Demaciado tarde
La pobre
madre estaba moribunda. En todas direcciones habían salido telegramas
llamando a sus hijos junto a su lecho. Buscando los más veloces medios,
volaban ansiosamente estos jóvenes, deseando y rogando que la vida de la
querida enferma fuese prolongada hasta su llegada. "¡Oh Señor, que
lleguemos a tiempo para dar una última mirada, un último apretón de
manos, una última caricia!"
Llegaron, en silencio se reunieron
alrededor de su lecho. Miraban esas manos gastadas que tanto trabajaron
por ellos, la frente surcada de arrugas a causa de la diaria tarea por
los suyos, los ojos en los cuales nunca vieron más que cariño y dulzura.
No pudieron evitar la angustia de sus corazones, ni acallar un sollozo.
Inclinándose
el mayor, besó la cara de la anciana y le dijo: Madre querida, tú has
sido tan buena con nosotros que queremos decirte cuánto te amamos y
agradecemos.
Los ojos casi cerrados ya, se abrieron y su rostro
se iluminó: Gracias, hijo, me conmueve saberlo, nunca me lo dijiste
antes, fueron sus últimas palabras.
La moraleja de este triste
relato es muy sencilla: si amas a tu madre, ve y dícelo hoy. No esperes
hasta mañana, pudiera ser tarde.
Guía del Hogar.