Algunas fobias meteorológicas
El trastorno más común es la astrafobia o miedo a los truenos, los relámpagos, los rayos y las tormentas,
aunque en países más expuestos a los huracanes o los tornados un
porcentaje elevado de personas desarrollan la llamada lilapsofobia.
Menos extendidos son la pluviofobia o miedo a la lluvia,
la nefofobia o terror a las nubes, la anemofobia o miedo a las
corrientes o al viento fuerte y la criofobia, que provoca pánico a las
escarchas, a las heladas y a sentir frío, lo que obliga a quienes lo
padecen a abrigarse más de lo normal.
La aurorafobia, relacionada
con el terror a las auroras boreales, es un miedo “comprensible”, ha
matizado Mar Gómez, porque antiguamente se desconocía su origen, y el
miedo al sol o heliofobia llega a provocar una “preocupante” falta de vitamina D en las personas que lo padecen.
Por
último, ha destacado la quionofobia o miedo a la nieve, muy relacionada
con el miedo al frío y que se manifiesta, no sólo al tocar o sentir la
nieve, también al ver caer los copos.
Terapias dirigidas
Para
tratar todas estas patologías existe la llamada terapia cognitiva, ha
explicado la meteoróloga, consistente en que el paciente recibe por
parte de personal especializado toda la información posible acerca del
fenómeno concreto “hasta que lo vea como algo inofensivo y a su fobia
como algo irracional”.
Y dentro de este mismo tratamiento, la
llamada terapia de exposición gradual trata de acercar al paciente de
forma progresiva al fenómeno para que pueda controlar poco a poco sus
miedos y temores.
“Una persona que tiene fobia a la luna
no puede enfrentarse de pronto a una luna llena o una súper luna, sino
ir saliendo poco a poco por la noche acompañada de un profesional”, ha
insistido.