La veneración del día
La espiritualidad celta tenía una aguda conciencia de la importancia de cada día y de su carácter sagrado. Los celtas jamás iniciaban el día con una perspectiva rutinaria y embrutecedora; cada día era un comienzo. Una bella oración lo expresa así:
Dios me bendiga para el nuevo día
no concedido hasta hoy,
para bendecir mi presencia me has dado el triunfo,
oh Dios. Bendice mi ojo,
que mi ojo bendiga todo lo que ve,
bendeciré a mi vecino,
que mi vecino me bendiga,
que Dios me dé corazón limpio,
no me pierda de vista tu ojo
bendice a mis hijos y a mi esposa
y bendice mis medios y mi ganado.
El celta vivía en plena naturaleza. Es fácil tener conciencia creativa del día cuando se vive en presencia de esa gran divinidad llamada Naturaleza. Para los celtas, la naturaleza no era materia, sino una presencia luminosa plena de profundidad, potencialidad y belleza.
Un bello poema antiguo, La brama del ciervo, invoca el día:
Me levanto hoy
por la fuerza de Dios que me dirige,
el poder de Dios que me sostiene,
la sabiduría de Dios que me guía,
el ojo de Dios que me mira,
el oído de Dios que me oye,
las palabras de Dios que me hablan,
la mano de Dios que me cuida,
el camino de Dios que aparece ante mí,
los escudos de Dios que me protegen,
las huestes de Dios que me salvan
de las trampas de los demonios,
de las tentaciones de los vicios,
de todo el que me desee el mal.
lejos y cerca,
solo y entre la multitud.
El concepto del día como lugar sagrado es una maravillosa perspectiva para la creatividad.
Tu vida adquiere la forma de los días que habitas. Los días nos penetran. Lamentablemente, en la vida moderna el día suele ser una jaula donde la persona pierde su juventud, energía y fuerza. Se lo experimenta como una jaula precisamente porque transcurre en el lugar de trabajo. Muchos de nuestros días y buena parte de nuestro tiempo transcurren en trabajos que están por fuera de los campos de la creatividad y el sentimiento. El lugar de trabajo suele ser complejo y penoso. La mayoría de nosotros trabajamos para otro y perdemos mucha energía. Una de las definiciones de la energía es la capacidad de trabajar.
Después de pasar los días en la jaula nos sentimos cansados, agotados. En la ciudad, los atascos matutinos retrasan a las personas que acaban de terminar la noche y están soñolientas y nerviosas y se sienten impotentes. La presión y el estrés ya les ha estropeado el día. Al atardecer están cansadas por la larga jornada de trabajo. Cuando llegan a su casa no les queda energía para explorar o vivificar su corazón.
A primera vista es muy difícil reunir el mundo del trabajo y el del alma. La mayoría trabaja para sobrevivir. Necesitamos ganar dinero; no tenemos alternativa. En cambio, los desempleados se sienten frustrados y denigrados, y sufren una merma de su dignidad. Sin embargo, los que trabajamos con frecuencia nos sentimos atrapados en una jaula de previsibilidad y rutina. Todos los días son iguales. El trabajo suele hundirnos en el anonimato. Sólo se nos exige que aportemos nuestra energía. Habitamos el lugar del trabajo y a la tarde, cuando nos vamos, se olvidan de nosotros. Tenemos la sensación de que nuestro aporte, aunque necesario y exigido, es puramente funcional y, en realidad, poco apreciado. El trabajo debería ser todo lo contrario: una arena llena de potencialidades donde uno pueda expresarse.
John O’Donohue