
Cuando todos se fueron brotó un iglú en su costado y el témpano de la izquierda, peligrosamente, trianguló los tañidos. En el agua remansada de sus pechos ciegos crisantemos rebullían y el liquen del silencio nevó en sus palabras, escarchando la llanura de las sienes. El aire trasminó de evidencias aquella madrugada, lenta de pereza y sandalias y en el alféizar de sus ojos -iris de trigo y calma- un espectro desvistió su llanto contenido.

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