Comparto generosamente el trabajo de mis manos y el amor en mi corazón. Anhelo encontrar formas de compartir mis bendiciones con los demás. Mis regalos no tienen que ser monetarios o materiales. De hecho, los mejores obsequios son a menudo palabras amables, pensamientos amorosos y actos compasivos. El voluntariado, visitar a un vecino, enseñar a un niño o servir en mi comunidad espiritual motivan mi corazón.

Expreso mi amor al dar. Mantengo mi mente centrada en Dios y abierta a ideas divinas. Invito al bien a mi vida y soy guiado a compartirlo. Al orar, recibo la bondad de Dios en su mayor medida. Yo soy un conducto de Sus bendiciones hacia el mundo. ¡Vivo con el gozo de dar!

Si el miedo o la preocupación infiltra mi mente, dirijo mis pensamientos hacia Dios. Al hacerlo me siento protegido y seguro, ya que recuerdo que el amor y el poder de Dios moran en mí. Al orar afirmo que la luz divina me guía todo el tiempo. Nada que enfrente en la vida es más grande que Dios.

Sé que el poder divino está disponible para mí. También sé que esa verdad aplica a mis seres queridos. Los entrego a la presencia de Dios con esta oración “Donde quiera que se encuentren, Dios está”. Mis palabras los envuelven en la presencia del amor divino que mora en ellos.

Dicho amor los mantiene seguros sin importar lo que enfrenten. Tengo plena fe que pueden superar valientemente cualquier desafío.

Los actos de bondad me inspiran, donde quiera que los vea. Aun si no me benefician directamente, las acciones que con-mueven mi corazón y me instan a servir me bendicen. Busco oportunidades para ser un arcoíris de gozo y animarle el día a alguien. Para ofrecerle aliento o solo para vincularnos como seres humanos.

Aunque puede que nunca sepa cuánto significa para ellos, comparto mi amor y mi luz. Recuerdo con gratitud cuánto han significado para mí los actos de amabilidad y generosidad. Esos recuerdos me motivan a ser una presencia inspiradora y a honrar la divinidad de todos. Mis manos y mi corazón están abiertos en un espíritu del servicio a los demás. Estoy inspirado a hacer del mundo un lugar más afable.

Durante el curso de un día, puedo oír muchas cosas: conversaciones, música, sonidos de la naturaleza, el ruido del tráfico e incluso mi voz. A veces, lo que estoy oyendo me distrae del verdadero acto de escuchar. Al escuchar atentamente me vuelvo consciente de la voz del Espíritu; Su presencia me consuela y me guía.

Me siento en un ambiente tranquilo, y comienzo a sosegar mi mente y mi cuerpo. Creo un espacio sereno para escuchar la voz tranquilizante del Espíritu, la cual es tan clara como mi propio conocimiento interno. Respiro profundamente y descanso en ese espacio.

Continúo mi día atento a la voz del Espíritu que se expresa a través de todas las personas en mi vida.