NO VOLVAIS LA MIRADA Sir Ken Master n Caballero encontró a otro en una de las esquinas del castillo de Camelot y cuando se acercó, comprobó que este estaba llorando. Despacio, como caminando con rencor se acerco a él, le levantó la cabeza, y le inquirió dulcemente: -¿Por qué lloráis joven Caballero? El segundo hombre le miró y dejó de llorar , y sin quitar la vista del primer Caballero dijo: -He perdido todo lo que tengo, me han dejado Señor. -Veréis, yo sabía que tenía que suceder por el cómo habían pasado estos días pero siento que me muero por dentro, me muero Señor. -Veréis -exclamó el primer Caballero- no soy nadie para aconsejaros puesto que se lo que sentís, pero tan sólo dejadme que os de mí opinión sobre lo que es el amor. Ese amor que ahora sentís y que en vuestro caso es destructivo e incluso aniquilador, porque estoy seguro que no pensáis en vuestra vida ahora y sí en que os gustaría que os la quitasen. Yo también he amado, he amado con locura Sir, con tanta pasión que ninguna constelación hubiera podido ponerlo en duda. Tanto que habría dado cualquier cosa del mundo por conservarla. Pero dejad que os diga lo siguiente: Sí alguna vez conquistáis una estrella, si alguna vez lográis que la misma brille por vos, sí alguna vez conseguís eso, no permitáis que cambie de color, ni que deje de brillar. Y si cambia de color Señor, y teniendo el punto de partida de que el amor puede ser tan hermoso y brillante como una estrella pero tan destructivo como un huracán, por vuestra vida caballero, no gastéis ni tiempo en coger vuestra armadura y corred, corred hasta que os duelan las piernas, porque sería fatal y destructivo para vos. Quizás la muerte sería un principio de una agonía aún mayor, quizás ello sería tan solo el principio, así pues por vuestra vida... huid caballero y por mucho que lloréis, por mucho que os cueste, mataros a correr y no volváis la mirada. Y si esa misma estrella pierde su brillo Señor, si deja de brillar no os lo plantéis tampoco. Poneos vuestra mejor armadura, vuestra mejor insignia, vuestro mejor uniforme y llamadla, luego rozadle la mejilla con dos dedos dulcemente y susurradle: "Habéis brillado para mí, ahora dejad de estar pálida y marchita con mi presencia" Después de eso, girad sobre vuestros talones y salid por la puerta. Sólo cuando la hayáis cruzado, sólo entonces podréis llorar, pero llorad tranquilo, pensad tan solo que una vez brillo para vos y por vos, pensad también que fue vuestra, y aunque se que no os servirá de consuelo pensad que no todos los Caballeros consiguen ese brillo alguna vez, y como os dije: "No volváis la mirada" Y diciendo esta ultima frase el primer caballero giró sobre sus talones y no volvió la mirada por segunda vez, no lo hizo. |