
Me atavié con madreselvas
para esperarte, moreno,
y modelé mi cintura
al anillo de tus dedos.
Mientras tanto te soñaba
en las esquinas del beso.
Me traes goces guardados
en los gemidos del tiempo.
Rociada de inquietas prisas
mi boca se alza en vuelo,
lengua de ave embriagada
busca en voraz aleteo
adonde quepan mis labios
en los pliegues de tu cuerpo.
La noche, alfombra tendida,
donde se acuesta el silencio
Tus manos son peregrinos
que recorren mis senderos;
con dientes de fiera hambrienta
muerdes mi carne y mis huesos,
y el manantial de tu savia
llena el cáliz de mi celo.
Con la escoba de la aurora
las nubes barren el cielo.

