Grande y humilde a la vez
Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.
1 Pedro 5:5
Qué pide el Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.
Miqueas 6:8
Reconozcamos que en general esa virtud llamada humildad,
se aprecia poco y se practica menos aún. Cuando se encuentran oídos
dispuestos a escuchar, gustosamente se elogia a los ganadores, a los que
se imponen.
La humildad es uno de los maravillosos rasgos que
distinguieron a nuestro Señor Jesucristo. Él nunca buscó la popularidad;
al contrario, huía de ella (Marcos 1:37-38). Él, el gran Dios del cielo
y de la tierra, a quien todo le pertenece, fue humilde entre los
humildes. Nacido en la pobreza, aprendió el oficio de carpintero. A
pesar de su divina sabiduría y de su perfecto conocimiento, esperó hasta
cumplir treinta años para empezar su servicio público: anunciar el
reino de Dios, enseñar y curar. “Cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al
que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).
Jesús es nuestro modelo, pero
¡cuán difícil es seguir sus huellas! Una verdadera humildad debería
distinguir a un cristiano entre personas que buscan sus propios
intereses, que quieren dominar a los demás, engrandecerse y hacer valer
sus derechos. Ésta necesita mucha fuerza moral y una real cercanía al
Señor. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”, dijo Jesús
(Mateo 11:29). Y su fiel siervo, quien aprendió de él, escribió: “Yo
Pablo… soy humilde entre vosotros” (2 Corintios 10:1).
((De la red))