La conquista de almas
Conocí a
un comerciante cristiano que solía ser visitado por un corredor que le
vendía, en el mostrador, los artículos que llevaba. Este comerciante
tuvo cierto día este soliloquio: “He tratado con este corredor por
espacio de nueve a diez años y apenas ha pasado un día sin que nos
veamos. El me ha traído su mercadería y yo le he pagado su importe;
pero nunca he procurado hacerle algún bien. Este proceder no es
correcto. La providencia lo ha puesto en mi camino y yo debo, por lo
menos, preguntarle si es salvo por Cristo”. Ahora bien, la próxima vez
que vino ese corredor, el espíritu de este buen hermano decayó y no
creyó oportuno empezar una conversación religiosa. El corredor no
volvió más: el próximo lote de mercaderías lo llevó su hijo. --¡Qué
pasó! –le dijo el comerciante. --Papá ha muerto—le respondió el
muchacho. Ese comerciante, muy amigo mío, me dijo poco después: “Nunca
pude perdonarme a mí mismo. Ese día no pude quedarme en el negocio;
sentí que era responsable de la sangre de aquel hombre. No había
pensado en eso antes. ¿Cómo puedo librarme de esa culpa cuando pienso
que mi necia timidez me cerró la boca?”.
Querido amigos:
No
traigáis sobre vosotros tan terrible remordimiento. Evitadlo
desvelándoos diariamente por salvar a los hombres de la muerte segunda.
(( de la red ))