Parte 15
Pasados
algunos meses en los que vivimos diversas situaciones en esa vecindad,
como esa en la que en una ocasión estábamos jugando beisbol en la calle
todos los muchachos del barrio, y de repente, veo que todos empiezan a
correr y a meterse a la vecindad, y para cuando me di cuenta, ya dos
agentes secretos de la policía capitalina me tenían agarrado de los
brazos y empezaron a llevarme a una patrulla que se encontraba a un
costado de un mercado junto a la vecindad, ya que estaba prohibido jugar
en las calles, cuando de repente hace su aparición la "mamá" acompañada
de muchos vecinos, y entre dimes y diretes que me sueltan y que me
dejan libre, ¡chido verdad! bueno, como les decía, después de unos meses
en que ya nuestras familias sabían dónde encontrarnos y, ante la
insistencia de nuestros familiares, empezamos el éxodo para retornar al
seno familiar, por supuesto, después de agradecer y bendecir a toda la
gente de la vecindad que de alguna manera nos ayudó en los momentos más
críticos de nuestra aventura, y en forma muy especial a la "mamá" que
cuidó de nosotros como si de verdad lo hubiera sido.
Pancho
se regresó a Xalapa con su hermano Jorge y después Manuel también se
regresó a su casa, si no mal recuerdo con Isaías su hermano, yo, por mi
parte y con el consentimiento de mis padres, tomé camino con mi tío
Raúl, contratista de obras, y fui a parar hasta un pueblito en el Estado
de Hidalgo llamado Chalpulhuacán en donde se llevaba a cabo una obra
para construir un hospital y en la cual colaboré como chalán de
albañil.
Poco
a poco me puse abusado y después era yo uno de los encargados de
colocar el azulejo en lo que sería la sala de operaciones con el
consabido aumento en mis percepciones, así que después de ser chalán, me
convertí en todo un maestro pega azulejo, ¡no digo!
A
pesar de que yo era sobrino del jefe, todos los albañiles y maestros sin
excepción, me trataban de maravilla ya que yo también les demostraba
con mi trabajo, que en mi tierra también hacía aire y que nunca me rajé
para hacer la mezcla y para cargar los botes llenos de ella desde abajo
hasta el mero techo del hospital.
En
mis días de descanso, que por lógica eran los domingos, me iba sólo al
parquecito del pueblito, y en el mero centro de éste se levantaba un
Kiosquito en el que se encontraban diversos instrumentos musicales,
desde un violín, hasta un arpa, mismos que cualquiera que se subiera al
Kiosco tenía que tocar y acompañar a los que ya estaban tocando.
Era
hermoso ver en ese parquecito a mucha gente del pueblo y pueblos
circunvecinos, ataviados con la ropa típica de la región, las mujeres
con sus vestidos, chales, delantales, etc. de muchos colores al igual
que las cintas que adornaban sus abundantes, brillantes, negras y
limpias cabelleras, y los varones, con huaraches y calzones de manta,
blanquísimos y amarrados al tobillo, coronando su especial atuendo, un
sombrero de palma y además, un paliacate rojo al cuello para rematar. Lo
más maravilloso era ver con qué gran orgullo portaban sus prendas.
Cuando
de pura chiripada mi tío se quedaba un domingo, me llevaba a
Tamazunchale S.L.P. que era otro pueblo típico, pero con mucho comercio,
por lo que en esos días se juntaban varios indígenas de pueblos muy
alejados que le daban un colorido único a la plaza del lugar, recuerdo
que mi tío en una ocasión me regaló una chamarra de cuero con tiritas en
los flecos, precioso.