La humildad es una de esas virtudes que se nutre abundantemente de otras para llegar a ser manifiesta. Entre estas, podemos citar a la mansedumbre, la modestia y la flexibilidad, virtudes todas que requieren de alta dosis de energía positiva del ser humano, para llegar a consolidarse, pues los vicios opuestos están muy arraigados en nuestra vida cotidiana que prácticamente funcionan como contrapeso en la conducta y comportamiento que no permiten su manifestación.
En efecto, regularmente somos enérgicos en nuestro trato, no buscamos comprender a los demás; somos también inflexibles ante nuestras posturas, las que consideramos siempre superiores y mejor que las del resto de las personas; somos soberbios por naturaleza, pues no aceptamos nuestros errores y tenemos la tendencia a ver siempre y únicamente los errores de los demás. Y que decir de inmodestia y la presunción, pues por regla general tenemos la tendencia a demostrar o presumir de nuestros haberes, resaltándoles y siendo excluyentes con los de los demás. ¡ ... Actitudes humanas cotidianas y permanentes!.
Como podemos ver, la humildad es una de las virtudes más difíciles de modelar y adquirir, pues requieren del cultivo y práctica de otras tantas como las ya descritas, a las que podríamos añadir a la sobriedad y el desprendimiento como virtudes morales adquiribles, así como la fé, y la caridad como virtudes teologales o infundidas directamente por dios, por mencionar tan solo algunas.
La humildad es, dentro de las virtudes morales o adquiribles, la que más trabajo cuesta modelar, pues se requieren altas dosis de amor y entrega a la vida y al servicio de los demás, que prácticamente se requiere una vida como la de la madre Teresa o la de Francisco de Asís para lograrla. hoy, al respecto, una pequeña historia de un hermano de la orden Franciscana que vivió en vida monástica por mas de 40 años de su vida, haciendo el bien y ayudando a los demás de manera permanente, desprendiéndose de sus pertenencias para darlas a los necesitados y haciendo oración permanente pidiéndole al señor que cada día le diera una nueva dosis de humildad para servirlo, ofrendando además ayunos y mortificaciones, como prueba de su desprendimiento. Así vivió, ganándose el respeto y reconocimiento de sus demás hermanos, los que sin saberlo, cultivan una semillita de sobervia en el corazón de aquel noble Franciscano, pues en el lecho de su muerte, orando al señor, le dijo: ¡...Gracias señor por haberme dado la oportunidad de ser más humilde y desprendido con los más pequeños hijos tuyos que el resto de mis hermanos!. Y en ese preciso instante, el señor que lo miraba pensó para sí mismo: " Pobre hijo mío, reconocer tu humildad de esa manera, te ha hecho soberbio".
Cultivar la humildad no es tan solo un acto de desprendimiento de cosas materiales que nos pertenecen, sino la aparente contradicción de tener que negarse a uno mismo, desprendiéndose de su ser íntimo sin legar la autoestima, ayudar a los demás sin dejar de recibir para dar, acusar sobriedad dentro de la sabiduría y sobre todo, amar a nuestros semejantes de manera desinteresada e incondicional.
Parece difícil, sin embargo, Dios es justo y en esta vida no nos pide ser santos y totalmente entregados a él; para serlo, envía a este mundo a las almas excepcionales, las que surgen de cuando en cuando en el mundo, como la madre Teresa de Calcuta, Ghandi entre otros muy pocos de nuestra era. Dios tan solo nos pide que seamos humanos y virtuosos, gente de bien y de hábitos en constante perfectibilidad, que si caemos sepamos levantarnos, que oremos cotidianamente y seamos respetuosos con los demás seres humanos, Es muy poco lo que nos pide, pero sin embargo, que difícil es poder cumplirlo. ¿No crees?.
Jorge Melendrez |