Parte 16
Como
les dije, mi relación con mis colegas en la construcción era excelente,
pero de todos ellos había un cristiano que tocaba muy bien la guitarra y
ahí fue que me interesó aprender a tocarla para acompañar esa voz
privilegiada que Dios me había dado, digo que allí me interesé, porque
mi padre, a pesar de sus esfuerzos porque aprendiéramos de él a tocarla
de acuerdo a lo que él sabía, nunca logró que lo hiciéramos, así que
este amigo, con toda la paciencia del mundo me enseñó lo elemental para
que yo mismo me acompañara musicalmente en mis canciones.
Al
terminar la construcción del hospital en ese lugar, mi tío me pasó a
dejar en otra construcción que tenía a su cargo en Tlalnepantla, Edo, de
México, y él se fue para Tierra Blanca, Ver. a supervisar otras
construcciones que tenía a su cargo. En Tlalnepantla duré solamente unos
meses como chalán de albañil, y eso, aunado a ciertos problemas con el
maestro de obras por la falta de pago de mis honorarios y otras causas,
fue lo que me decidió, aunque fuera de aventones a regresar con mis
padres a los que ya extrañaba enormemente, para esto, ya habían
transcurrido tres años desde que iniciamos Pancho, Manuel y yo, la
aventura detrás de un sueño que no se cumplió, pero que a pesar de todos
los sufrimientos que pasamos y que hicimos padecer a nuestros padres,
fue una experiencia en la que obtuvimos ciertos conocimientos que no
hubiéramos adquirido de otra manera.
Cuando
llegué a mi casa con mi familia, fue cuando me di cuenta cabal del
sufrimiento que les causé a mis padres, incluyendo a mis abuelitas, ya
que supe después por labios de mi padre y de mis hermanos, los días de
vela y angustia que tanto mi madre como mi padre pasaron sin saber nada
de mí, hasta que después de recibir mi primera carta se consolaron un
poco, pero en sus corazones esperaban el regreso del hijo que sin
consideraciones se había ido, lo cual finalmente gracias a Dios y a las
oraciones de mis padres, ocurrió.
En
cuanto llegué a Xalapa y después de estar con mis padres y de pedirles
perdón llorando por todo lo que los hice sufrir, salí a mi barrio para
ver con quien me topaba, y la verdad que mi barrio estaba muy cambiado
al igual que la gente, la veía diferente, igual que ellos me miraban a
mi sin reconocerme del todo, pues verdaderamente estaba muy cambiado con
respecto a ese muchachito de 14 años, flaco ojeroso y sin ambiciones de
tres años atrás, en contraste con el mancebo hermoso de 17 años, melena
larga, patilla ancha, de pantalón de mezclilla pegado completamente a
mis hermosas y musculosas piernas, así como una chamarra del mismo
material con tremenda calavera dibujada con estoperoles en la parte de
atrás, y para acabarla de amolar, con un vozarrón de antología, no, no,
no, era lo que se llama un bellísimo ejemplar de la raza humana, un
auténtico muñeco con el cual cualquier niña hubiera querido jugar; pero
en eso que estaba soñando despierto, una voz femenina me dice: ¡José
Luis eres tú! y al voltear a ver quién me hacía esa pregunta vi que era
Doña Conchita, esposa de Don Demetrio, una señora muy querida de todo el
barrio por ese don de gentes y siempre con la sonrisa a flor de labios,
quien prosiguió diciendo; pero muchacho mira cómo has crecido y que
guapo te pusiste, ya nada más te falta un buen baño y un corte de pelo y
vestirte como la gente decente, y listo, a integrarte nuevamente al
barrio, ¡uf!