EL SONIDO DE LA LUZ
La oración es una elevación por encima de las cosas terrenas, una
ardiente invocación, un transporte, un batir de alas hacia regiones que
no turban los murmullos y las agitaciones del mundo material, y donde el
ser obtiene las inspiraciones que le son necesarias. Cuanto más
poderoso es su transporte, cuanto más sincera es su invocación, más
distintas y más claras se revelan en él las armonías, las voces y las
grandezas de los mundos superiores. Es como una ventana que se abre
hacia lo invisible, hacia lo infinito, y por donde el ser percibe mil
impresiones consoladoras y sublimes, se impregna con bellas emociones y
se embriaga y se sumerge en ellas como en un baño fluídico regenerador.
Cuando una piedra llega a herir las aguas, se ve vibrar la superficie en
ondulaciones concéntricas. Así, el fluido universal se pone en
vibración por nuestras oraciones y nuestros pensamientos, con la
diferencia de que las vibraciones de las aguas son limitadas y las del
fluido universal se suceden hasta lo infinito. Todos los seres y todos
los mundos están bañados en ese elemento, como lo estamos nosotros
mismos en la atmósfera terrestre. De ello resulta que nuestro
pensamiento, cuando está conmovido por una fuerza de impulsión, por una
voluntad suficiente, llega a impresionar a las almas a distancias
incalculables. Una corriente fluídica se establece de unas a otras y
permite a los espíritus elevados que respondan a nuestras invocaciones e
influyan en nosotros a través del espacio.
"Reuníos para orar" -ha expresado Jesús-.
La oración hecha en común es un haz de pensamientos, de voluntades, de
rayos, de armonías y de perfumes que se dirige con mayor empuje hacia su
objeto.
¡Qué palanca para el alma ardiente que pone en este transporte todo
cuanto hay en ella de grande, de puro y de elevado!.
En este estado, brotan sus pensamientos como una corriente impetuosa en
amplias y poderosas oleadas. A veces, se ha visto al alma en oración
separarse del cuerpo y, en éxtasis, seguir el pensamiento ferviente que
proyectaba como precursor hacia el infinito. El hombre lleva en sí un
motor incomparable, del cual sólo sabe obtener un mediano partido. Para
ponerlo en marcha bastan, no obstante, dos cosas: la fe y la voluntad.
Unamos nuestras voces a las voces de lo infinito. Todo pide, todo
celebra el júbilo de vivir, desde el átomo que se agita en la luz hasta
el astro inmenso que nada en el éter. La adoración de los seres forma un
prodigioso concierto que llena el espacio y sube hasta Dios. Es el
saludo de los hijos a su Padre, el homenaje rendido por las criaturas al
Creador. Interrogad a la Naturaleza en el esplendor de los días
soleados, en la calma de las noches estrelladas. Escuchad la gran voz de
los océanos, los murmullos que se elevan del seno de los desiertos y de
la profundidad de los bosques, los acentos misteriosos que rumorean en
el follaje, que resuenan en las gargantas solitarias, que se exhalan de
las llanuras y de los valles, franquean las alturas y se extienden por
todo el Universo. En todas partes, recogiéndoos, oiréis el admirable
cántico que la Tierra dirige a la Gran Alma. Más solemne aún es la
oración de los mundos, el canto grave y profundo que hace vibrar a la
inmensidad y cuyo sentido sublime sólo comprenden los espíritus.
(Extracto del Libro "Despues de la Muerte" Leon Denis)
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