Padre nuestro, que nos has creado, arrancándonos como un destello eterno de tu corazón de oro... Que estás en los cielos... Que estás en los cielos limitados de cada dolor y de cada enfermedad... Que estás en la sangre que se derrama... Que estás en el cielo sin distancias del amor... Santificado sea tu nombre... Santificado y repetido con orgullo, con la satisfacción del hijo del poderoso...
Venga a nosotros tu reino... Llegue a los hombres la sombra de tu sabiduría... Venga a nosotros la brisa que impulsa la vela... Venga pronto la señal de tu Hijo, mi añorado Hijo, vengan a nosotros las otras verdades de tu reino...
Hágase tu voluntad en la Tierra y en los cielos... Y que el hombre sepa comprenderlo... Que los espíritus conozcan que nada muere o cambia sin tu conocimiento... Que no perdamos el sentido de tu última palabra: «Amaos»... Hágase tu voluntad, aunque no la entendamos...
El pan nuestro de cada día, dánosle hoy... Danos el pan de la paciencia y el del reposo... Danos el pan de la alegría de los pequeños momentos... Danos el pan de las promesas... Danos el pan del valor y de la justicia... Y el fuego y la sal de la compañía... Y también el llanto que limpia... Danos, Padre, el rostro sin rostro de tu imagen...
Y perdona nuestras deudas... Disculpa nuestros errores como el padre olvida la torpeza del hijo... Perdona las tinieblas de nuestro egoísmo... Perdona las heridas abiertas... Perdona los silencios y el trueno de las calumnias... Perdona nuestra pesada carga de desconfianza... Perdona a este mundo que, a fuerza de soledad, se está quedando solo... Perdona nuestro pasado y nuestro futuro...
Y no nos dejes caer en tentación...
Líbranos de la ceguera de corazón... No nos dejes caer en la tentación de la riqueza, ni en la miseria y estrechez de espíritu... Líbranos, Padre, de toda certidumbre y seguridad materiales... Líbranos.
De: oración de Maria en el Caballo de Troya 4, J.J. Benítez |