por un tornillo.
Cuando supimos que el tornillo se había perdido comenzamos a
prepararnos para el fin del mundo. Desde hacía siglos sabíamos que cosas
terribles ocurrirían cuando la máquina dejara de funcionar. Lo decían
mis abuelos y los abuelos de mis abuelos. Lo decían los valientes de don
Sancho de la Chatarra y hasta los caníbales que se hicieron amigos de
los hombres de don Sancho de la Chatarra. De alguna forma misteriosa e
inexplicable la máquina hacía girar el mundo. Nada ni nadie podían
seguir existiendo sin ella.
El problema era que nadie sabía cómo iba a acabarse el mundo.
Pero de seguro se acabaría. Los bomberos Nacho y Colacho decían que el
planeta entero sería devorado por un gigantesco incendio que nadie
podría nunca apagar. La maestra Anacoreta imaginó que un plaga de hongos
extraterrestres destruía libros y bibliotecas y el mundo se llenaba de
gente que solo hablaba de futbol (…). Mis amigos estaban convencidos de
que desaparecería el chocolate de la faz de la Tierra y que solamente
comeríamos lechuga con aceite de hígado de bacalao. Imaginamos
monstruos, enfermedades, terremotos, eclipses, inundaciones, guerras.
Las cosas más terribles iban a ocurrir cuando se apagara la máquina.
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