Parte 18
En
el tercer año, a solicitud que hizo a los alumnos la maestra de cocina,
me convertí en el primer varón en ese taller, lo que motivó que más
varones se inscribieran el él incluyendo a ¿quién creen?, exacto, a
Pancho y Manuel, lo que fue una verdadera aventura en esos menesteres,
pero yo no me preocupaba por los exámenes en esa materia, ya que con
solo cantarle a la maestra, cuatro cirios o la malagueña, ya tenía
asegurado el diez de calificación; y todo esto formó parte de los años
dorados de mi juventud.
Una
vez terminada la secundaria, nuestros caminos volvieron a separarse,
pues Manuel, la verdad no recuerdo que hizo después, y a Pancho le dio
por estudiar agronomía fuera de Xalapa, inquietud que también yo
compartía, pero que nuestras posibilidades económicas no eran de ninguna
manera adecuadas para ello, pero a Pancho no le importó, a pesar de
haberse casado, y se lanzó en pos de su sueño con todo y esposa,
sufriendo grandes penalidades que culminaron con su divorcio, y sin menospreciar
ese dolor que eso sin duda le causó, se aferró a esa inquebrantable
decisión de estudiar hasta que realizó su sueño de convertirse en
Ingeniero Agrónomo.
Yo
me inscribí en el Taller de Artes Plásticas por mis inquietudes
artísticas y mi carácter bohemio y tranquilo, y a pesar de estar
relativamente poco tiempo en él, tuve la oportunidad de conocer a
grandes exponentes de la plástica mexicana, entre ellos al maestro
Rogelio Naranjo, al caricaturista Rius, y al gran maestro pintor y
grabador Alberto Beltrán, reconocido internacionalmente, también conocí a
Roció Vinaber, Fernando Vilchis, Fernando Rueda y Leticia Tarrago, e
infinidad de personajes más de las cuales no guardo mas que el bello
recuerdo de haber convivido con ellos.
Recuerdo
que en una ocasión, se le asignó al taller la elaboración de unos
escudos y banderas pintadas sobre fibracel, muy grandes, de las naciones
que participarían en los primeros juegos panamericanos y del caribe a
celebrarse en el estadio xalapeño, y para esto, llamaron, por parte del
director de ese tiempo el maestro Rogelio Naranjo, a cada uno de los
alumnos y se les preguntaba si querían participar en esta labor y en que
podían ayudar, y además, cuanto querían ganar por día de trabajo hasta
terminar. El que más se aventó con los centavos antes de que yo pasara,
fue el que quería ganar cien pesos diarios, pero, cuando yo pasé y les
dije que como yo me ocuparía del terminado (fileteado) de los escudos y
banderas, siendo éste un trabajo muy delicado, les dije que mis
honorarios por día serían de mil pesos diarios, e increíblemente
¡aceptaron!
Fueron
cinco días de arduo trabajo, y esos cinco mil pesos que me gané, me
abrieron los ojos para que siempre esté uno atento para darle el valor
real a tu trabajo y no aceptar migajas por necesidad.
En
ese ambiente bohemio y tranquilo, daba rienda suelta a mi gusto por el
canto y creo que no lo hacía tan mal porque se armaban unas verdaderas
tertulias después de clases, con refrescos y tortas y complaciendo a
quien lo pidiera, si es que me la sabía, con su canción favorita y hasta
el profesorado participaba. En ese tiempo de Rogelio Naranjo como
director, la mayoría de mis dibujos a lápiz o tinta, se los apropiaba en
forma clandestina para su colección particular.