Parte 13
Pasaron
las horas, y a pesar de las sonrisas y las maravillosas poses de
gigolós que adoptamos no logramos atraer ni siquiera la atención de las
moscas, por lo que optamos por recoger los pedazos de dignidad que nos
quedaban y nos fuimos a descansar, y al otro día nos encaminamos a la
Alameda Central para trazar el siguiente plan de acción en la
consecución de nuestros objetivos.
En
ese precioso lugar se nos prendió el foco y le escribimos a nuestros
padres diciéndoles que no se preocuparan demasiado, pues nuestras vidas,
en todos los aspectos, iban viento en popa, tan en popa que el dinero
que llevábamos estaba a punto de terminarse y que solo nos alcanzaría
con apuros para ese día, y que después tendríamos que pegarnos a
cualquier llave de agua para calmar nuestra necesidad de alimentos, pero
esto no influyó para proseguir nuestros sueños al encontrar en ese
lugar a personas tan zafadas como nosotros, y montábamos en ese lugar,
escenas de teatro para reforzar nuestras inquietudes actorales, pero lo
que en realidad reforzamos, fue el sentir de que nuestro camino tendría
que tomar otra dirección pues solo teníamos el chance de pasar una sola
noche más en la habitación del hotel, y mañana Dios diría.
Al
otro día, todavía nos la pasamos pachangueando en la Alameda Central y,
entre cigarros de carita ( delicados ), grandes sorbos de agua, un
plátano con todo y cáscara, y una paleta de hielo como desayuno, comida y
cena y dándole cuerda a nuestras loqueras, se pasó el día y llegó la
noche, y con ella, el despertar, que no el dormir, a la realidad, pues
en el hotelito no quisieron darnos posada cuando menos por otra noche, y
para fuera, tomamos nuestro abultado equipaje, ( dos pantalones
remendados y dos camisas por piocha, además lo que traíamos puesto cada
uno de nosotros ), y a buscar donde pasar la noche, y lo primero que se
nos atravesó fue un gran zaguán o portón que daba a un garage; nos
armamos de valor y nos dirigimos a la persona que en forma aparente era
la dueña de la casa con ese portón, y para consuelo nuestro, que nos da
el permiso y además 5 pesos de plata de los buenos; entonces que nos
acomodamos espalda con rodilla y a dormir.
A
eso de las once de la noche, que llega un fulano en un carro de lujo y
por poco nos apachurra, lo que causó su enojo y que provocó que nos
corriera a echar pulgas a otra parte, y todos compungidos, hambrientos, y
desilusionados de la humanidad, recogimos nuestras abundantes
pertenencias y empezamos nuevamente nuestro recorrido por esas calles de
Dios pidiéndole encontrar pronto otro refugio, para esto corría si mal
no recuerdo, los finales del año 1958, tiempos de los rebeldes sin
causa, tiempos en que las pandillas de casi todas las ciudades, portaban
para su defensa o para el ataque sendas cadenas de fierro de cualquier
forma y tamaño, lo que hacía muy peligroso toparse con estas pandillas,
sobre todo en esa ciudad y más a esas altas horas de la noche, cuando de
pronto, allá a lo lejos, divisamos otro portón grande y varios
muchachos melenudos y mal encarados platicando junto a él, nos
acercamos, con el "ese" en consejo, o sea, temerosos de la reacción que
pudieran tener esos chavos en contra de nosotros.
Entonces
les preguntamos que a quién habría de dirigirse para que se nos
permitiera pasar esa noche dentro del zaguán; se juntaron otros jóvenes y
se nos quedaron viendo con cara de pocos amigos, y, ¿qué
creen?....chan, chan, chan, chan.
Después
de pegarnos tremendo susto con su actitud, nos preguntaron que de donde
veníamos y les contestamos que de Xalapa, Veracruz, y ellos nos
respondieron ¡jarochos! cuando vimos su reacción pensamos; "¡en la
torre, y ahora que va a pasar!", y lo que pasó, para nuestra total y
absoluta sorpresa, fue que nos condujeron a un cuartito vacío y sin
puertas, y luego nos llevaron un vaso grande de leche y una gran torta,
¡así nos verían! y después, nos trajeron unos cartones que utilizamos
como colchones, y nos dieron unas cobijas para cubrirnos del frio y
después se retiraron para que pudiésemos descansar; ¡ no lo podíamos
creer! y no nos quedaba otra que esperar hasta el otro día para ver
cuáles eran sus verdaderas intenciones con nosotros.