Una mansedumbre violeta comparte conmigo la tarde; el fulgor extremo de agosto se muestra deslucido.
Calla el viento, el tráfico, la cotidiana musicalidad de los días, la memoria… Hay en el aire una calma chicha que desborda.
Los latidos se dejan llevar por el amarillo instante y la sangre se desliza demorada. Se diluye el cansancio y espesan los miembros, mientras una serenidad -casi insana- se abre paso y desciende volviendo esponja al alma.
Esta tarde es un paréntesis tierno, leve, delicado… en la arcilla caliente del verano.
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