EL PLACER DE LOS OLORES
La emoción de volver a percibir un olor, es como abrir de nuevo el
álbum de nuestra historia personal, los olores son como las
fotografías almacenadas en la sesera. El olor de un guiso de
mediodía a la salida del colegio, el aroma de la primavera, la
primera lluvia rociando la hierva seca, la fragancia del primer beso,
del primer encuentro amoroso, son olores comunes que siempre nos
acompañan.
Cada cual tiene los suyos, yo recuerdo el del vaho de antaño en
las estaciones del tren, en las que se mezclaba el olor a gas -oíl,
con el de carbonilla, el de anis de la taberna, con el del kiosco de
la prensa, olores, que mezclados con la angustia de la espera, y
el gozo del niño que trepa al tren para tomar asiento junto a una
ventanilla, son placeres que para algunos nos han ayudado a pensar.
Son esencias que nos acompañan durante la vida, y que nos las
tropezamos en cualquier lugar, cuando menos las esperamos, en los
percheros, en la sala de un cine, en el pavimento de una calzada, en un
campo de hortalizas, en el rostro de una muchacha. En lugares donde
la nostalgia caprichosamente se nos acomoda, donde la mirada nos
devuelve al niño que llevamos dentro, y la memoria nos obsequia
con esas palabras vacías que todos guardamos celosamente, las mismas
que nos ayudan a recordar, y a resucitar los espacios perdidos, las
que nos devuelven al pasado.
No hace mucho me pare en la estación del tren donde llegue por primera
vez a este pueblo, allí, volví a interpretar de nuevo la lluvia dando
latidos en la ventanilla del tren, vi alejarse el florido de los
primeros almendros, vi los mágicos paisajes, vi los valles con sus
densos verdes, y los anfiteatros que forman las magistrales
montañas del entorno, retorne a los diecinueve años, volví abrir el
álbum geográfico de la evocación, me vestí de soldado, baje del tren
en aquel domingo aciago, percibí olores de tintorro, y de torta de
Ayerbe.
De tortilla de patatas, de bocadillos de calamares, de las fiambreras
abiertas con la solidaridad de las buenas gentes, sentí el placer de
los asientos de madera, o de skay, con respaldos adornados de
fotografías con paisajes playeros, tomé café de termo, ausculté la
añoranza del chuchú, pam, chuchú.
Viví, de nuevo esas cosas comunes que tiene la vida, de las que
formo parte, como de las leyendas de los sentidos, paladeé los
trenes lentos que nos permitieron sentir el olor a la naturaleza.
Donde profundizar era fácil, y sentir el embrujo de viajar era
corriente, como lo era ver a las muchachas despedirse de sus amores
con la pañoleta en mano, también lo era ver como se deslizaban las
lagrimas de una madre sobre el anden, cuando con pena se despedían
del hijo que se marchaba al servicio militar, entonces todo era
bastante natural.
Ahora todo es ya leyenda, a fin y al cabo, estamos hablando de
sentimientos comunes, algo vulgar, que por ser tan simple nos ayuda a
vivir.
M.J.C Rosa
|