A lo largo de la vida uno puede cambiar de equipo de fútbol, de clase social o hasta de ideología política, uno puede cambiar de modo de vestir, o de alimentación, de hobies o de estado civil. Esto es visto con normalidad dentro de la diversidad social. Por eso a las personas no las catalogamos por ninguna de estas cualidades. Si existe un patrón de medición para valorar la credibilidad y talla humana, ese es la dignidad y la integridad moral frente a la JUSTICIA.
El hombre inane no es justo, ni tiene criterio, no se la juega, no tiene vida propia, vive de prestado, sin dignidad personal. Es como una veleta, apuntando según la dirección del viento que sople, es un mecanismo sencillo, sin tecnología ni complicaciones. Simplemente se deja arrastrar.
El hombre consecuente defiende lo que es justo, a cada uno lo suyo, es como los espantapájaros, aguantan de pié contra viento, lluvia, modas, opiniones, amiguismos o tendencias. Es la opción difícil, el camino estrecho, esto de la dignidad es lo que tiene, requiere su esfuerzo.
El hombre inane se dirige burlonamente al espantapájaros, mientras da vueltas en rededor se vanagloria autojustificando su modus vivendus a la vez que se mofa de los harapos y la filosofía de vida sencilla. El espantapájaros sigue derecho, le observa impasible y piensa en la futilidad del pobre hombre inane