Todos tenemos defectos, algunos sufren de enfermedades crónicas, otros son débiles, están aquellos que son celosos o rencorosos y también los vengativos o dominantes, y no falta gente con carácter iracundo y fácilmente irritable.
La gama de defectos humanos es amplia y se podría llenar varias páginas si intentáramos citarlas a todas; pero el hecho concreto es que hoy en día, como tal vez haya sido siempre, las relaciones interpersonales son difíciles; y el mantenerlas armoniosas y estables constituye un verdadero desafío.
No importan los defectos o las cualidades de una pareja, porque siempre será difícil la convivencia; pero si tan solo lográramos tenerla en cuenta y no relegarla cuando estamos con otros, haría la diferencia.
Los seres humanos siempre han vivido en grupos, desde la edad de piedra e incluso antes, si es que lo hubo.
Si es cierta la teoría evolucionista de Darwin, descendemos de los primates, de modo que traemos en nuestros genes nuestro instinto gregario; y el hombre antiguo jamás hubiera sobrevivido solo porque el otro es su apoyo y su complemento.
Hasta no hace tanto tiempo, las familias eran numerosas y vivían en casas más grandes. No sólo convivían los padres con sus hijos sino que también solían compartir la misma vivienda, abuelos paternos y maternos, tíos y primos.
Obviamente, tampoco en aquella época la vida en grupo debe de haber sido fácil, pero la educación era distinta, los jóvenes respetaban a los mayores, incluso estando ya casados y teniendo hijos; y en la casa eran importantes la vida ordenada y la disciplina.
Claro que siempre hubo una oveja negra que se conducía distinto y era el que generalmente terminaba mal, principalmente consigo mismo.
Hoy en día la vida ha cambiado, la libertad económica dio paso al individualismo, que permite a mucha gente independizarse y vivir sola, porque se puede bastar a si misma sin el apoyo de su familia.
No se si es mejor o peor, es solo distinto, aunque hemos llegado al extremo de que las parejas no quieren compromisos y pretenden vivir cada uno en su casa manteniendo el vínculo.
Tal vez sea así el próximo futuro para todos, que nadie comparta el hogar con su pareja y que sólo se limite a vivir solo o eventualmente con los hijos; pero mientras tanto, todavía hay parejas que se atreven a enfrentar el desafío y vivir juntos.
Quien haya vivido alguna vez con otro, sabe que no es fácil, y es una pena que la gente que ha logrado una relación estable por mucho tiempo, recién comience a valorar y a amar verdaderamente a quien tiene al lado, sin egoísmo, aceptándolo tal cual es y tratando de hacerlo feliz solo porque lo quiere, cuando sólo les quedan a ambos pocos años de vida.
Porque antes, simplemente, sentirse vivo era satisfacer al ego y distraerse con las cosas materiales sin quedar nunca satisfecho.
Pretender ser libre de hacer lo que se quiere cuando se desea, si se está viviendo en pareja, es condenarla al fracaso, porque la libertad no es eso, aún estando solo; ya que también en la sociedad existen limitaciones de todas clases y en todos los aspectos, aunque no se esté en compañía.
La libertad es para la autorrealización, eso sí, contra viento y marea, y no necesita de abandonos, heridas ni peleas, porque todo proyecto tiene que tener en cuenta al otro, ya que sólo si los objetivos se pueden compartir tendrán sentido.
El que se siente solo, está siempre relacionado con alguien aunque no lo crea. Puede tener amigos o vecinos que se interesen en su compañía, compañeros de estudios, de cursos, o de trabajo, conocidos del barrio, gente con quien comparte algún deporte, y tal vez hasta familiares lejanos que también él ha olvidado.
Pero si realmente se ha convencido que no tiene a nadie a su lado, le queda siempre el consuelo de experimentar la conexión con lo sagrado.
La vida adquiere sentido cuando podemos dar amor a alguien; y esa supuesta rebeldía de querer ser diferente para ser fiel a una filosofía de la vida, desaparece, cuando la persona se da cuenta, qué bien que se siente teniendo a alguien a su lado.