Oración impropia de un Padre
Cierto
niño, muy pequeño, estaba agonizando y su padre, que lo amaba mucho, se
afligía en gran manera y no quería conformarse con que su hijo muriera,
aunque con palabras de consuelo se lo aconsejaban sus amigos. El
pastor de la iglesia a la cual pertenecía ese padre atribulado le daba
iguales consejos y le decía que aceptara la voluntad divina y entregara
la vida de su hijo a Dios, principalmente porque no había probabilidades
de que el niño sanara. El padre contestaba: “No puedo conformarme.
Estoy orando para que Dios me conceda la vida de mi hijo, cualesquiera
que sean las consecuencias.” Se realizó el anhelo del padre: el niño
sanó, se desarrolló, y su padre lo mimaba con exceso. El hijo llegó a
ser un perverso: una espina que siempre estaba hiriendo el corazón del
padre. Cuando el hijo fue grande se hizo ladrón, robó cosas de valor a
uno de sus maestros, y cometió otros muchos delitos; fue llevado a la
cárcel y sentenciado a muerte. Tuvo una muerte ignominiosa, y sin que
se arrepintiera de sus muchos pecados. Cuando el hijo fue ejecutado, el
padre se acordó de lo que le pidió a Dios, y con tristeza, lágrimas y
vergüenza confesó su insensatez y su pecado al no haber estado conforme
con que se hiciera la voluntad de Dios.
((De la Red))