Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.
De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Lucas 18:16-17
Las personas tienden a valorar a los niños en función de los adultos. Dada la poca significancia política o económica de aquellos, las personas tienden a menospreciarles. El texto de este devocional es particularmente relevante porque muestra un enfoque que no parte de la perspectiva de la gente mayor, sino de la perspectiva de Dios, en el concepto de Jesús, los niños están bajo la especial gracia de Dios.
Los detalles de la historia nos revelan el lugar que los niños ocupan en el corazón de Dios. En primer lugar se aprecia que los discípulos reprenden a los padres por traer a sus hijos a Cristo; la consecuente indignación de Jesús va acompañada de una declaración asombrosa: "de los tales es el reino de Dios". Esta declaración modificaba completamente la perspectiva de los discípulos: ellos se consideraban "los guardianes del Reino", que podían reprender a quienes querían acercarse; Jesús, por el contrario, les aclara que si había alguien que verdaderamente estaba en el reino eran esos niños, de allí que resultara absurdo que no se les permitiera dejarles acercarse a su Rey.
Una consecuencia se deriva de este hecho: Los discípulos debían cambiar sus actitudes y conducta hacia los niños: "Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis…", del mismo modo la Iglesia y los creyentes deben plasmar una ética hacia la infancia que refleje la posición de ellos en el Reino de Dios. En primer lugar, en un sentido negativo, la iglesia, el cuerpo de Cristo, no debe permitir el abuso infantil y debe ser firme en declarar la gravedad de tal pecado. En segundo lugar, en un sentido positivo, la iglesia debe estar dispuesta a realizar la tarea de Cristo y disponerse verdaderamente a bendecir la vida de los niños.
Del mismo modo los padres deben ocuparse de cuidar que los niños puedan llegar a Dios sin impedimento, lo que significa no solamente la enseñanza de la doctrina sino también la vivencia de una fe real, basada en el amor a la familia.
Pensamos en la de los padres cristianos que se preocupan por el alma de sus hijos. A veces, estiman haber cumplido con su deber cuando dieron a sus hijos los cuidados necesarios, una buena educación y una profesión. Pero, si esos hijos no conocen a Jesús personalmente, si no se han convertido, les falta lo más importante.
Evidentemente, no podemos nosotros, padres o abuelos creyentes, darles la nueva vida. Pero tres cosas nos incumben: la enseñanza bíblica, el ejemplo y las oraciones.
1) La enseñanza bíblica: la cotidiana lectura de una porción de la Palabra de Dios en familia es apta para formar el carácter de nuestros hijos y para inculcarles las verdades divinas.
2) El ejemplo: es necesario que nuestros hijos, quienes son buenos observadores, puedan verificar en nuestro comportamiento la puesta en práctica de los principios bíblicos de los cuales les hablamos, y puedan constatar que vivir con el Señor nos hace felices.
3) Las oraciones: padres inquietos, perseveren en sus peticiones y ruegos y vivan ustedes mismos en el temor de Dios. “Mucho puede la súplica ferviente del hombre justo” (Santiago 5:16,) Aférrense a la promesa que nos hace el Señor: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7).
Gracias hermanita Sara.
Por tu bello mensaje lleno del amor de Dios.
Que El Señor de los cielos continúe derramando muchas bendiciones.
Dios te bendiga y te cuide amada hermanita.
Gracias por tu bella amistad
Hermes Sarmiento G.
De Colombia
Cristiano católico