Conocerse a sí mismo
Si
alguno es oidor de la palabra (de Dios) pero no hacedor de ella, éste
es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.
Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.
Santiago 1:23-24
Cada
uno de nosotros lo confesará: somos poco propensos a reconocer nuestro
perfil, con algunas cualidades y muchas imperfecciones.
Si quiere
conocerse, pregúnteselo a Dios, Aquel que no juzga según la apariencia
exterior, sino que ve el corazón (1 Samuel 16:7). En nuestro “corazón”,
es decir, en el centro de nuestra vida interior, está el secreto de
nuestra relación con Dios. Él “escudriña los corazones de todos, y
entiende todo intento de los pensamientos” (1 Crónicas 28:9). “Sus ojos
ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres” (Salmo 11:4). ¿Y
qué ve en ellos? Vanidad, egoísmo, envidia, mentira. Y “Dios traerá toda
obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea
mala” (Eclesiastés 12:14).
¿Cómo escapar de su juicio? Dios, quien es
luz y en quien no hay tiniebla alguna, se encargó de la purificación de
nuestro corazón enviándonos a su Hijo Jesucristo para que muriese en la
cruz y así llevase nuestros pecados. “La sangre de Jesucristo su Hijo
nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Entonces Dios ya no nos ve en
nuestros pecados, sino en Cristo, purificados, sin pecado. Dios echó
tras sus espaldas todos los pecados de cada uno de los que creen. Ya no
se acordará más de ellos, pues los deshizo como una nube (Isaías 38:17;
43:25; 44:22).
Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY
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