No es sencillo ser un niño Índigo.
Tampoco es fácil ser padre o maestro de un niño Índigo.
En los años 80, en los Estados Unidos, una conocida espiritualista norteamericana de nombre Nancy Ann Tappe, que aplicaba terapias con el color, comenzó a notar que los niños tenían una coloración azul violeta en las capas más exteriores de sus auras (llámese así al campo energético alrededor del cuerpo humano), cosa que nunca había visto antes. Intrigada, decidió investigar más profundamente y comenzó a reconocer características comunes en todos estos pequeños. Mayor inteligencia, mayor energía, mayor espiritualidad. Todo parecía ser mayor en estos niños a los que bautizó como niños Índigo. Poco tiempo después publicaba Understanding your Life Through Color (Comprendiendo su vida a través del color), un libro que se convirtió en el primero que abordaba seriamente el tema de los niños Índigo y que lanzó este término a los niveles de popularidad que tiene en todo el mundo.
Entre las principales características de los niños Índigo están, en términos generales, su sentido de realeza (un natural sentimiento de tener derecho a estar acá), la necesidad de relacionarse con otros seres, su afán de liderar, su mayor cantidad de energía, su natural sentido de la justicia y de cuestionar patrones establecidos. Es difícil para ellos aceptar el concepto de autoridad propiamente dicho, sobre todo cuando éste no está apoyado en la coherencia de quien ostenta o reclama dicho estatus. Es decir que, en la mayoría de los casos, estos niños lo sacarán de sus casillas en todo momento si es que usted no es coherente entre lo que dice y lo que hace.
Por un lado, es cierto que muchas de estas características eran inevitables, teniendo en cuenta que la sociedad se va convirtiendo cada vez con mayor velocidad en un cúmulo de innovaciones técnicas y de información a todo nivel. La sociedad se está volviendo cada vez más tecnificada, conceptos como la computadora, la Internet, la comunicación en tiempo real, etc, que eran sólo sueños hace algunos años, hoy son una realidad. Es natural entonces que los niños nacidos hoy tengan una mayor empatía con todas estas cosas, por la simple razón de que están naciendo en este medio ambiente cargado de cuestiones tecnológicas.
Hasta allí no es necesario aplicar el concepto de niño Índigo. Sin embargo, ¿se ha preguntado si todas las nuevas características de esta sociedad de la información están basadas en valores verdaderos? No, por supuesto. Esta sociedad se hace cada día más y más caótica. Criamos a nuestros hijos como si preparásemos a un futuro campeón de lucha libre, pero con mucha información en el cerebro, porque asumimos que esta sociedad se va a volver cada vez más salvaje, deshumanizada, donde por selección natural sólo los más fuertes, preparados, titulados, van a poder sobrevivir para lograr un buen puesto de trabajo, un buen auto, un buen departamento y un promisorio futuro, porque pensamos que todas estas cosas nos traerán la felicidad. Estos niños no encajan en esos conceptos creados confusamente por todas las generaciones precedentes, porque todas ellas fundaron una sociedad basada en falsedades inhumanas, no en valores.
Está muy bien que hoy a los niños se les acostumbre a manejar aparatos como la computadora y sus diversas herramientas, cuestiones muy de moda últimamente en todos los sistemas educacionales, seguramente con la idea de que el temprano uso de estas cosas los va a preparar mejor para la vida más adelante. Sin embargo, es mucho mejor tratar de equilibrar el inmenso potencial mental y espiritual que cada uno de estos niños trae consigo, no diciendo con esto que todo lo anteriormente expuesto no sea importante, pero en todo caso debe ser sólo complementario. Y es que la ciencia y la tecnología pueden ser útiles herramientas pero no nos hacen más felices.
Otra característica muy importante que se debe tomar en cuenta es que no todos los niños Índigo son iguales. Los llamamos Índigo como una manera de reconocerlos por sus cualidades y potencialidades psicológicas, mentales y espirituales más desarrolladas, pero no están hechos con molde. Este punto es muy importante porque en la medida en que sepamos “guiar” a estos pequeños, y subrayo esta palabra, podremos verlos más adelante aplicar en la vida diaria todo esa capacidad que llevan dentro. Si por el contrario, ellos no encuentran adecuada guía, todo ese potencial quedará dormido y se convertirán en futuros ciudadanos igualmente condicionados como lo somos la mayoría de nosotros.
Estos chicos, al tener los dos hemisferios cerebrales más dotados e interconectados (el hemisferio izquierdo es el mental, lógico, racional, científico, mientras el derecho es el intuitivo, artístico, espacial), pueden tener, sobre todo en el colegio, verdaderos cortocircuitos con las estructuras educativas tradicionales que se basan en el trabajo exclusivo con uno de los dos hemisferios. Entonces suelen aburrirse terriblemente, no desean ir al colegio porque no lo encuentran atractivo y enriquecedor. Detestan hacer las tareas en el orden en el que “la profesora lo dice”. Y entonces, como consecuencia, son diagnosticados con Desorden de Déficit de Atención o con Hiperactividad. Y comienzan los problemas.
Últimamente se escucha mucho de problemas de falta de atención e hiperactividad en los niños de hoy. Una actitud muy común es tratar de solucionar estos problemas con químicos como la famosa Ritalina (metilfenidato). De este fármaco se sabe que la Administración Federal de Reglamentación de Drogas (FDEA) coloca al Metilfedinato en la misma clase de drogas que la morfina y otros con aplicación médica legítima, pero con un alto potencial abusivo. Los efectos colaterales (agitación, marcada ansiedad y tensión) de los psicoestimulantes son muy comunes, y muchos médicos recomiendan disminuir de a poco la dosis antes que interrumpir la medicación. La medición de los efectos a largo plazo en medicación pediátrica está prohibida por dilemas éticos y legales en relación a utilizar a niños como sujetos de prueba.
La Administración Federal de Alimentos y Drogas ha etiquetado en la Ritalina la siguiente advertencia: “no hay todavía disponibles suficientes datos acerca de la seguridad y eficacia de la utilización a largo plazo de la Ritalina en niños” (Tomado de la página web de Carlos Oñates: conates.tripod.com.ve).
Esto demuestra que en los Estados Unidos, donde se toman muy en serio asuntos relacionados con la salud, tanto física como mental, este punto ha entrado en los terrenos de la polémica, y confronta directamente a todos aquellos que opinan que bajo ningún concepto se debe suministrar esta droga y los que opinan lo contrario.
Un acercamiento más coherente y humano, en caso de un aparente problema de hiperactividad y/o falta de atención, sería analizar las posibles causas de este tipo de actitudes en el niño, su entorno familiar, su propio proceso de adaptación al medio, su relación con sus padres. No hay que olvidar que los niños van a tener problemas de adaptación, por ejemplo, con su medio educativo porque aún muchas escuelas se basan en técnicas de memorización, técnicas que conforme pasa el tiempo se demuestran cada vez más inconvenientes.
Por otro lado, estos niños no sólo tienen una gran inteligencia sino que su carga espiritual es mayor. Están más predispuestos a las cuestiones del espíritu. No es difícil encontrar pequeños que oran, repiten mantras o participan encantados en ceremonias religiosas de todo tipo. Esta no es una característica casual o circunstancial. Estos niños hacen las cosas porque les nace de lo más profundo del corazón porque su nivel de conciencia está en continua sintonía con las manifestaciones de la espiritualidad más elevada. Hablamos de espiritualidad no de religiosidad. Estos niños no encuentran diferencia entre una religión u otra, todas están bien mientras su discurso y actuación esté basado en coherentes valores. Si lo analizamos fríamente, nos podemos dar cuenta que estos niños, adecuadamente guiados, serán hombres y mujeres más integrales e integrados, donde ciencia y espiritualidad convivirán en perfecta armonía.
En conclusión, podemos decir que no es sencillo ser un niño Índigo. Tampoco es fácil ser padre o maestro de un niño Índigo. A grandes rasgos se han abordado las principales características de estos nuevos niños, y la clave para criarlos es el respeto, la atención, el estar continuamente atento a sus necesidades y, sobre todo, el amor. El proceso de adaptación es en realidad algo mutuo, cambiante, dinámico, como sobrellevar un curso de especialización sobre la marcha, que requiere de años y que una vez terminado ya no tiene posibilidad de enmienda o arreglo. Usted sentirá continuamente que todo lo que cree saber, o que nos inculcaron, no le sirve. Descubrirá con preocupación que debe de re aprender desde otra perspectiva su manera de ver el mundo, la existencia, la vida. Todo este esfuerzo, largo y a veces un tanto difícil, tendrá sus frutos cuando vea que su pequeño “monstruo” se convierte en un niño feliz y usted, sin quererlo, y gracias al amor que lo mueve, se convierte a su vez en una mejor persona.