Las células sanas emiten un ruido diferente al de las enfermas.
Estudiarlo también puede servir para la investigación musical de
vanguardia.
Un director de cine ha pedido el sonido de una célula de levadura que
emite un cambio de vibración.
Nuestras manos siguen teniendo el mismo tamaño, pero la tecnología que
hay detrás de los controles cambia de proporción.
Los laboratorios hace tiempo que dejaron la escala micro y pasaron al
nano: un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro, mil veces más
pequeño que un micrómetro.
Ahora lo minúsculo se explora con una precisión sorprendente.
La nanociencia ha disparado las ilusiones de la ciencia ficción, que ha
pensado en computadoras minúsculas cuya capacidad de cálculo no está
limitada por los materiales, y en nanomáquinas que circulan por nuestra
corriente sanguínea desembozando arterias, compensando la acidez
estomacal o reconectando células neuronales. Todo en unas medidas que
producen vértigo, sobre todo a quienes tienen problemas para enhebrar
agujas.
Una de las personas especializadas en el mundo de lo pequeño es James
Gimzewski, que ha desarrollado la mayor parte de su vida profesional
explorando la física y la química de las moléculas individuales.
Sus logros incluyen la fabricación de un ábaco molecular, el desarrollo
de sensores nanomecánicos - instrumentos capaces de detectar y calibrar
movimientos nanométricos- y el descubrimiento de los rotores
moleculares: moléculas con forma de aspa que se mueven por sí mismas
como helicópteros diminutos, pese a que el viento no es aplicable a esas
escalas.
El rotor fue portada de la prestigiosa revista Science, y los que
especulaban sobre nanomáquinas creyeron haber descubierto el mecanismo
para impulsarlas. Por este motivo, los rotores son conocidos como
nanopropulsores, pese a que, en palabras del propio descubridor, "no
sirven para nada".
El intercambio con investigadores médicos llevó a Gimzewski a cambiar
las moléculas por células, que son mucho más grandes y manejables.
Se fijó en particular en la membrana que las delimita, y pensó que su
vibración debería producir algún tipo de sonido, al modo en que
funcionan las membranas de los altavoces de los aparatos de música. Para
conseguirlo aplicó uno de sus sensores nanométricos y registró la
vibración en un fichero digital - no es posible la reproducción en
directo-,que luego amplificó hasta hacerlo perceptible por el oído
humano. Un sistema muy similar al de los clásicos discos de vinilo, con
una aguja infinitamente pequeña.
El primer sonido celular, que provenía de una muestra de levadura,
sonaba sorprendentemente agudo, dos octavas por encima del do (c3) que
está en el centro del piano. "No parecía posible que una célula pudiera
vibrar tan rápido".
Pruebas posteriores mostraron que las células suenan diferente bajo
condiciones distintas.
Incluso pequeños cambios de temperatura hacen que la nota varíe.
En la dirección web se puede oír la levadura a 22, 26 y 30 grados
centígrados. Gimzewski asegura que escuchar la membrana celular es como
poner la oreja en el muro de una fábrica: se oye el funcionamiento de
los mecanismos internos. Por eso las células enfermas suenan distinto de
las células sanas. Un detalle de gran interés en la lucha contra el
cáncer, porque cabría pensar en la detección de células propensas a
convertirse en cancerígenas escuchando el cambio de su funcionamiento
interno.
El químico sugiere la sonocitología -este es el nombre que propone para
esta práctica- como herramienta de diagnóstico médico.
Sonido biológico
Una célula cancerígena es una célula que deja de cumplir la función que
tiene encomendada. Durante la multiplicación celular que media entre la
pareja ovulo-espermatozoide y el feto humano se asignan funciones muy
determinadas. Unas se convierten en células cardíacas, otras en células
hepáticas; unas se convierten en un pulmón y otras en un ojo y otras en
los músculos de la pierna.
Una célula cancerígena es una célula rebelde, que se resiste a la
función que se le ha encomendado; que abandona sus funciones y procura
extender la desobediencia. Unas condiciones curiosamente similares a las
que representa, en otra escala, la música punk.
El sonido de las células ha despertado gran interés: un director de cine
de terror ha pedido el sonido de una célula de levadura que emite un
cambio de vibración, no muy distinto de un grito, antes de morir al ser
sumergida en alcohol. Seguidores de un yogi espiritual han contactado
con el científico bajo la creencia de que ha encontrado el lenguaje de
la vida. Y especialistas en cáncer están interesados en encontrar una
forma de detectar la música del cáncer, el punk biológico, entre el
rumor de las células sanas. El mundo de la música pequeña ha comenzado
buscando el estilo más ruidoso.
Raúl Minchinela.
Las células sanas emiten un ruido diferente al de las enfermas.
Estudiarlo también puede servir para la investigación musical de
vanguardia.
Un director de cine ha pedido el sonido de una célula de levadura que
emite un cambio de vibración.
Nuestras manos siguen teniendo el mismo tamaño, pero la tecnología que
hay detrás de los controles cambia de proporción.
Los laboratorios hace tiempo que dejaron la escala micro y pasaron al
nano: un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro, mil veces más
pequeño que un micrómetro.
Ahora lo minúsculo se explora con una precisión sorprendente.
La nanociencia ha disparado las ilusiones de la ciencia ficción, que ha
pensado en computadoras minúsculas cuya capacidad de cálculo no está
limitada por los materiales, y en nanomáquinas que circulan por nuestra
corriente sanguínea desembozando arterias, compensando la acidez
estomacal o reconectando células neuronales. Todo en unas medidas que
producen vértigo, sobre todo a quienes tienen problemas para enhebrar
agujas.
Una de las personas especializadas en el mundo de lo pequeño es James
Gimzewski, que ha desarrollado la mayor parte de su vida profesional
explorando la física y la química de las moléculas individuales.
Sus logros incluyen la fabricación de un ábaco molecular, el desarrollo
de sensores nanomecánicos - instrumentos capaces de detectar y calibrar
movimientos nanométricos- y el descubrimiento de los rotores
moleculares: moléculas con forma de aspa que se mueven por sí mismas
como helicópteros diminutos, pese a que el viento no es aplicable a esas
escalas.
El rotor fue portada de la prestigiosa revista Science, y los que
especulaban sobre nanomáquinas creyeron haber descubierto el mecanismo
para impulsarlas. Por este motivo, los rotores son conocidos como
nanopropulsores, pese a que, en palabras del propio descubridor, "no
sirven para nada".
El intercambio con investigadores médicos llevó a Gimzewski a cambiar
las moléculas por células, que son mucho más grandes y manejables.
Se fijó en particular en la membrana que las delimita, y pensó que su
vibración debería producir algún tipo de sonido, al modo en que
funcionan las membranas de los altavoces de los aparatos de música. Para
conseguirlo aplicó uno de sus sensores nanométricos y registró la
vibración en un fichero digital - no es posible la reproducción en
directo-,que luego amplificó hasta hacerlo perceptible por el oído
humano. Un sistema muy similar al de los clásicos discos de vinilo, con
una aguja infinitamente pequeña.
El primer sonido celular, que provenía de una muestra de levadura,
sonaba sorprendentemente agudo, dos octavas por encima del do (c3) que
está en el centro del piano. "No parecía posible que una célula pudiera
vibrar tan rápido".
Pruebas posteriores mostraron que las células suenan diferente bajo
condiciones distintas.
Incluso pequeños cambios de temperatura hacen que la nota varíe.
En la dirección web se puede oír la levadura a 22, 26 y 30 grados
centígrados. Gimzewski asegura que escuchar la membrana celular es como
poner la oreja en el muro de una fábrica: se oye el funcionamiento de
los mecanismos internos. Por eso las células enfermas suenan distinto de
las células sanas. Un detalle de gran interés en la lucha contra el
cáncer, porque cabría pensar en la detección de células propensas a
convertirse en cancerígenas escuchando el cambio de su funcionamiento
interno.
El químico sugiere la sonocitología -este es el nombre que propone para
esta práctica- como herramienta de diagnóstico médico.
Sonido biológico
Una célula cancerígena es una célula que deja de cumplir la función que
tiene encomendada. Durante la multiplicación celular que media entre la
pareja ovulo-espermatozoide y el feto humano se asignan funciones muy
determinadas. Unas se convierten en células cardíacas, otras en células
hepáticas; unas se convierten en un pulmón y otras en un ojo y otras en
los músculos de la pierna.
Una célula cancerígena es una célula rebelde, que se resiste a la
función que se le ha encomendado; que abandona sus funciones y procura
extender la desobediencia. Unas condiciones curiosamente similares a las
que representa, en otra escala, la música punk.
El sonido de las células ha despertado gran interés: un director de cine
de terror ha pedido el sonido de una célula de levadura que emite un
cambio de vibración, no muy distinto de un grito, antes de morir al ser
sumergida en alcohol. Seguidores de un yogi espiritual han contactado
con el científico bajo la creencia de que ha encontrado el lenguaje de
la vida. Y especialistas en cáncer están interesados en encontrar una
forma de detectar la música del cáncer, el punk biológico, entre el
rumor de las células sanas. El mundo de la música pequeña ha comenzado
buscando el estilo más ruidoso.
Raúl Minchinela.
|