Crisis significa ruptura, cambio, mutación del desarrollo de un proceso, que puede ser físico, psíquico, espiritual o histórico; marca el fin de lo viejo y el principio de algo nuevo.
Las crisis personales son dolorosas pero es la posibilidad que nos brinda la vida para crecer.
Las crisis de las distintas etapas de la vida son inevitables y hay que aceptarlas, porque es la aceptación la que las convierte en el motor de una nueva forma de existencia.
Vivir es un perpetuo estado de incertidumbre que nos obliga a todos a caminar en la cuerda floja intentando a cada paso mantener el equilibrio y las crisis son las que nos mueven las estructuras y nos hacen perder ese equilibrio.
Una crisis es una encrucijada, un bloqueo en el camino de la vida que nos exige cambiar el rumbo para poder seguir adelante.
Las crisis existenciales del desarrollo nos obligan a cambiar nuestro comportamiento y nuestros valores. Pero también hay crisis inesperadas, como las malas noticias, el fin de una relación, una enfermedad grave, pérdidas, o bien cuando se piensa que el balance de la propia vida es negativo.
Una crisis puede ser el detonante de una enfermedad latente que quizás jamás, en otras circunstancias, se hubiera producido; puede producir un bloqueo emocional, una depresión o cualquier otra discapacidad que no permita la continuidad normal de la vida de una persona.
Las crisis provocan angustia, que es un estado de inquietud y de desesperanza y también pueden ocasionar síntomas somáticos, como irritabilidad, taquicardia, dificultades para respirar, para dormir y para concentrarse.
La crisis se diferencia del estrés en que es generadora de cambios, mientras que el estrés se hace crónico, se convierte en un hábito y se retroalimenta, impidiendo todo cambio.
Aunque la vida es pura incertidumbre, la gente se aferra a la ilusión de la seguridad y rechaza los cambios inesperados.
Todos tendemos a crear expectativas y cuando éstas no se cumplen debido a sucesos imprevistos nos cuesta aceptarlo y renunciar a lo planeado.
El dolor es parte de la vida pero se prefiere evitarlo y pocos son los que pueden ver lo bueno de lo malo, vislumbrar la posibilidad del cambio y del crecimiento y descubrir nuevos aspectos de si mismos.
El dolor exige aceptación para poder superarlo, tiempo para asimilarlo y poder integrarlo y la capacidad para aprender de ello.
La experiencia del dolor en una crisis es intransferible y absolutamente personal, una vivencia íntima imposible de compartir con otro; sin embargo el apoyo de otros puede acelerar el proceso de aceptación y la posibilidad de cambio.
El dolor fortalece y permite distinguir los verdaderos valores; porque a veces se transita por la vida como si se estuviera anestesiado, sin poder disfrutar de nada de lo que se ha logrado y sólo una crisis y el dolor que conlleva permite tomar conciencia del valor que tienen las personas que están alrededor y las cosas.
Las crisis son los momentos de caos que tiene el orden cotidiano, que son necesarios para mejorar y darse cuenta que estar cómodo girando siempre en círculo no es lo mejor, que lo mejor es avanzar, aprender a despedirse de lo viejo y enfrentar lo nuevo.