Historia
Es frecuente que, con un criterio generalizador poco riguroso, se
confunda el esoterismo con la mística, la magia o hasta la simple y pura
superstición. Para Charles Grandin (Les sources de la pensée sauvage)
“el esoterismo es un riguroso método de conocimiento; la mística, un
proceso en principio emotivo y escasamente intelectual, cuyos resultados
son imprevisibles; la magia, una técnica o un oficio, como pudieran
serlo la medicina o la alfarería. Si se confunde estos términos a
menudo, es sólo porque los tres apuntan a lo mismo”.
Partiendo como parte de un pensamiento más simbológico que verbal (en la
medida en que reconoce el principio según el cual la verdad es inefable
y toda formulación la distorsiona) era previsible que el conocimiento
esotérico atravesase los siglos, de la escolástica para aquí, como una
supervivencia apenas tolerada de la mentalidad infantil de la humanidad.
A ello colaboró, en primer lugar, el absoluto predominio que se dio a
la especulación verbal como vía de conocimiento en las culturas de
Occidente y, en segundo término, el propio ritmo de vida de estas
culturas, cada vez menos propenso a facilitar los benéficos de la
meditación absorta. El tercer factor descalificador del pensamiento
esotérico -y, sin duda, la razón más evidente de su largo desprestigio-
lo constituyó el ejército de charlatanes, improvisadores y exaltados
que, desde mediados del siglo XVIII pretendieron estar en posesión de
todas las llaves más o menos secretas de la sabiduría y de la felicidad.
A muchos de ellos hay que agradecerles, no obstante, su papel de puente
histórico entre un conocimiento en extinción y la apertura metodológica
de las investigaciones contemporáneas; pero no es menos cierto que su
lenguaje ampuloso, su soberbia, y con frecuencia su incultura,
colaboraron notablemente al desprestigio de aquello que pretendían
exaltar.
Puede decirse que la concepción moderna de las disciplinas esotéricas
parte de la lucidez y el esfuerzo del metafísico francés René Guénon,
quien las dotó de «un léxico técnico, de un rigor y de una precisión
casi matemáticos», como asegura uno de sus más brillantes seguidores, el
filósofo y orientalista Luc Benoist (L'ésotérisme). «El punto de vista
esotérico no puede ser admitido y comprendido -dice Benoist- sino por el
órgano del espíritu que es la intuición intelectual o intelecto,
correspondiente a la evidencia interior de las causas que preceden a
toda experiencia. Es el medio de aproximación específico de la
metafísica y del conocimiento de los principios de orden universal. Aquí
se inicia un dominio en donde oposiciones, conflictos,
complementariedades y simetrías han quedado atrás, porque el intelecto
se mueve en el orden de una unidad y de una continuidad isomorfas con la
totalidad de lo real (...). El punto de vista metafísico, escapando por
definición de la relatividad de la razón, implica en su orden una
certeza. Pero frente a esto ella no es expresable, ni imaginable, y
presenta conceptos sólo accesibles por los símbolos.
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