Las criptofitas son unas algas unicelulares que viven en lugares sin
apenas luz, ya sea porque hay mucha agua encima de ellas o porque se
acomodan bajo gruesas capas de hielo. Sea como sea, el caso es que, a
pesar de todo, la necesitan para realizar la fotosíntesis.
Unos científicos de la Universidad de Nueva Gales del Sur descubrieron
en 2014 que las criptofitas captan la poca luz del ambiente de la manera
más efectiva posible: mediante procesos cuánticos.
Según explica Paul Curmi, autor principal del estudio:
Una
vez que una proteína recoleptora de luz ha capturado luz del sol, tiene
que trasladar esa energía al centro de reacción de la célula lo más
rápidamente posible, donde la energía se convierte en energía química
para el organismo.
Se daba por hecho que la energía
llegaba al centro de reacción de manera aleatoria, como un borracho que
vuelve a casa. Pero la coherencia cuántica permitiría a la energía
ensayar simulttodas los caminos posibles antes de emprender la ruta más
rápida.
Que la fotosíntesis es un proceso
cuántico se sabía desde hace tiempo, y ya ha podido ser comprobado por
varios estudios en los últimos años, como el realizado en 2013
por científicos del Instituto de Ciencias Fotónicas de Cataluña y de la
Universidad de Glasgow. Lo que este nuevo estudio llegado desde
Australia aporta es la capacidad de las criptofitas para activar y
desactivar el proceso a voluntad.
En la fotosíntesis, la luz excita los electrones
de las moléculas de clorofila; al excitarse, los electrones se
organizan y forman una cadena de transporte desde la clorofila hasta los
depósitos de energía que nutren la planta; en este proceso, los
electrones deben recorrer el camino más eficiente para evitar un gasto
de energía innecesario y, para averiguar cuál es ese camino, no siguen
un único sendero, sino todos los posibles a la vez.
La mecánica cuántica
es habitualmente considerada como la física de los sistemas
subatómicos; sin embargo, sus leyes son universales y nada impide que
actúen a gran escala. Si no lo apreciamos, dicen algunos, es por una
simple cuestión de perspectiva.
Un estado cuántico
es la combinación de varios estados clásicos, de forma que se dan
circunstancias como estar “vivo y muerto” a un tiempo. Esta combinación
de estados, según aumenta la complejidad física del sistema, tiende a
disiparse a causa de la decoherencia.
Según la teoría de la decoherencia,
elaborada en los años 80, la interacción entre las partes de un sistema
complejo hace desaparecer sus propiedades cuánticas: la información de
una partícula se filtra a otras partículas en forma de luz y calor, lo
que equivale a decir que cada partícula es un observador que efectúa una
medición sobre las otras partículas, y este intercambio de información
concreta el sistema en una de sus múltiples posibilidades.
Cuanto
más grande es un objeto, mayor es su sensibilidad a la decoherencia,
hasta que finalmente se hace “clásico”. Sin embargo, aún está por
explicar este proceso.
Con todo, existen diferentes situaciones en las que la filtración de la información
puede ralentizarse o anularse; y, entonces, las leyes cuánticas vuelven
a aparecer, independientemente de la escala de realidad en que nos
encontremos.
En un artículo publicado en la revista Investigación y Ciencia
en marzo de 2013, los físicos Markus Aspelmeyer y Markus Arndt, de la
Universidad de Viena, explicaban los nuevos caminos de las
investigaciones sobre los estados de superposición en cuerpos macroscópicos:
Al
menos en principio, las leyes de la mecánica cuántica deberían poder
aplicarse a objetos tan grandes como deseemos. Ello implicaría que
también los cuerpos macroscópicos deberían experimentar la superposición
de estados, lo que sin duda choca de forma drástica con nuestra visión
del mundo.
Según reflexionan los autores, todo se reduce a una pregunta clave:
…¿desaparecere
de manera objetiva la superposición cuántica a partir de cierto límite o
vivimos en un mundo fundamentalmente cuántico? Tal vez el hecho de no
observar fenómenos cuánticos en objetos de gran tamaño se deba a que
estos no resultan medibles cuando interaccionan más de 100 partículas… o
más de 100 billones.
En términos matemáticos, la superposición está descrita por una función de onda
que incorpora todos los movimientos y posiciones posibles de una
partícula. Es decir, una función de onda puede ser imaginada como una
entidad que muestra todas sus cualidades al mismo tiempo –por ejempo,
todas sus posibles localizaciones, lo que equivale a estar en todas
partes a la vez— como si de un cuadro cubista se tratase.
Desde
esa perspectiva matemática, la función de onda permite calcular la
probabilidad de que se dé un resultado al medir un sistema físico. Pero
existe una larga discusión acerca de la realidad de la función de onda,
en la que no se termina de aclarar si su carácter es meramente
matemático o si existe como realidad física.
El comienzo de estas cuestiones dio origen a la paradoja de Schrödinger,
aquella del gato vivo y muerto al mismo tiempo. El mismo Schrödinger
consideraba que su paradoja, creada para dejar patente el absurdo, era
una muestra clara de que la mecánica cuántica tenía algún error. Opinión
compartida por Einstein, para quien todos aquellos fenómenos “psi”,
como le escribía en una carta de 1935 a Schrödinger, no podían estar
describiendo la realidad.
El
pensamiento humano clama contra los estados intermedios, allí donde los
opuestos se superponen. Y, sin embargo, los gatos de Schrödinger
comenzaron a aparecer por todas partes en la última década del siglo XX,
cuando la tecnología de los terrícolas permitió que los experimentos
mentales dieran paso a las demostraciones en el mundo espacial.
La
primera demostración de la interferencia cuántica en moléculas fue
llevada a cabo en 1999 por científicos de la Universidad de Viena
dirigidos por Anton Zeilinger; en 2012, se grabó la
dualidad onda-corpúsculo en un experimento con moléculas complejas de
más de cien átomos. Fue entonces cuando se comprobó que el experimento
de la doble ranura era aplicable a moléculas; es decir, que, a una
escala impensable hasta ese momento, la materia se puede comportar como
una onda que interfiere con otras ondas cuyas interferencias determinan
la posición de la molécula.
¿Cómo se explican tales fenómenos? Los
físicos reacios a aceptar la superposición de estados buscan modificar
las ecuaciones de la mecánica cuántica de manera que éstas puedan
explicar cómo se produce la transición desde los comportamientos
cuánticos de lo microscópico al comportamiento clásico de nuestra
realidad percibia.
El problema al que se enfrentan es que, según apuntan Aspelmeyer y Arndt:
Tales
cambios deberían ser lo suficientemente pequeños para explicar que
hasta ahora no se hayan observado en los experimentos, pero también lo
suficientemente grandes como para que, a escala macroscópica, sólo
resulten válidas las leyes de la física clásica.
El bayesianismo cuántico,
por su parte, defiende que la función de onda es una abstracción y que
todas las paradojas de la mecánica cuántica no son reales, sino
productos de la mente. Así, en la realidad el gato está muerto o está
vivo, las moléculas están en un punto concreto y el resto es humo, y las
paradojas sólo existe en la cabeza del observador.
Frente a esta idea, autores como Vlatko Vedral
defienden justo lo opuesto: la gran incógnita del experimento
imaginario de Schrödinger no es la superposición de estados en el
sistema macroscópico que es el gato, sino otra muy diferente: “La
verdadera pregunta es por qué los amos solo ven a sus mascotas vivas o
muertas”.
Vedral es conocido por sus investigaciones sobre la aparición de procesos cuánticos en los sistemas macroscópicos:
A
día de hoy, muy pocos otorgan a la física clásica un rango equiparable
al de la mecánica cuántica; en realidad, aquella no representa más que
una aproximación útil a un mundo que se rige por leyes cuánticas a todas
las escalas. Puede que los efectos cuánticos resulten difíciles de
observar en el mundo macroscópico, pero la razón no tiene que ver con el
tamaño en sí, sino con la manera en que los sistemas cuánticos
interaccionan unos con otros.
[…]
Y si los
sólidos a escala macroscópica y a temperatura ambiente pueden
experimentar el entrelazamiento, no nos encontramos sino a un paso de
preguntarnos si podemos hacer lo mismo con una clase muy particular de
sistemas calientes y de gran tamaño: los seres vivos.
Es por el entrelazamiento cuántico que los petirrojos europeos
pueden emigrar desde Escandinavia a África ecuatorial sin extraviarse
en un viaje de 13.000 kilómetros. Estos pájaros perciben el campo
magnético con los ojos. Dentro del globo ocular del petirrojo, hay un
tipo de molécula con dos electrones entrelazados.
Cuando
la molécula absorbe la luz visible, los electrones adquieren la energía
necesaria para separarse, lo que los hace sensibles al campo magnético
terrestre. Si el campo magnético se inclina, afecta de manera diferente a
cada electrón e induce un desequilibrio que modifica la reacción
química que experimenta la molécula. Esa diferencia se traduce en
impulsos neurales que, a la postre, crean una imagen del campo magnético
en el cerebro del pájaro.
Según los estudios de
Vedral, “los efectos cuánticos persisten en el ojo del pájaro durante
unos 100 microsegundos”, el doble de tiempo de lo que duran los mismos
efectos en condiciones de laboratorio.
Aún
desconocemos cómo un sistema natural preserva los efectos cuánticos
durante tanto tiempo, pero la respuesta quizá nos ayude a controlar la
decoherencia en los ordenadores cuánticos.
La
división entre los mundos clásico y cuántico no parece fundamental, sino
solo una cuestión de ingenuidad experimental. “Hoy en día, pocos
físicos piensan que la física clásica constituya una teoría corecta a
ninguna escala”, afirma Vedral.
El hecho de que la mecánica
cuántica se aplique a todos los tamaños nos obliga a enfrentarnos a los
misterios más profundos de la teoría: “No podemos relegarlos a meros
detalles que afectan solo a las escalas más pequeñas”.
En física cuántica,
explica Vedral, espacio y tiempo son conceptos secundarios, entidades
emergentes a partir de una física fundamental que carece de ellos. El
concepto fundamental es el entrelazamiento, que conecta sistemas
cuánticos sin referencia al espacio o al tiempo.
En este sentido, recuerda Vedral, hay físicos que, como Stephen Hawking,
creen que la teoría de la relatividad debe ser sustituida por otra en
la que el espacio-tiempo no exista, ya que éste tejido no sería sino el
resultado de un proceso de entrelazamientos.
Una
posibilidad aún más interesante consiste en que la gravedad no
constituya una interacción de pleno derecho, sino el “ruido” generado
por la actividad cuántica de las otras fuerzas fundamentales. Esta idea
de una gravedad inducida se remonta al físico nuclear Andréi Sájarov,
quien la propuso en los años sesenta.
De ser
así, la gravedad no existiría en el nivel cuántico, por lo que los
estudios que buscan dar con una teoría cuántica de la gravedad serían un
paso en falso.
Para David Deutsch, físico de la Universidad de Oxford y miembro de la Royal Society de
Londres, la controversia y el debate en torno a la naturaleza cuántica
de la realidad macroscópica son secundarios, pues se deben a lo que él
denomina “mala filosofía”, donde el adjetivo no se refiere a una
filosofía errónea, sino a un pensamiento que niega la posibilidad de un
acercamiento diferente al problema de la realidad.
Según expone en su libro El comienzo del Infinito,
tras el éxito probado de la mecánica cuántica a finales de la década de
1920, la comunidad científica no encontró otra salida que la de
enrocarse en el instrumentalismo: “si las predicciones funcionan, no hay
por qué preocuparse de nada más”; de modo que la teoría de los cuantos
se redujo a un manual de instrucciones con el que elaborar artilugios
cada vez más eficientes que comenzaron a ver el éxito a partir de la
década de 1940.
Desde entonces, se impondría la máxima nacida en el Rad Lab: “Cállate y calcula”.
El blindaje de la física cuántica a cualquier tratamiento desde una
perspectiva ontológica ajeno al utilitarismo quedó plasmado en una frase
que se ha repetido sin cesar durante más de setenta años: “si crees que
has comprendido la mecánica cuántica, es que no la has comprendido”; de
modo que todo intento por comprender se considera una lamentable
pérdida de tiempo siempre que no tenga relación con el desarrollo
tecnológico.
Como colofón a todo lo expuesto, una cita extraída del comienzo de otro de los libros de Deutsch, La estructura de la realidad, que resume de dónde venimos y dónde estamos:
…gracias
a una serie de extraordinarios descubrimientos científicos, disponemos
hoy día de algunas teorías muy complejas sobre la estructura de la
realidad. Si aspiramos a comprender el mundo en un sentido que no sea
meramente superficial, deberemos hacerlo por medio de esas teorías y la
razón, y no basándonos en nuestros prejuicios, las ideas que nos han
sido imbuidas o, incluso, el sentido común. Las mejores de esas teorías
no sólo son más ciertas que el sentido común, sino que también son mucho
más sensatas.
En cuanto al otro asunto aquel, “hacia dónde vamos”, habrá que dejarlo en un estado de superposición.
Erraticario