¿Quién no quisiera ir al cielo?
Hace apenas un par de días hablaba con mi esposa la razón por la que muchas de las estrellas del espectáculo se incorporan a nuevas y diferentes religiones.
Le comentaba a Gabi (mi esposa) que una de las razones es que para mucha gente le es más sencillo intentar llegar al Nirvana (la nada) que enfrentar la realidad de estar ante la disyuntiva de ir al cielo o al infierno.
En el caso de este texto, Jesús se está dirigiendo a un ladrón, a un hombre malo que sin embargo, en el último instante de su vida, tuvo la fe suficiente para saber que Jesús salva, que Jesús es Dios y que su maldad, sus malas acciones, podían ser perdonadas todavía.
El ladrón no tuvo que ir a un concierto de algún famoso cantante cristiano para que se le predicara la Palabra de Dios en un espectáculo público, no tuvo que ir a ningún congreso evangelístico para saber que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6); no tuvo que recibir visitas de misioneros y ni siquiera escuchar una predicación.
La fe llegó a él en la cruenta cruz y en el momento de su muerte, con humildad, le pidió a Jesús que lo recordara en su Reino y Jesús le da la certeza y la seguridad de que ese mismo día los dos estarían juntos en el paraíso. Jesús no habla de un futuro lejano, su promesa es inmediata, es segura, hay una respuesta para un quién, un cómo, un cuándo y un dónde. Jesús le asegura que tendrá un lugar de descanso y esto es digno de resaltarse, porque en nuestros casos, quienes creemos que en Jesús hay salvación, no tenemos duda a dónde iremos después de nuestra muerte, ni con quién estaremos. tenemos la promesa de Jesús y un cumplimiento valedero e inminente. La gloria y la honra sean a Dios nuestro Señor, y a su Hijo amado Jesucristo. Amén.