Un
maestro cristiano quiso enseñar de manera más viva y práctica la verdad
referida, y saber que la salvación es un don divino que se recibe por
la fe. Para este fin sacó de su bolsillo el reloj y lo ofreció "sin
dinero y sin precio" al mayor de sus discípulos, diciéndole:
"El reloj es tuyo si lo aceptas"
Este
pensaba que el maestro se burlaba de él y que los compañeros se reirían
si alargaba la mano. Así es que por no tener confianza en las palabras
del maestro, quedóse sentado y se quedó sin el reloj.
Y
así continuó el maestro ofreciendo su reloj a casi todos los alumnos;
pero ninguno tenía fe en su promesa para recibirlo. Pero al fin, lo
ofreció al más pequeño de la clase. Este, sí, extendió la mano, tomó el
reloj, dio gracias al maestro y se lo metió en el bolsillo.
Todos se rieron de la sencillez del pequeño pensando que el maestro sólo lo había engañado. Pero dijo el maestro:
"Me
alegro mucho porque tú, a lo menos, tuviste fe en mis palabras. El
reloj es realmente tuyo para siempre. Cuídalo y dale cuerda cada noche."
Cuando
los otros comprendieron que mediante esa fe sencilla el pequeño
compañero había recibido de veras el reloj, sintieron pena, mucha pena
por no haber creído ellos también. Pues pensaba cada cual: ¡Si yo
hubiese tenido fe en el maestro, sería dueño hoy de un bonito reloj de
plata; pero por mi incredulidad perdí la oportunidad.