La luz verdadera, esa que no depende de nuestra juventud, ni de la belleza física; que no depende de nuestra capacidad para seducir, convencer o poseer; que no se mide por el tener, ni el éxito, ni el poder, es la luz del ser. El ser, lo permanente en nosotros, lo que no perece con la muerte, lo que aprende, lo que cuando todos nuestros átomos han cambiado permanece, lo que un día se revela como dirección o propósito inundando de sentido la vida, lo que consumado el propósito primero da lugar al heroísmo, la obra de arte o el amor verdadero, es nuestra esencia.
Desde la máscara es imposible percibir el ser. Si no pasamos a través de esa capa intermedia de nuestra sombra, es imposible acceder al núcleo de nuestra conciencia interior. Adentrarse en el territorio de la sombra es imposible sin aceptación. ¿Cómo aceptarse? La mirada de alguien que se haya aceptado, que haya conectado con su ser produce el milagro, una tea encendida enciende sin dificultad una tea vecina. La historia de la aceptación por ser ella el primer movimiento real hacia el ser interior, es la historia de la redención, la historia del verdadero amor. |