DE LA NOVELA DEL EGO A LA VERDAD DEL ESPÍRITU
Decían los sufíes: “La Illaha ill’Allah”. Sólo existe Dios, nada más que
Dios.
Pero sin embargo existe el infierno, el infierno de la guerra, de la
enfermedad, de la muerte, del desamor, el infierno de nuestra vida en
esta Tierra. El ego existe y es el que crea ese ilusorio infierno.
¿Y qué es el ego?. ¿Si sólo existe Dios, no es Dios también el ego?.
¿Porqué el ego crea un infierno?. ¿Acaso existe algo más que Yo, mi ego,
lo que yo creo ser?. Y ahí nos acercamos al quid de” la cuestión: “lo
que yo creo ser”. La mentira de mi personalidad, de mi condicionamiento
pasado, que como en una novela repite continuamente el mismo guión. El
ego vive en el tiempo, crea el futuro siempre desde el pasado y por eso
no deja opción al cambio, a lo nuevo.
No es que el ego no sea Dios, como bien decían los sufíes, no hay nada
más que Dios. Es que el ego es la gran mentira. El ego es la mente
inferior, la mente automática y condicionada, que ilusoriamente se cree
separada. Es como una especie de entidad que se ha hecho autónoma. El
ego está lleno de creencias erróneas. La creencia principal del ego es
la separación, la separación de Dios, la separación de las demás
personas, de la Tierra, de todo lo que le rodea. Y el miedo,
indisolublemente unido a la creencia de la separación. La creencia en la
enfermedad, en el sufrimiento, en el dolor y en la existencia del
pecado y el merecimiento de castigo. Y, por su puesto, la muerte, la
creencia en la rueda del Samsara, la rueda de la muerte continua. El ego
es el gran destructor del amor, de las relaciones y de la vida.
¿Y qué hay más allá del ego?. Realmente una pregunta difícil de
responder, pues se pueden dar aproximaciones, pero no se puede entender
con las palabras de la mente; puede incluso parecer una locura. Lo único
que realmente responde a la pregunta es la experiencia de haber vivido
ese espacio más allá de la mente, el silencio, en el que no es necesario
el pensamiento. Ese espacio donde el pasado y el futuro personal se
disuelven, donde aparece algo más allá de la personalidad, algo que
podríamos decir que no tiene forma, pero que es bien palpable para el
que lo experimenta. Cuando la mente ha sido sanada suficientemente y
limpiada de su condicionamiento pasado, de sus falsas creencias, es
entonces cuando puede rendirse a la realidad de Dios, a la verdad del
Espíritu y del amor, el cuál ya no será destruido. Y ¿qué es rendirse a
la realidad de Dios, a la verdad del amor?. Pues sencillamente
“desaparecer”. Ponerse en manos del Espíritu, dejar de interferir en el
mundo y en las cosas con nuestros juicios, nuestras interpretaciones y
nuestros planes y deseos, y sencillamente vivir esa frase de “Hágase tu
Voluntad” (y no la mía). Es abrirse al corazón, que es unión, aceptación
y dejar de oponer resistencia, dejar de buscar salvaciones
alternativas. Es reconocer, perdonar y comprender que nadie nos hace
nada, que somos nosotros los que creamos lo que tenemos delante. Lo
creamos con nuestro ego o a través del Espíritu. Resulta que cuando uno
se rinde - lo que más miedo da -, paradójicamente el Universo comienza a
funcionar a nuestro favor. Cuando salimos de nuestra novela personal,
la novela del ego, el mundo se vuelve generoso y nos da “lo que ya no
deseamos”, que aceptamos entonces y vivimos gustosamente. Somos así
“guiados”, llevados”, por otra parte que está en nosotros, más allá de
la mente ordinaria. Eso que se ha llamado Mente Superior o Supramental,
esa chispa de Dios en nosotros. Esa parte conectada con todo lo demás.
Esa parte que se rige por el amor, por la unión, que sabe que la muerte
no existe, y que el mundo es un lugar de vida y felicidad. Cuanto más
interfiera el ego, menos se manifestará esa parte superior en nuestras
vidas. El ego no es malo ni bueno, simplemente es mentira. El ego deberá
seguir existiendo, nuestra personalidad seguirá siendo reconocible,
pero será sólo una herramienta en manos del Espíritu que, a través del
corazón, dirigirá ahora nuestra vida.
El Tantra, como todos los caminos espirituales de desarrollo del ser
humano, es una vía de expansión de nuestra consciencia. Expansión de la
mente hacia el amor, hacia el Espíritu. Transformación completa del ser
humano, desde “abajo” hasta “arriba”. Sin dejarnos nada, sin rechazar
nada. El Tantra es quizá la única tradición viva que incluye una visión y
una práctica global y completa del ser humano y del Universo, de la
Tierra y del Cielo, de lo femenino y lo masculino.
El Tantra empieza en el primer chakra, en la Tierra, y en la sexualidad,
energía divina del Universo.
La base de la sexualidad tántrica es la entrega. Y ahí empieza el
trabajo. El ego no se puede entregar porque es contrario a su
naturaleza. La naturaleza del ego es la autoprotección. El Tantra exige
transcender el ego. Entregarse en el acto más mundano, que es hacer el
amor físico con otro ser humano. Abrir el corazón y arriesgarse al
sentimiento. El Tantra exige entrega con el cuerpo, que es precisamente
lo que la mente percibe como más separado. Es el feudo del ego, nuestra
parcela, más particular. Ahí comienzan a salir los demonios, tanto en el
hombre como en la mujer. La historia personal. Los miedos, el abandono,
la lucha, el control, la agresividad… Hay que entregarse, no vale solo
con nuestros deseos e impulsos más o menos instintivos, automáticos, con
nuestras proyecciones mentales. Hay que ir al corazón. De eso se trata.
Por eso el Tantra es un trabajo completo. Trabajamos la mente, las
emociones, el ego, y añadimos además la sexualidad del cuerpo: una dulce
bomba.
Pero no hay que tener miedo de los demonios. No hay que huir. Benditos
demonios. Son nuestras mentiras, nuestros infiernos creados, que dejamos
salir y lo más suavemente posible, despedimos, para no verlos más. El
premio: la verdad. La verdad del Espíritu que somos. La verdad del amor,
la dicha…, el Cielo en la Tierra.
Les dejo con un par de frases tántricas, a modo de reflexión:
“Haz el amor y no la guerra” ¿Se acuerdan de los hippies…?
Y otra fuerte: “Cuando una pareja tiene un problema hace el amor para
disolverlo”. ¿Impensable, verdad?. De eso se trata, de no pensar.
Publicado por Jesús Gómez en la revista "Espacio Humano"
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