V
EL GRAN PREMIO
Cuando
comenzó la construcción de una grandiosa catedral, un ángel vino del
cielo y prometió dar un gran premio a la persona que hiciera la mayor
contribución al santuario ya terminado. A medida que el edificio se
elevaba, la gente especulaba acerca de quién ganaría el premio. ¿Sería
el arquitecto? ¿El contratista? ¿El carpintero? ¿Los artesanos expertos
en oro, acero, latón y vidrio? ¿Quizá el ebanista encargado de hacer el
emparrillado que iría cerca del altar? Debido a que cada uno de los
trabajadores hizo su mejor trabajo, la catedral se convirtió en una obra
de arte. Pero cuando llegó el momento de anunciar al ganador del
premio, todos se quedaron sorprendidos. Se entregó a una anciana
campesina mal vestida. ¿Qué es lo que ella había hecho? Todos los días,
fielmente había llevado paja para que comiera el buey que acarreaba el
mármol que usaba el escultor.
EL PRECIO DE LA ACTIVIDAD
La
historia nos relata acerca de un anciano soldado romano que sirvió a su
patria cuarenta años: diez como soldado raso y treinta como oficial.
Había tomado parte en ciento veinte combates y había sido herido
gravemente cuarenta y cinco veces. Había recibido catorce coronas
cívicas por haber salvado la vida de varios ciudadanos, tres murales por
haber sido el primero en entrar en la brecha, y ocho áureas por haber
rescatado el estandarte de una legión romana de manos del enemigo. Tenía
en su casa como botín de guerra ochenta y tres cadenas de oro, sesenta
brazaletes, dieciocho lanzas de oro, y veintitrés jaeces.
Que
el cristiano sea igualmente fiel a su Salvador y luche en favor de él, y
la gloria y el valor de su premio excederán en mucho al de este anciano
soldado romano.