
El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa,
con el recuerdo de las Palmas y de la pasión, de la entrada
de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la palabra que evoca
la Pasión del Señor en el Evangelio de San Marcos.
En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas
que han dado origen a esta celebración: la alegre,
multitudinaria, festiva liturgia de la iglesia madre
de la ciudad santa, que se convierte en mimesis,
imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y
la austera memoria - anamnesis - de la pasión que
marcaba la liturgia de Roma.
Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra celebración.
Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros
hasta el abismo de lo que no tiene sentido, del pecado y
de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono
y en su confianza extrema.
Era un anuncio al mundo pagano tanto más realista
cuanto con él se podía medir la fuerza de la Resurrección.
La liturgia de las palmas anticipa en este domingo,
llamado pascua florida, el triunfo de la resurrección;
mientras que la lectura de la Pasión nos invita a
entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión gloriosa
y amorosa de Cristo el Señor.


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