Esta provocación se da sin sentirlo porque vivimos intensamente este mundo material, gobernado a través de las tradiciones religiosas, lo que verdaderamente tienta a nuestro yo mental material a través de nuestro libre albedrío a imponer su voluntad en combinación con el conocimiento natural del hombre para impedir, de muchas maneras, que nuestra mente espiritual que proviene de la Mente de Dios prevalezca. Esto invariablemente se da como consecuencia de haber heredado de nuestros antepasados muchas de sus tradiciones, y que al conservarlas, nos ha sido velado a la inmensa mayoría de la humanidad el conocimiento espiritual que por la misericordia de Dios debiera correspondernos.
Aceptemos en nosotros, creyentes de Jesús, el Espíritu de valentía y de dominio propio que viene de Dios para guardar y enseñar a cumplir con fidelidad la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo y no desviarnos, ni desviar a nadie ni a la derecha ni a la izquierda de su Palabra para no tomar ningún sendero que vaya haciendo más largo el trayecto para entrar en el camino recto al Reino de Dios.
Esta obediencia a esos mandatos de hombre, hace que el ser humano normalmente sumido en sus tradiciones, no muestre mucho interés para escuchar otros conceptos fuera de lo que le ha sido enseñado en ellas y que pretendan provocar cambios en sus creencias, en sus costumbres, o en sus estudios, por lo que en lugar de que abra la puerta espiritual en su mente con la llave de su libre albedrío para tratar de escuchar o de entender esos nuevos conceptos, se cierra completamente a ellos y no muestra ninguna disponibilidad para hacerlo, presumiblemente, por el miedo casi inconsciente de arrancarse de la mente ese lastre que viene arrastrando por siglos y que lo ha mantenido en alguna tradición religiosa para no querer adentrarse en la lectura, reflexión y meditación de la Palabra de Jesús contenida en el Nuevo Testamento.
Es necesario y urgente estar dispuestos a reflexionar y meditar en la Palabra de Jesús para que nuestra mente se abra a la forma espiritual de ver y sentir las cosas para recuperar todos los tesoros divinos que la soberbia, la ignorancia y la necedad de nuestros ancestros y actualmente de nosotros mismos, han hecho que continúen velados a nuestros ojos, manteniéndonos dormidos para no ver las profundas maravillas que Dios, a través de Jesucristo, quiere compartir en forma plena y total con todos aquellos hombres y mujeres de cualquier edad obedientes a su Palabra, y no a todos aquellos que detienen estas bendiciones por su obediencia a las enseñanzas y mandatos de hombre.