Estar preocupado es ocuparse de algo que todavía no ha ocurrido que puede o no acontecer en el futuro; es poner el empeño en adelantarse a acontecimientos que tal vez no ocurran nunca.
La preocupación consiste en tener la mente ocupada con pensamientos negativos que tienden a atraer más de lo mismo.
Estar preocupado por el futuro no permite vivir plenamente lo que está pasando en el presente y empaña las experiencias actuales; porque es una condición que dispersa la atención y hace ver las cosas desde una perspectiva pesimista.
La preocupación es ansiedad, miedo a lo desconocido y al futuro. Para evitar un posible sufrimiento futuro se prefiere sufrir ahora por situaciones improbables que se temen.
Las preocupaciones afectan la salud física y emocional y un exceso de preocupaciones genera estrés y puede estar revelando un trastorno de ansiedad y hasta una depresión oculta.
Preocuparse es tener encendida la alarma del cuerpo antes de que ocurra el siniestro, por las dudas; y si ese sistema de alarma orgánico, que debería funcionar cuando realmente la situación de peligro es inminente, sigue funcionando siempre, genera químicos en el organismo que son nocivos para la salud.
Vivir preocupado es asumir la vida como algo peligroso, sin ninguna otra alternativa que nos permita relajarnos y disfrutar de las cosas.
Cuando nuestro sistema se acostumbra a vivir en estado de permanente situación de peligro, pierde la capacidad de funcionar normalmente y se acciona aunque la amenaza no sea real y no exista motivo de riesgo alguno inmediato, porque no puede reconocer las verdaderas señales de peligro.
Las preocupaciones las generan los conflictos o los problemas, o sea todas las cosas que no podemos enfrentar y resolver y la búsqueda de soluciones ideales; porque una vez que se toma una decisión el estado de preocupación desaparece.
Además del hábito de preocuparse por los asuntos personales, estas personas se preocupan también por sus familiares, por sus hijos, por sus padres, por su pareja, por sus hermanos o por sus amigos. Creen que los demás no serán capaces de resolver solos sus problemas porque en el fondo tienen la omnipotencia de creer que ellos sí pueden porque son superiores.
También los preocupa su trabajo, su casa, su auto, el gobierno, la política, la economía o su propia seguridad financiera y se desviven por controlar situaciones futuras.
Cada situación particular se vive como un problema para resolver, y hasta la más insignificante obligación los puede hacer sentir preocupados.
La necesidad de control los obliga a exigirse al máximo y les impide hacer una evaluación de cada circunstancia con objetividad.
Las personas que viven en estas condiciones tienen altas expectativas sobre ellos mismos, son implacables, necesitan resultados, actuar con eficacia y perfección y ser reconocidos por sus logros.
Creen firmemente que ellos son lo que hacen y si se equivocan o no pueden cumplir se sienten frustrados y pierden su autoestima.
Es probable que sean muy eficientes pero también es probable que esa actitud se refleje en sus relaciones y las desequilibre.
El problema es la forma en que ven la realidad, el valor que le otorgan a la eficiencia y a la productividad aunque se conviertan en un obstáculo para vivir vínculos sanos.
Es importante comenzar a recapacitar si realmente vale la pena preocuparse por tantas cosas que tal vez tienen una importancia relativa; ser capaces de aprender a jerarquizar las prioridades y a reconocer y renunciar a mandatos internos que los obligan a ocupar la mente inútilmente, dejando de lado experiencias presentes que jamás se repetirán y que pueden ser mucho más importantes.