Sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses… para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre… y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas. 1 Corintios 8:4-6. El idolo
Tukaram, un joven indio criado en el respeto a los falsos dioses de su religión, acababa de ser admitido como alumno de una escuela misionera de la ciudad vecina; para llegar hasta allí debía atravesar un río. Un día vio mucha gente ocupada en sacar algo del agua. ¿Alguien se habría ahogado? No, un ídolo de madera había caído al río. Le pusieron una cuerda alrededor del cuello para que la corriente no lo arrastrara. ¡Cuántos esfuerzos para salvar a un dios que se ahogaba! Cuando Tukaram llegó a la escuela contó la escena a sus nuevos compañeros cristianos. –¡Qué dios tan extraño!, le dijeron, no puede salvarse a sí mismo. ¡Es un dios muerto! ¡Nosotros conocemos al Dios vivo! –¿Cómo se llama?, preguntó Tukaram. –Dios eterno, el Todopoderoso; él es nuestro Padre, respondieron sus compañeros. –¿Dónde habita?, inquirió el muchacho. –Está presente en todas partes, ve y oye todo, le contestaron. Tukaram escuchó y reflexionó. Poco a poco aprendió a conocer a ese Dios único quien dio a su Hijo para salvar a los pecadores. Cierto día declaró ante toda la escuela que quería ser cristiano. En nuestro tiempo materialista no hacen falta ídolos de piedra o madera: el dinero, la fama, la bebida, la droga, el sexo y el espiritismo los reemplazan.
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