El Camino a Casa
Aquí están los elementos claves por medio de los cuáles nos reconciliamos con el Padre. Todos y cada uno de ellos tienen una importancia vital. Si uno de ellos estuviera ausente, podría impedir que nuestra relación fuera completa.
Nuestra condición: lo primero que necesitamos comprender es que estamos separados de Dios. El abismo que nos separa de Él es ancho y profundo. Heredados por nacimiento un defecto fatal. Como consecuencia hemos vivido independientes de Él. La Biblia destaca esta realidad tan desoladora: "Pues todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios" Si no podemos aceptar que el pecado nos spara de Dios, nunca llegaremos espiritualmente a casa, porque no sentiremos la necesidad de un Salvador.
El remedio de Dios: En segundo lugar, necesitamos tener una comprensión muy clara de quién es Jesús, y que ha hecho Jesús por nosotros, para poder poner en Él nuestra fe con toda confianza: Jesús fue quién cerró la brecha que nos separaba de Dios. En palabras del apóstol Juan: "Porque tanto amó Dios al mundo, que dió a su Hijo unigénito, para que todo que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).
Jesús no sólo, era un gran maestro, o un inspirado profeta. Él vino a la tierra como el Cristo el Hijo de Dios. nació de una mujer virgen. Llevó una vida sin pecado. Murió. Fue spultado. Resucitó al tercer día. Ascendió a los cielos, y allí se convirtió en Señor y Salvador.
La muerte y resurrección de Jesús a favor nuestro satisfizo las exigencias de Dios: una provisión completa para eliminar nuestros pecados. Este Jesús, y sólo Él, reúne las cualidades para ser el remedio de mis pecados y los suyos.
Nuestra respuesta: arrepentirnos y creer.
El arrepentimiento personal es vital para el proceso de transformación. La palabra arrepentimiento significa literarmente "un cambio en la manera de pensar". Consiste en decirle al Padre: "Quiero acercarme a ti y apartarme de la vida que he llevado independiente de ti. Te pido perdón por lo que he sido y he hecho, y quiero cambiar de manera permanente. Recibo tu perdón por mis pecados".
En este punto son muchos los que experimentan una notable "purificación" de cosas que se habían ido acumulando toda una vida, todas ellas capaces de degradar el alma y el espíritu de una persona. Sintamos o no el perdón de Dios, si nos arrepentimos, podemos tener la seguridad total de que somos perdonados. Nuestra confianza se basa en la confianza de lo que Dios nos ha prometido, y no en lo que nosotros sintamos.
Llegamos a una relación personal con Dios cuando tomamos la mayor decisión de la vida: el punto decisivo del que hablamos antes. Esa decisión es creer que Jeús es el hijo de Dios, el que murió por nuestros pecados, fue resucitado de entre los muertos, y recibirlo por Salvador y Señor nuestro. Cuando creemos de esta forma, nos convertimos en hijos de Dios. Está prometido expresamente en el evangelio de Juan: Mas a todos los que le recibieron, los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12)
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