La película italiana “La Baila” (la nodriza) cuyo argumento está basado en una obra de Luigi Pirandello y que se desarrolla a principios del siglo XX; describe con exactitud el comportamiento de una madre primeriza de clase alta, que luego de dar a luz, rechaza a su hijo, no lo puede tocar, abrazar, alzar, ni darle de mamar, ni tampoco puede tolerar que ningún otro se encargue de él.
Después de parir, no desea ver a su hijo y sólo quiere dormir y de allí en más no querrá verlo ni ocuparse de él durante meses.
Se trata de una mujer culta, refinada, que lleva la carga emocional de las mujeres que la antecedieron en su familia, criadas para casarse, por temor a quedarse solas, como ocurría en general en esos tiempos, cuando la soltería era considerada un estigma de desprestigio para una mujer.
Quienes no conocen que esta conducta extrema pertenece al síndrome depresivo post-parto, puede pensar en términos moralistas y creer que el comportamiento de la protagonista es pura ficción, porque parece no tener sentimientos, ni capacidad de afecto; sin embargo se trata de una depresión grave que existe en la realidad, que puede llevar algunas veces al suicidio y que exige a veces un tratamiento médico con antidepresivos que no afecten la lactancia.
Dos actrices de cine norteamericanas, Brooke Shields y Gwyneth Paltrow, pasaron oportunamente por esta experiencia; la primera de ellas habiendo quedado embarazada después de someterse a siete tratamientos frustrados de fecundación in vitro.
Las mujeres que sufren esta enfermedad se sienten tristes, desanimadas, malhumoradas, sufren de insomnio, se muestran agresivas, angustiadas, temerosas y sienten culpa por sentir hostilidad hacia su bebé y por la vergüenza de lo que puedan pensar los demás por su actitud hacia su hijo. Les faltan las fuerzas, creen que no van a poder asumir esa responsabilidad y se sienten agobiadas e inútiles.
La mujer que se embaraza pasa por distintos cambios, tanto físicos como hormonales y psicológicos; si a estos cambios se le suman experiencias traumáticas, como duelos o pérdidas no elaboradas durante el embarazo, expectativas propias y de los demás, una historia personal conflictiva y relaciones con los padres o con su pareja dificultosas, es probable que pueda llegar a presentar síntomas de esta enfermedad cuando tenga un hijo.
Los síntomas pueden incluir además falta de ánimo para el arreglo y el aseo personal, la creencia de no ser tan atractivas como antes y el deseo de cerrar los ojos y dormir para siempre.
Pero existe una diferencia sustancial entre la depresión post parto y la tristeza común y normal que sienten casi todas las madres después de parir, porque se trata del primer desprendimiento con su hijo.
La tristeza normal puede ir acompañada de sensación de inseguridad, angustia, insomnio y falta de apetito; pero es un estado que dura poco, alrededor de dos semanas y que sufren del 60 al 70% de las parturientas en Argentina.
En la depresión post parto, que sufren alrededor del 17% de madres recientes en Argentina, pueden existir antecedentes clínicos de síndrome pre menstrual agudo, de trastornos de ansiedad o de estados depresivos previos o de otros episodios similares después de partos anteriores.
Es importante en estos casos la contención familiar y terapéutica, cuidar que la paciente no se quede sola y no criticarle o reprocharle su conducta, ni obligarla a que alimente al niño, porque este trato podría agravar aún más el rechazo hacia su hijo.
Es necesario informar convenientemente, tanto a la madre del niño como a su familia sobre esta enfermedad, porque es común que no comprendan su conducta, ya que no coincide con la imagen idealizada que se tiene de lo que debe ser una madre.
Datos estadísticos del equipo de Neonatología del Servicio de Salud Mental del Hospital Materno Infantil Ramón Sardá. “Entrecasa”, María Carolina Stegman.