
“Quizás no se deba ir más lejos. Aventurarse quizás apenas sea desventurarse más, alejarse un atroz infinito del sueño al que accedemos para irisar la vida, como el juego de luces que encendía, en la infancia, el prisma de cristal, el lago de tristeza, ciertas islas. Sí, entre biseles citados los colores, un fulgor anidaba sobre otro -seda y deslumbramiento el margen del espejo- y aquello también era un espectro, sabido, exacto. Centelleos ajenos en un mundo apagado. Como un canto sin un cuerpo visible, un reflejo del sol creaba una cascada un río una floresta entre paredes áridas. Sí, no vayamos más lejos, quedemos junto al pájaro humilde que tiene nido entre la buganvilia y de cerca vigila. Más allá sé que empieza lo sórdido, la codicia, el estrago.”


|