Ante las reacciones viscerales de los políticos en Washington y las capitales de la Unión Europea, y de sus escribas [1], hoy podemos afirmar sin la sombra de una duda, parafraseando el Manifiesto Comunista, que «un fantasma recorre Estados Unidos y Europa»: el fantasma de Vladimir Putin.
La escalada de amenazas militares, de sanciones comerciales, económicas, financieras y la virulenta propaganda política e ideológica contra «la Rusia de Putin», se incrementa cotidianamente. La Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos (EE.UU.) acaba de adoptar, en una votación de 411 a favor (y 10 en contra), una resolución que ha sido ya calificada como la primera fase de una «declaración de guerra» contra Rusia, condenando a ese país por la continuación de la «agresión política, económica y militar (y) la continua violación de la soberanía, independencia e integridad territorial de Ucrania, Georgia y Moldavia».
El Representante patrocinador de esta resolución, Adam Kinzinger, exhortó a que «EE.UU., Europa y nuestros aliados mantengan agresivamente la presión sobre el señor Putin para que cambie su comportamiento» [2].
El ex primer ministro Mijail Fradkov, actual jefe del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia, declaró a la agencia Bloomberg que el gobierno ruso está consciente de las acciones de EE.UU. para «sacar a Putin del poder»: «Hemos notado ese deseo, no tan secreto. Nadie quiere ver una Rusia fuerte e independiente» (Russian Spy Chief Blames U.S., EU for Ruble, Oil Price Collapse. By Ilya Arkhipov. Blomberg, 4 décembre 2014).
Es más que evidente, como el mismo Putin dijo el 4 de diciembre pasado en su discurso ante la Asamblea Federal, al hablar de las sanciones que los países de la OTAN aplican a su país, que «estas no son solamente un reflejo pavloviano (knee-jerk) en apoyo de EE.UU. o sus aliados hacia nuestra posición frente a los sucesos del golpe (de Estado) en Ucrania, o incluso hacia la llamada Primavera de Crimea. Estoy seguro que si esos hechos nunca hubiesen sucedido –yo quiero específicamente apuntar esto para Ustedes en tanto que políticos asistentes en este auditorio-, si nada de eso nunca hubiera sucedido, entonces habrían salido con alguna otra excusa para tratar de contener las crecientes capacidades de Rusia, afectando a nuestro país de alguna manera, e incluso tratando de sacar ventaja de ello». [3]
¿Por qué Putin ?
La primera parte de una respuesta es porque Putin es el Jefe de Estado de la única superpotencia en armas nucleares y convencionales que puede frenar, y llegado el caso responder en los hechos, a la política de agresiones militares, económicas y políticas del imperialismo estadounidense y de la OTAN para completar la hegemonía neoliberal.
Complemento necesario a esta respuesta es que Putin da muestras de un gran realismo y de fuertes convicciones políticas, lo que explica la popularidad de que goza en su país y en un gran número de otros países, y eso porque dice franca y claramente, pero sin agresividad y mostrando que hay vías de negociación para solucionar los conflictos, lo que piensa sobre quienes buscan someter a Rusia, y toma rápidamente las medidas que se necesitan para asegurar la defensa de su país.
Y lo que piensa el Presidente de Rusia articula de manera clara y precisa las aspiraciones de su país (y de muchísimos otros), como el no tener que someterse al «diktat» de Washington y sus aliados so pena de todo tipo de sanciones, y poder ejercer su soberanía nacional y popular en beneficio de la protección de la sociedad, del desarrollo social, económico y cultural [4].
Las aspiraciones del dirigente ruso son las de poder contribuir a terminar con el caos en las relaciones internacionales y regionales que trajo la unipolaridad que el mundo vive desde el derrumbe de la Unión Soviética, y de negociar la creación de un orden internacional que permita a Rusia y a los demás países mantener relaciones en pie de igualdad, en un clima de paz, de cooperación y diálogo constructivo.
Si de por sí es imperdonable que el Jefe de Estado de Rusia se declare antiimperialista en los hechos, y cada vez más en las palabras, peor aún es que la articulación de su posición en los asuntos políticos, económicos y sociales refleje, en sentido amplio, las legítimas aspiraciones nacionales de la mayoría de los pueblos, incluyendo a varios de los que componen la Unión Europea (UE): «Si para algunos países europeos el orgullo nacional es un concepto olvidado hace mucho tiempo y la soberanía es demasiado lujo, una verdadera soberanía es absolutamente necesaria para la supervivencia de Rusia» [5].
Y por si fuera poco el Presidente ruso ha dotado a su país con los medios de prensa, como Russia Today (RT), para dar a conocer al mundo la verdadera política del imperialismo y las alternativas políticas de su país, algo imperdonable, como sabemos desde hace muchas décadas quienes trabajamos en los medios que denuncian las agresivas políticas imperialistas que EE.UU. aplica desde hace más de medio siglo contra Cuba y otros países [6].
¡Porque afecta a los intereses y planes de hegemonía imperial!
En una nota separada puse a disposición de los lectores las traducciones que hice del inglés al español de importantes párrafos de dos discursos de Putin (Putin en directo), para mostrar las iniciativas y hechos de la realidad que son ocultados por la propaganda occidental.
Pero es evidente, para explicar tanto la posición de Rusia como la situación general del mundo, que debemos partir de la constatación siguiente: el neoliberalismo, como los liberalismos anteriores, intentan implantar formas «puras» de capitalismo, un capitalismo no contaminado con las políticas de intervención estatal (desde las medidas sociales de Otto von Bismarck en 1883 a las del Estado de bienestar del New Deal de los años 30), y totalmente «descontaminado» de las ideas y políticas sociales de los demócratas, fueran burgueses, cristianos, socialistas o comunistas.
Las experiencias de las fases liberales del capitalismo en los siglos 19 y 20 mostraron sus consecuencias desastrosas en las esferas de la economía, las instituciones y las sociedades de los países donde fue implantado, incluyendo las de los propios países imperialistas. En ese sentido hay que recordar que el fascismo fue y sigue siendo una consecuencia del liberalismo, como señaló el historiador de la economía Karl Polanyi en 1944, y actualmente enfatiza Putin [7].
La hegemonía que desesperada y agresivamente busca el imperio neoliberal dirigido por EE.UU. y la UE –la utopía de un capitalismo puro y universal-, no podrá concretarse y mucho menos sostenerse si existen y prosperan alternativas socioeconómicas nacionales y regionales que den respuestas democráticas a los males que experimentan las sociedades, incluyendo las de los países más avanzados del imperio.
El imperialismo neoliberal no puede aceptar coexistir con alternativas de desarrollo socioeconómico de tipo capitalista o mixto que muestren resultados positivos para las sociedades, porque su naturaleza lo lleva a beneficiar exclusivamente a los oligarcas de los monopolios y el Gran Capital financiero, destruyendo así hasta la libre competencia que teóricamente es el credo del capitalismo y sentando las bases de un régimen francamente antisocial y antidemocrático.
La realidad concreta en los países del «capitalismo avanzado» son las políticas de austeridad para favorecer a los monopolios y a la oligarquía dominante que provocan el desempleo crónico y masivo, que cierran a los jóvenes las puertas del trabajo y la integración social, o sea del futuro.
Son políticas de disolución social y empobrecimiento de las masas, para concentrar la riqueza en el uno por ciento (o menos) de la pirámide social. Es la privatización de los servicios públicos y disminución o cierre de los programas sociales de acceso gratuito, entre muchos otros factores que definen las políticas neoliberales.
Esto explica el fuerte rechazo y las agresivas reacciones del imperio frente a las alternativas socioeconómicas –como en países de América latina, de Asia y en Rusia, entre otros-, donde los Estados intervienen en las economías, regulando y a veces planificando el sector industrial privado con fines de desarrollo, buscando evitar que los monopolios extractivos del sector de los recursos naturales nacionales estrangulen las finanzas públicas desviando, y por lo tanto impidiendo, el ingreso de divisas proveniente de las exportaciones, para atesorarlas en sus cuentas de los paraísos fiscales, o ingresarlas a la especulación financiera global.
Sin esos controles y recursos no hay posibilidad de recaudación fiscal ni ingreso de divisas para los planes nacionales de desarrollo económico, la creación, mantenimiento o ampliación de los programas sociales (en lugar de eliminarlos), ni para el desarrollo de los planes de educación y de salud pública, el apoyo a las familias y el mejoramiento de las jubilaciones de los retirados, políticas esenciales para generar empleos, en lugar del desempleo, la integración social y el fortalecimiento de la democracia.
La mayoría de estas alternativas socioeconómicas no rebasan el marco de un sistema capitalista «mixto», y sin embargo constituyen una grave amenaza al sistema neoliberal, porque están adquiriendo importancia regional en el desarrollo de proyectos de cooperación económica, financiera y monetaria, como es el caso con el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), en América latina con Caricom, Mercosur, ALBA, Unasur y CELAC, sin hablar del proceso regional de escala monumental que implican los acuerdos de cooperación y planificación entre Rusia y China.
Objetivamente, como me decía recientemente la economista canadiense Kari Polanyi Levitt, mientras que en los países centrales del capitalismo donde se aplica el neoliberalismo el panorama social, económico y político se ensombrece casi cotidianamente, en muchos países de la (antigua) periferia en Eurasia y América Latina hay economías que se desarrollan, se reduce la pobreza y aumentan los niveles de desarrollo socioeconómico con la intervención estatal y la promoción de la propiedad social. La planificación regional de esas integraciones pueden permitir que se mantenga esta tendencia en momentos en que se avizora una nueva crisis financiera y económica de alcance global.(ver Estancamiento con deflación redoux, Oscar Ugarteche, ALAI).
Es evidente que Putin plantea y actúa, cada vez con mayor decisión, para concretar el fin del caótico mundo unipolar que implica la hegemonía neoliberal, lo que constituye una política antiimperialista, y por su parte el imperialismo no olvida que si tuvo que hacer las concesiones que permitieron crear las «sociedades del Estado benefactor», o sea una redistribución de las riquezas que va desde finales de la Segunda guerra mundial hasta comienzos de los años 70, eso se debió a la correlación de fuerzas en el plano interior -sindicatos fuertes y activos, partidos comunistas y otras fuerzas de izquierda-, y la representada en lo internacional por una Unión Soviética que había ganado la guerra contra el nazismo, y era una superpotencia militar con un proyecto socioeconómico alternativo.
La caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, como recuerda Putin, puso fin a esa competencia entre sistemas y EE.UU. se declaró el vencedor. De ahí en adelante es fácil entender las razones por las cuales el imperialismo trata de desestabilizar, de cercar y aislar para derrocar cuando sea posible a los gobiernos que participan en la creación de las alternativas socioeconómicas nacionales y regionales, como Rusia, China, Venezuela, Cuba, Bolivia, Argentina, Ecuador, etcétera.
Lo único que puede poner fin a este demencial proyecto imperial es proseguir y ampliar el movimiento de alternativas socioeconómicas regionales para establecer en los hechos un orden multipolar que ponga a todas las naciones en un plano de igualdad y proteja el derecho de los pueblos a escoger el sistema socioeconómico de su conveniencia, y que excluya el uso unilateral o multilateral de la fuerza para la solución de los conflictos internos y externos, y solo contemple resolverlos mediante la negociación política y diplomática, entre otros aspectos de importancia.
Este es, en grandes líneas, el programa del gobierno de Vladimir Putin. Por eso vale la pena leer sus declaraciones y discursos, que a veces tardan demasiado en ser traducidos al español, como adecuadamente señaló Atilio Boron [«Un discurso histórico», El Correo, 27 de noviembre de 2014]
Alberto Rabilotta. Periodista argentino-canadiense desde 1967, en México para la « Milenio Diario de México ». Corresponsal de Prensa Latina en Canadá (1974) Director de Prensa Latina Canadá, cobertura América del Norte (1975-1986). Corresponsal de la Agencia de Servicios Especiales de Información, ALASEI, (1987-1990). Corresponsal de la Agencia de Noticias de México, NOTIMEX, en Canadá (1990-2009 Columnista bajo seudónimos (Rodolfo Ara y Rocco Marotta) de « Milenio Diario de México » (2000-2010). Colaborador de ALAI, PL, El Correo, El Independiente y otros medios desde el 2009.
El Correo. París, 11 de diciembre de 2014.
Notas
[1] What comes after Putin could be worse, Editorial del 3 de diciembre 2014 de la agencia Bloomberg :
[2] House of Representatives passes resolution against Russia. RT, Moscú, 4 de diciembre de 2014.
[3] Discurso presidencial de Vladimir Putin ante la Onceava Asamblea de la Federación de Rusia (en inglés). Discurso en el Club de Discusiones Internacionales Vaidal, Sochi, (24 de octubre de 2014, en inglés)
[4] Ver el excelente análisis de Atilio Boron, « Un discurso histórico »)
[5] Discurso presidencial de Vladimir Putin ante la Onceava Asamblea de la Federación de Rusia
[6] EE.UU. y sus aliados han regresado a la epoca de la Guerra Fria en que trataban de silenciar con todos los medios posibles, incluyendo las acciones para silenciar a agencias de prensa, medios de prensa progresistas y periodistas que denunciaban las políticas y acciones del imperialismo. Ahora tratan de silenciar a RT : ’They’ll try to shut you down’ : Meeting Assange & the non-stop ’War on RT’, por Margarita Simonyan, jefa editorial de RT
[7] En el capítulo titulado «La historia en el engranaje del cambio social», de su libro La Grande Transformation, el intelectual húngaro Karl Polanyi escribía en 1944 que «si jamás un movimiento político respondió a las necesidades de una situación objetiva, en lugar de ser la consecuencia de causas fortuitas, ese es bien el fascismo. Al mismo tiempo, el carácter destructor de la solución fascista era evidente. Ella proponía una manera de escapar a una situación institucional que no tenía salida y era, en lo esencial, la misma en un gran número de países, y sin embargo, ensayar ese remedio era esparcir por todos lados una enfermedad mortal. Así perecen las civilizaciones (…) La solución fascista al callejón sin salida en el cual se había metido el capitalismo liberal puede ser descrita como una reforma de la economía de mercado realizada al costo de la extirpación de todas las instituciones democráticas, a la vez en el terreno de las relaciones industriales (disolución o sumisión de los sindicatos y anulación de las conquistas laborales, nota del traductor) y en el campo de la política. El sistema económico que amenazaba con quebrarse debía así revivir, mientras que las poblaciones serían ellas mismas sometidas a una reeducación destinada a desnaturalizar el individuo y a convertirlo en incapaz de funcionar como unidad responsable del cuerpo político».
Alberto Rabilotta
El Correo