Brujas
Mujeres con conocimientos y poderes mágicos, existentes en todo tiempo y lugar, que fueron satanizadas y ejecutadas desde el siglo XIV hasta el XVIII. Una persecución generalizada en toda Europa, especialmente en la Europa del norte y central.
Finalizando la edad media, donde la magia formaba parte de lo cotidiano, al mismo tiempo que empiezan a surgir fronteras y poderes centralizados también las iglesias cristianas (católica y luego protestantes) quisieron reafirmar su poder sobre los numerosos focos en toda Europa donde seguían vigentes creencias y ritos paganos, y para ello los convirtió en productos diabólicos merecedores de muerte.
Si se centró especialmente en mujeres, fue quizás debido a la libertad sexual pagana que iba contra la familia patriarcal, rechazando -y remarcándolo al hacerlo- su naturaleza sensual y en contacto con la naturaleza y sus remedios curativos ancestrales. Si no fue así, no parece existir razón alguna para el enfoque radical e histérico contra este sexo, que era además sometido a torturas y forzado con estos violentos procedimientos a aceptar como ciertas las experiencias, presuntamente diabólicas, que los inquisidores le atribuían.
No hay más que ver los interrogatorios inquisitoriales y leer el famoso "Martillo de brujas", auténtico manual de la Inquisición escrito por los monjes alemanes Henry Institoris y Jacob Sprenger.
También resulta curioso el hincapié de otros autores en exterminar sobre todo a las brujas buenas, seguramente para evitar cualquier riesgo de seguimiento y consideración de aquellos que practicaban antiguos saberes curativos paganos, relacionados sobre todo con las propiedades de las plantas y con la libre expresión sexual.
La persecución más generalizada comenzó con la Bula Bruja del papa Inocencio VIII, ya en 1484, como base legal, y desde entonces hasta el siglo XVIII hubo más de medio millón de brujas ejecutadas. Entre ellos, también había algún que otro hombre, estarían los que por alguna circunstancia equívoca o animadversión vecinal fueron acusados de brujería, y los que auténticamente poseían poderes especiales, o al menos así lo creían. Pero está claro que las aberraciones sexuales atribuidas a las brujas, como que el pene del demonio quemaba o era tan frío como el hielo, y otras prácticas dolorosas cumplían las funciones, por un lado, de dar rienda suelta a las fantasías sexuales de los inquisidores reprimidos, y por otro presentaban en forma desagradable la expresión sexual brujeril para evitar nuevos seguidores.
Lo que es evidente es que casi todo lo que se sabe de los aquelarres es producto de los interrogatorios bajo tortura. Y luego estarían los ingenuos que, en actitud rebelde, seguirían el juego cristiano adorando realmente al demonio y amparando bajo su invocación una disposición agresiva y antisocial.
El porqué del escenario natural donde se suponía que se celebraban los aquelarres, es debido a los antiguos ritos célticos precristianos, donde no existían templos y se realizaban en plena naturaleza, en lugares de poder como bosques o montañas sagradas. Y es también significativo el hecho de que las mayores y más encarnizadas persecuciones fueron en las sociedades protestantes, donde se había abolido de su religión cualquier matiz femenino (desterrando el culto a la Virgen) y lo mágico como parte de ello.
Existen teorías que quieren explicar unilateralmente esta persecución, atribuyéndola al saber anticonceptivo de las parteras, que iba contra la repoblación de una Europa diezmada por la terrible peste del siglo XIII. Pero esta hipótesis es contradictoria con el hecho de matar mujeres sobre todo, es decir aquellas que podían traer niños al mundo.
En fin, que aquella Europa era un lugar histérico, cuya histeria era alimentada por el ansia de poder y riquezas de los emergentes poderes centrales de reyes y papas (puesta de manifiesto poco antes con el exterminio de templarios y cátaros).
Esperemos que ese fanatismo nunca regrese a Europa (que lo revivió con el nazismo) y vaya disolviéndose en los pueblos y religiones que aún hoy en día lo practican, justificándolo con la palabra "sagrada", ya sea como un adjetivo adjudicado a la guerra, o a las tradiciones. [Wakan]