Mántica
Las disciplinas mánticas, son casi tan antiguas como la existencia de la
humanidad o, al menos, como los más remotos vestigios de cultura. Desde
los oráculos y la consulta a las vísceras de los animales del
sacrificio, las sociedades han demostrado una vocación inquebrantable
por la investigación del futuro. Lejos de agotarse o desaparecer entre
los beneficios de la culturización, esta constante ha permanecido, si
bien el pensamiento dominante de cada época tendió unas veces a
entronizarla en los límites de la perspicacia y la sabiduría, y otras
-como viene ocurriendo del positivismo para aquí- a sumergirla como
residuo involutivo de la superstición. Su vitalidad no da trazas de
ceder, sin embargo, como lo prueban las secciones astrológicas de
periódicos y revistas, los millones de personas que a diario consultan a
las cartas o se hacen leer las manos, los centenares de hilos sueltos
(premoniciones, sospechas telepáticas, buenos y malos augurios) que
siguen uniendo al racionalista de nuestro tiempo con el llamado
pensamiento primitivo. Para Gwen Le Scouézec (Encyclopédie de la
Divinatión) la última manifestación cultural de esta necesidad puede
verse en la interpretación de los sueños, del psicoanálisis ortodoxo.
Es importante hacer algunas precisiones sobre las disciplinas mánticas
en general, a las que se puede dividir entre las que utilizan un
«intermediario» y las que no lo utilizan. Estas últimas son sin duda las
más remotas, e incluyen a todo tipo de videntes, médium, chamanes y
otros investigadores de los estados intermedios de conciencia. Entre las
mancias con intermediario cabe distinguir aún a aquéllas que no escapan
al ámbito personal del consultante, de las que podrían llamarse
«referenciales», ya que se valen de un objeto ajeno al adivino y al
consultante, y son la inmensa mayoría de las que se practican en el
mundo.
A esta última categoría pertenece la cartomancia, de la que el Tarot es
el grado más complejo y especializado.
Es frecuente que, con un criterio generalizador poco riguroso, se
confunda el esoterismo con la mística, la magia o hasta la simple y pura
superstición. Para Charles Grandin (Les sources de la pensée sauvage)
“el esoterismo es un riguroso método de conocimiento; la mística, un
proceso en principio emotivo y escasamente intelectual, cuyos resultados
son imprevisibles; la magia, una técnica o un oficio, como pudieran
serlo la medicina o la alfarería. Si se confunde estos términos a
menudo, es sólo porque los tres apuntan a lo mismo”.
Partiendo como parte de un pensamiento más simbológico que verbal (en la
medida en que reconoce el principio según el cual la verdad es inefable
y toda formulación la distorsiona) era previsible que el conocimiento
esotérico atravesase los siglos, de la escolástica para aquí, como una
supervivencia apenas tolerada de la mentalidad infantil de la humanidad.
A ello colaboró, en primer lugar, el absoluto predominio que se dio a
la especulación verbal como vía de conocimiento en las culturas de
Occidente y, en segundo término, el propio ritmo de vida de estas
culturas, cada vez menos propenso a facilitar los benéficos de la
meditación absorta. El tercer factor descalificador del pensamiento
esotérico -y, sin duda, la razón más evidente de su largo desprestigio-
lo constituyó el ejército de charlatanes, improvisadores y exaltados
que, desde mediados del siglo XVIII pretendieron estar en posesión de
todas las llaves más o menos secretas de la sabiduría y de la felicidad.
A muchos de ellos hay que agradecerles, no obstante, su papel de puente
histórico entre un conocimiento en extinción y la apertura metodológica
de las investigaciones contemporáneas; pero no es menos cierto que su
lenguaje ampuloso, su soberbia, y con frecuencia su incultura,
colaboraron notablemente al desprestigio de aquello que pretendían
exaltar.
Puede decirse que la concepción moderna de las disciplinas esotéricas
parte de la lucidez y el esfuerzo del metafísico francés René Guénon,
quien las dotó de «un léxico técnico, de un rigor y de una precisión
casi matemáticos», como asegura uno de sus más brillantes seguidores, el
filósofo y orientalista Luc Benoist (L'ésotérisme). «El punto de vista
esotérico no puede ser admitido y comprendido -dice Benoist- sino por el
órgano del espíritu que es la intuición intelectual o intelecto,
correspondiente a la evidencia interior de las causas que preceden a
toda experiencia. Es el medio de aproximación específico de la
metafísica y del conocimiento de los principios de orden universal. Aquí
se inicia un dominio en donde oposiciones, conflictos,
complementariedades y simetrías han quedado atrás, porque el intelecto
se mueve en el orden de una unidad y de una continuidad isomorfas con la
totalidad de lo real (...). El punto de vista metafísico, escapando por
definición de la relatividad de la razón, implica en su orden una
certeza. Pero frente a esto ella no es expresable, ni imaginable, y
presenta conceptos sólo accesibles por los símbolos.
|