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06. LA CONEXIÓN CÓSMICA:EL ADN
Aún antes de la televisión, los dramas judiciales han excitado a muchos, y muchos juicios han hecho historia. Hemos recorrido un largo camino desde la norma bíblica de «con dos testigos se hará el veredicto». Desde las evidencias de los testigos presenciales se ha pasado a las evidencias documentales, a las evidencias forenses y, lo que parece hasta el momento el epítome, a las evidencias del ADN.
Tras descubrir que toda la vida está determinada por los minúsculos elementos de ácidos nucleicos que deletrean la herencia y la individualidad en las cadenas de los cromosomas, la ciencia moderna ha llegado a leer estas letras entrelazadas de AD N hasta distinguir sus «palabras», únicas y pronunciadas individualmente. La utilización de las lecturas de AD N para demostrar la culpabilidad o la inocencia se ha convertido en el punto álgido de los dramas judiciales.
¿Una hazaña incomparable de la sofisticación del siglo xx? No, una hazaña de la sofisticación del siglo C (cien) en el pasado, un drama judicial del 10.000 a.C.
Este antiguo y famoso caso tuvo lugar en Egipto, en la época en la que reinaban los dioses, todavía no los hombres; y no tuvo que ver con éstos, sino con los propios dioses. Implicó a los adversarios Set y Horus, y tuvo sus raíces en la rivalidad de los hermanastros Set y Osiris. Conviene recordar que Set recurrió al juego sucio para librarse de Osiris y apoderarse de sus dominios. La primera vez, consiguió atrapar a Osiris en un arcón, que se apresuró en sellar y hundir en el mar Mediterráneo; pero Isis encontró el arcón y, con la ayuda de Thot, revivió a Osiris. La segunda vez, el frustrado Set se apoderó de Osiris y lo cortó en catorce pedazos. Isis localizó los pedazos dispersos y los reunió, y momificó a Osiris para dar inicio a la leyenda de la Otra Vida. Sin embargo, le faltó incluir el falo del dios, que no pudo encontrar, pues Set lo había dispuesto para que Osiris no tuviera heredero.
Decidida a tener un heredero que pudiera vengar a su padre, Isis apeló a Thot, el Custodio de los Secretos Divinos, para que la ayudara. Extrayendo la «esencia» de Osiris a partir de las partes disponibles del dios muerto, Thot ayudó a Isis a fecundarse y dar a luz a su hijo, Horus.
La «esencia» (¡no la «simiente»!), lo sabemos ahora, era lo que llamamos en la actualidad ADN , los ácidos nucleicos genéticos que forman cadenas en los cromosomas, cadenas que se disponen en pares básicos en una doble hélice (ver Fig. 38b). En el momento de la concepción, cuando el esperma del varón entra en el óvulo de la hembra, las dobles hélices entrelazadas se separan, y una hebra del varón se combina con una hebra de la hembra para formar la nueva doble hélice de AD N de su descendencia. Por tanto, no sólo es esencial que se junten las dos dobles hélices de ADN, sino también conseguir una separación (que se desentrelacen) de las hebras dobles, para después recombinarse con sólo una hebra de cada uno en una nueva doble hélice de ADN.
Las representaciones gráficas del antiguo Egipto indican que Thot, el hijo de Ptah/Enki, estaba al corriente de estos procesos biológico-genéticos y que los empleaba en sus hazañas genéticas. En Abydos, una pintura mural (Fig. 40), en la cual el faraón Seti I representaba el papel de Osiris, mostraba a Thot devolviéndole la Vida (el símbolo Ankh) al dios muerto, obteniendo de él las dos hebras de ADN. En una representación del Libro de los Muertos que trata del posterior nacimiento de Horus, vemos (Fig. 41) cómo las dos Diosas del Nacimiento que ayudan a Thot sostienen una hebra de ADN cada una, después de ser separada la doble hélice de AD N para recombinar sólo una hebra con la de Isis, que se muestra sosteniendo al recién nacido Horus.
Isis crió en secreto al niño y, tras hacerse adulto, su madre decidió que había llegado el momento de reclamar la herencia de su padre. Así, un día, para sorpresa de Set, Horus apareció ante el Consejo de los Grandes Dioses y anunció que era el hijo y heredero de Osiris. Era una pretensión increíble, pero una pretensión que no se podía desechar. ¿Era aquel joven dios realmente el hijo del fallecido Osiris?
Tal como se cuenta en un texto conocido como el Papiro Chester Beatty N° 1, la aparición de Horus sorprendió a los dioses reunidos y, cómo no, a Set más que a nadie. Set hizo una conciliadora sugerencia: que se hiciera un receso en la deliberación, para darle la oportunidad de familiarizarse con Horus y ver si el asunto se podía resolver amistosamente. Set invitó a Horus: «Ven, vamos a pasar un día agradable en mi casa», y Horus aceptó. Pero Set, que ya una vez había engañado a Osiris para matarlo, tenía una nueva traición en mente:
Con la caída de la tarde,dispusieron la cama para ellos,y los dos yacieron en ella.Y durante la nocheSet hizo que su miembro se pusiera rígido,y se lo puso entre los muslos a Horus.
Cuando se reanudaron las deliberaciones, Set hizo un sorprendente anuncio. Tanto si Horus era el hijo de Osiris como si no, ya no tenía importancia. Pues ahora, su simiente, la de Set, estaba en Horus, ¡y eso convertía a Horus en sucesor de Set, más que en contendiente para la sucesión!
Entonces, Horus hizo un anuncio aún más sorprendente. Por el contrario, no era Horus el que había quedado descalificado, ¡era Set!
Y pasó a relatar que él no estaba de verdad dormido cuando Set derramó su semen. No entró en mi cuerpo, dijo, porque «atrapé la simiente entre mis manos». A la mañana siguiente, le llevó el semen a su madre, Isis, y ésta tuvo una idea al saber lo ocurrido. Hizo que Horus pusiera erecto su miembro y eyaculara en una copa; después, roció el semen de Horus en una lechuga del huerto de Set (la lechuga era el alimento favorito de Set en su desayuno). Y, sin saberlo, éste terminó ingiriendo el semen de Horus. Así, dijo Horus, es mi semen el que está en Set, y ahora él puede sucederme, pero no precederme en el trono divino...
Completamente desconcertados, el Consejo de los Dioses recurrió a Thot para que resolviera el asunto. Y Thot, utilizando sus poderes de conocimientos genéticos, comprobó el semen que Isis había guardado en un tarro, y descubrió que, ciertamente, era de Set. Examinó a Horus y no encontró en él rastro alguno del AD N de Set. Después, examinó a Set, y encontró que sí había ingerido el AD N de Horus.
Comportándose como un médico forense en un tribunal moderno, pero armado evidentemente con capacidades técnicas que aún no hemos alcanzado nosotros, Thot presentó los resultados de los análisis de AD N ante el Consejo de los Dioses. Éstos votaron unánimemente para conceder la soberanía de Egipto a Horus.
(La negativa de Set a ceder su soberanía llevó a lo que hemos llamado la Primera Guerra de la Pirámide, en la cual Horus enroló a humanos por vez primera en una guerra entre dioses. Hemos detallado aquellos acontecimientos en La guerra de los dioses y los hombres).
Descubrimientos recientes en genética arrojan luz sobre una persistente, y aparentemente extraña, costumbre de los dioses, al tiempo que destacan su sofisticación biogenética.
La importancia de la hermana-esposa en las normas de sucesión de los dioses de Mesopotamia y Egipto, evidente en todo lo que hasta aquí hemos expuesto, tuvo sus resonancias también en los mitos griegos referentes a sus dioses. Los griegos llamaron a la primera pareja divina que había emergido del Caos, Gaia («Tierra») y Urano («Cielo»). De ellos, surgieron doce Titanes, seis varones y seis hembras. Los matrimonios entre ellos y su diversa descendencia sentaron las bases para las posteriores luchas por la supremacía. De las luchas primitivas, el que emergió en la cúspide fue Crono, el Titán varón más joven, cuya esposa era su hermana Rea; sus hijos fueron Hades, Poseidón y Zeus, y sus hijas, Hestia, Deméter y Hera. Aunque Zeus se abrió camino hasta la supremacía, tuvo que compartir dominios con sus hermanos. Los tres se dividieron los dominios entre ellos (algunas versiones dicen que lo echaron a suertes) de forma muy parecida a como lo hicieron Anu, Enlil y Enki: Zeus fue el dios celestial (aunque residía en la Tierra, en el Monte Olimpo); a Hades se le concedió el Mundo Inferior; y a Poseidón, los mares.
Los tres hermanos y las tres hermanas, descendientes de Crono y Rea, conformaban la primera mitad del Círculo Olímpico de doce. Los otros seis fueron descendientes de Zeus, nacidos de la unión de Zeus con diversas diosas. De una de ellas, Leto, tuvo su hijo primogénito, el gran dios griego y romano Apolo. Sin embargo, cuando llegó el momento de conseguir un heredero varón según las normas de sucesión de los dioses, Zeus se fijó en sus propias hermanas. Hestia, la mayor, era en todos los sentidos una solterona, demasiado mayor o demasiado enferma para casarse con ella o tener hijos. Así pues, Zeus intentó tener un hijo con su hermana mediana, Deméter; pero en vez de un hijo le dio una hija, Perséfone. Y así se pavimentó el camino para que Zeus se casara con Hera, la hermana pequeña; y ella le dio a Zeus un hijo, Ares, y dos hijas (Ilitía y Hebe). Cuando griegos y romanos, que perdieron los conocimientos de los planetas más allá de Saturno, citaban los planetas conocidos, le asignaban uno(Marte) a Ares; aunque no era el hijo primogénito, sí que era el hijo principal de Zeus. Apolo, aun siendo un dios tan grande como era, no tuvo asociado ningún planeta ni entre los griegos ni entre los romanos. Todo esto refuerza la importancia de la hermana-esposa en los anales de los dioses. En cuestiones de sucesión, este tema aparece una y otra vez: ¿Quién será el sucesor al trono, el Hijo Primogénito o el Hijo Principal, si este último nació de una hermanastra y el otro no? Este tema parece haber dominado y dictado el curso de los acontecimientos en la Tierra desde el momento en que Enlil se unió a Enki en este planeta, y la rivalidad prosiguió con sus hijos (Ninurta y Marduk, respectivamente). En los relatos egipcios de los dioses, se dio un conflicto por motivos similares entre los descendientes de Ra, Set y Osiris.
La rivalidad, que de vez en cuando estallaba en verdadera guerra (Horus combatió al final con Set en combate singular sobre los cielos de la península del Sinaí), en modo alguno había comenzado en la Tierra. Había conflictos de sucesión similares en Nibiru, y Anu no había alcanzado la soberanía sin luchas ni batallas.
Al igual que la costumbre según la cual una viuda que hubiera quedado sin hijos podía demandar al hermano de su marido que la «conociera», en sustitución del marido, y le diera un hijo, también se abrieron paso entre las costumbres de Abraham y sus descendientes las normas de sucesión de los Anunnaki que daban prioridad al hijo de una hermanastra. En su caso, su primer hijo fue Ismael, nacido de la sirvienta Agar. Pero cuando, a una increíble edad y tras la intervención divina, Sara dio a luz a Isaac, éste se convirtió en el heredero legítimo. ¿Por qué? Porque Sara era la hermanastra de Abraham. «Ella es mi hermana, la hija de mi padre, pero no de mi madre», explicaba Abraham (Génesis 20,12). El matrimonio con una hermanastra también imperó entre los faraones de Egipto, como medio para legitimar el reinado y la sucesión. Y esta costumbre se llega a encontrar incluso entre los reyes incas del Perú, hasta el punto de que se atribuyera la ocurrencia de calamidades durante el reinado de cierto rey a su matrimonio con otra mujer que no fuera su hermanastra. La costumbre inca tenía sus raíces en las Leyendas de los Comienzos de los pueblos andinos, en las que el dios Viracocha había creado a cuatro hermanos y cuatro hermanas que se habían casado entre sí y habían sido dirigidos a distintas tierras. Una de estas parejas hermano-hermana, a la cual se le había dado una varita de oro con la cual encontrar el Ombligo de la Tierra en Sudamérica, dio origen a la realeza en Cuzco (la antigua capital inca). Éste fue el motivo por el cual los reyes incas podían proclamar su linaje directo con el Dios Creador Viracocha, a condición de ser nacidos de una sucesión de parejas reales hermano-hermana.
(Según las leyendas andinas, Viracocha fue un gran Dios del Cielo que había venido a la Tierra en la antigüedad y había elegido las montañas andinas como región propia. En Los reinos perdidos, lo hemos identificado como el dios mesopotámico Adad = el dios hitita Teshub, y hemos indicado otras muchas similitudes, además de las costumbres hermano-hermana, entre las culturas andinas y las del Oriente Próximo de la antigüedad.)
La persistencia del matrimonio entre hermano y hermana, y la importancia aparentemente desproporcionada que se le dio a ello, tanto entre dioses como entre mortales, es desconcertante. A primera vista, la costumbre parece ser algo más que una actitud localizada de «vamos a mantener el trono en la familia», y en el peor de los casos supone la exposición a la degeneración genética. ¿Por qué, entonces, los Anunnaki eran capaces de ir tan lejos (ejemplo: los repetidos intentos de Enki por tener un hijo con Ninmah) para conseguir un hijo de semejante unión? ¿Qué tenían de especial los genes de una hermanastra (recordemos, la hija de la madre del varón, pero no del padre)?
Mientras buscamos la respuesta, vendrá bien resaltar otras prácticas bíblicas que afectaban a los temas madre/padre. Es costumbre referirse al período de Abraham, Isaac, Jacob y José como la Época Patriarcal; y si le preguntamos a la gente, serán muchos los que digan que la historia relatada en el Antiguo Testamento se ha presentado desde el punto de vista de los hombres. Sin embargo, lo cierto es que eran las madres, no los padres, las que controlaban el acto que, según el punto de vista de los antiguos, le daba al individuo del relato su estatus de «ser»: el acto de ponerle nombre al niño. Ciertamente, no sólo a una persona, sino a un lugar, a una ciudad, a un país, no se le tenía por existente hasta que se le hubiera dado un nombre.
De hecho, esta idea se remonta a los comienzos del tiempo, pues en las primeras líneas de La Epopeya de la Creación, con el deseo de dar al oyente la impresión de que la historia comienza antes de que el Sistema Solar hubiera sido terminado de forjar, declara que la historia de Tiamat y de los demás planetas comienza Enuma elish la nabu shamamu Cuando en las alturas el cielo aún no había sido nombrado Shapiltu ammatum shuma la zakrat y abajo, el suelo firme (la Tierra) no había sido llamado
Y en el importante asunto de ponerle nombre a un hijo, el privilegio pertenecía o bien a los mismos dioses o bien a la madre. Así, encontramos que, cuando los Elohim crearon al Homo sapiens, fueron ellos los que nombraron al nuevo ser «Adán» (Génesis 5,2). Pero cuando se le dio al Hombre la capacidad de procrear por sí mismo, fue Eva, no Adán, la que tuvo el derecho y el privilegio de llamar a su primer hijo varón Caín (Génesis 4,1), así como a Set, que sustituyó al asesinado Abel (Génesis 4,25). |