Una persona había leído mucho sobre diferentes temas espirituales. Un día
supo que había llegado a su país un reconocido maestro espiritual y decidió
aprovechar esa gran oportunidad para conocerlo personalmente.
Pudo apartar una cita con él. Cuando llegó al lugar, el maestro le abrió la
puerta y le dio una cálida bienvenida. Le preguntó qué lo traía donde él. La
persona le empezó a explicar las enseñanzas espirituales que conocía y le
daba argumentos para respaldarlas. Siguió hablando y explicando sus
puntos de vista por un largo rato.
En un momento dado, el maestro pudo interrumpirle y preguntarle si
deseaba tomar una taza de té. La persona asintió y continuó hablándo. Al
tiempo que lo seguía escuchando, el maestro se levantó, y trajo una taza yuna jarra con agua caliente. Fue sirviéndola y el agua empezó a rebosarse.
Al ver esto, el visitante le dijo: “Discúlpeme señor, pero no se da cuenta lo
que está pasando; ¡está regando el agua por fuera de la taza!”.
El maestro espiritual le respondió: “¡Ah! Sí, es cierto. Pero esto sólo es un
reflejo de lo que está sucediendo entre nosotros. Tú vienes acá con la
finalidad de recibir unas enseñanzas que te sirvan para tu progreso
espiritual, pero lo único que has hecho es hablar sobre las que ya tienes.
Has venido con la taza llena”. Y continuó: “A menos que hagas espacio en tu
taza no te será de ningún provecho un maestro espiritual”.