Los evangelios nos hablan varias veces de la mirada de Jesús.
Miraba a sus discípulos, asombrados por su enseñanza (Mateo 19:25-26);
miraba con enojo y tristeza a los jefes religiosos carentes de compasión (Marcos 3:5);
miraba con afecto a un joven que deseaba la vida eterna (Marcos 10:21);
miraba a su discípulo Pedro que lo negó.
Por medio de su mirada,
Jesús entraba en contacto con los que le rodeaban.
Tocaba sus corazones y alcanzaba sus conciencias,
porque los amaba y los respetaba.
Los reconocía siempre como personas humanas,
dignas y reponsables,
a las cuales ofrecía su socorro.
A veces quisiéramos encontrar la mirada de Jesús.
Pues bien,
sepamos que Él quiere revelarse a nosotros
de manera tan cercana como
cuando estaba en la tierra.
Mediante su Palabra
manifiesta su poder
para penetrar en nuestras conciencias y,
a la vez, su amor para darnos confianza y esperanza.
¿Queremos encontrar su divina mirada?
Leamos las Escrituras con una mente abierta y de oración. Así experimentaremos
la presencia y la autoridad divinas.
Entonces bajaremos humildemente la mirada
y diremos sí al arrepentimiento y a la fe.
Nada es más poderoso que la presencia del Señor.
La mirada de Jesús hizo llorar a Pedro,
quien lo había negado,
pero eran lágrimas saludables;
manifestación de un verdadero arrepentimiento
(Lucas 22:62).
Al igual que Pedro, dejémonos sondear por su mirada.
(Del Devocional Litúrgico Diario)
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