Las experiencias infantiles no integradas, crean patrones de comportamiento que pueden condicionar la vida futura y todas nuestras relaciones de adultos, ya sean de pareja, de amistad, de trabajo, e incluso pueden producir problemas frente a los roles de autoridad.
Un niño que no ha podido enfrentar ni resolver la frustración afectiva, ni ha tenido oportunidad de aprender a conectarse con el dolor y la sensación de inseguridad; cuando crece sigue teniendo las mismas dificultades que no pudo elaborar en la infancia.
Es entonces cuando busca en sus relaciones de pareja, usar al otro para no sentirse solo, compensar carencias afectivas y enfrentar sus miedos.
Esta conducta condena al fracaso a la relación de pareja, porque no podrá funcionar en esas condiciones, tendiendo a culpar al otro de no poder satisfacer sus necesidades arcaicas, que deberían ser responsabilidad de él mismo.
El que no ha vencido la necesidad de sentirse protegido por otro, no puede relacionarse afectivamente como un adulto; porque esa exigencia no le permitirá dar amor ni establecer un vínculo maduro.
En la relación de pareja se tienden a reiterar antiguas prácticas inmaduras no satisfechas, para protegerse del dolor y evitar el sufrimiento de sentirse huérfano, temeroso, rechazado o imperfecto.
Estas estrategias ya no dan más resultado, al contrario, atentan contra el vínculo y terminan destruyéndolo.
Esta conducta exige vivir a la defensiva, impidiendo el auto conocimiento y el crecimiento y quitando la autenticidad, obligando al individuo a vivir detrás de una máscara.
La máscara se convierte en una pesada carga que hay que llevar, pero que se elige porque el temor a quedar vulnerable es más fuerte.
Sin embargo, ser vulnerables nos hace más fuertes, porque ya no tenemos que gastar más energía en fingir, y podemos ser quienes realmente somos.
Podremos recibir críticas o rechazos pero también tener la oportunidad de abrirnos a la aceptación y al amor.
Conocer nuestras heridas narcisísticas y ponernos en contacto con nuestros sentimientos, nos ayuda a salir de ese condicionamiento y a liberarnos; y revivir las emociones de miedo, angustia, dolor, rabia y desconfianza, nos abre las puertas de nuestro crecimiento.
Los bloqueos emocionales son los que nos impiden ser felices cuando nos relacionamos, no nos dejan enfrentar las situaciones en lugar de huir, ni confiar en nosotros mismos aceptándonos como somos, ni decir lo que pensamos sin temor a ser juzgados o criticados, por el miedo a hacer el ridículo.
Es importante darse cuenta, cuándo en una relación de pareja estamos actuando como madre o como hijo y también cuándo nos están tratando como a una madre o a un hijo.
Para salir de esa condición hay que hablar con sinceridad señalando que no tenemos esos roles sino otros, aprender a perdonar y perdonarse, atreverse a ser adulto y expresar de manera auténtica lo que sentimos, con honestidad, aún en las circunstancias más difíciles, defendiendo nuestros proyectos sin dañar ni amenazar al otro sino comprendiéndolo.
La comunicación entre un hombre y una mujer es difícil, porque son dos personas biológicamente diferentes, que han sido educados también en formas distintas, que se comportan, piensan y viven los afectos de manera diferente, y cuyos intereses también difieren.
Sin embargo, mantener una buena relación es posible, cuando el respeto es mutuo, ambos se comportan como adultos y han tomado las riendas de sus respectivas vidas para conducirlas hacia el cumplimiento de sus propios objetivos.