Estando de visita en el hogar de un joven hermano a quien acostumrábamos a guiar en su vida espirittual, llegó de repente un amigo de éste, quien había estado en una cárcel del país. Lo invitamos a participar del estudio y oración que estábamos llevando a cabo, y sin pensarlo mucho así lo hizo. En el intercambio de experiencias que se trajeron a colación, éste nos explicaba cómo por años había llevado guardado en la cartera una copia del Salmo 23, y como recurría a él en los momentos de dificultad. Esto había despertado en él cierta curiosida por las cosas de Dios.
Cuando pasaba por lugares donde se estaba predicando, se acercaba a la multitud, con rservas. Cuando hacían el llamado para aquellos que deseaban entregar su vida al Señor, éste nunca se dispuso a dar el paso. Se conformaba con oír y luego se iba, hasta la próxima oportunidad que se repetía la misma situación, asumiendo él la misma actitud. Su resistencia le impedía ver cuánto Dios le amaba y cómo deseaba que su alma se salvara.Se había refugiado en el Salmo 23 pero nunca tomó la decisión de rendir su vida la Pastor del Salmo.
Unos dos años después de esa reunión en casa de su amigo, nos enteramos que el hombre había partido. ¿Se salvó su alma? ¿Le había entregado su corazón a Jesús antes de partir de este mundo? ¿Aprovecharía lo que sabía del Salmo 23 y las oportunidades que Dios le había dado?. No lo sabemos. Él conocía el Salmo 23 pero nunca supimos que hubiera conocido al Pastor de pastores.
Esta porción bíblica como cualquier otra es semilla que Dios quiere sembrar en nuestros corazones para revelar al Salvador: Jesús de Nazaret.
Cada promesa escrita en la Biblia se hace realidad en aquellos que son las ovejas del Pastor, los que permanecen en el redil, los que han reconocido que necesitan quien los dirija y los enseñe y los que, sin reserva ni condición alguna han rendido sus vidad al Príncipe de los pastores, el Gran Pastor que dio Su vida por las ovejas.
ptr. J. Batista
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